Desde hace un poco más de una década que comenzaron a invadirnos silenciosamente los llamados Ni-Ni en toda Hispanoamérica y Brasil.
Esta es la denominación para aquellos jóvenes que no estudian pero que tampoco trabajan.
Quizás la causa más probable por la que se ha creado esta franja, es el pésimo gobierno que han hecho en la mayoría de los Estados, quienes soportan una tasa creciente de desempleados y un valor adquisitivo cada vez menor. Y no me refiero de ninguna manera a un gobierno en particular, si no en la generalidad de los casos.

Uno sin pensar mucho, se pregunta a sí mismo, ¿cómo se puede vivir 24 horas sin hacer nada?
Y se los grafica mentalmente como unos reverendos haraganes, que ocupan todo su tiempo sentaditos delante de un aparato de televisión, jugando videojuegos, bebiendo alcohol y fumando vaya uno a saber qué.

O en una tercera opción, que sería capacitarse en algún oficio que le proporcione, en el futuro, el pan en su mesa.
Pero si no estudian ni trabajan, pero quieren comprarse cosas que no tienen, como los que poseen los de la tele u otros chicos del vecindario.

Son los que menos ganaran y los primeros en recibir los disparos de la policía o de otras bandas rivales.
Quizás por esto es que los Ni-Ni no solo sean vistos como muy peligrosos, sino que también sean temidos y estigmatizados por su violencia.
Por lo general son los medios de comunicación masivos quienes más se encargan de sus tropelías y las causas que los llevaron a eso.
Sin embargo aún no han acusado recibo de este nuevo fenómeno los distintos gobiernos. Y eso que prometen desatar aún más inseguridad en las calles de las que ya tenemos.

Debido a los bajos salarios, las escuelas técnicas de capacitación, se han quedado sin profesores, pasando la mayoría de ellos a la actividad privada.
En esas escuelas se los estimulaba a aprender un oficio con el cual el joven podía ser autosuficiente e incluso mantener a una familia.

Según los mismos cálculos de aquella entidad, a principios del año 2000 se podían contar unos 20 millones de jóvenes que no trabajaban ni estudiaban en toda América Latina.

Por desgracia, dentro de este malsano esquema, son siempre las mujeres quienes terminan perdiendo. Ellas representan las dos terceras partes de los NI-Ni.
Si tomamos a los 35 millones, ya dichos, nos encontramos con la pavorosa cifra de 23 millones de mujeres.

Por lo general muchas han abandonado la escuela primaria por tener que ayudar a sus familias, en las labores, o que han desertado de la educación secundaria, por falta de dinero.
Sin una buena preparación, tendrán que recurrir a los trabajos más pesados y menos remunerados.
La soledad las impulsará a un casamiento precoz, que por cierto fracasará, ya que ambos no están preparados para enfrentar tal responsabilidad.

Sin embargo existe un pequeño fenómeno dentro de aquellas proporciones dada anteriormente. En los últimos tiempos el número de mujeres Ni-Ni ha descendido.
Eso se debe a que en las asociaciones barriales y grupos religiosos tanto católicos como cristianos, han comenzado, en algunos países de la región, a capacitarlas en cursos rápidos con salida laboral.

Mientras que en los varones, los índices tienden a crecer estrepitosamente. Esto se debe a que, al desertar de la enseñanza media, los puestos de trabajo que consiga serán de baja exigencia, muy mal remunerados, temporarios e inestables.
Ante esta situación, no es de esperar que sean seducidos por las rápidas ganancias que se pueden obtener en el comercio ilícito de las drogas.
Pero este fenómeno no es exclusivo de nuestra región. Según cifras estimativas, de varias organizaciones no gubernamentales, nos indican que existirían unos 400 millones de Ni-Ni en todo este planeta.
Con zonas bien específicas donde se concentran, y que serian pequeñas regiones de Oriente Medio, el Norte de África y Asia meridional, así como en algunas ex repúblicas comunistas del Este de Europa.

Ellos representan una generación perdida y un peligroso lastre que ningún gobierno quiere mostrar y mucho menos admitir que son responsables de su existencia,
Para que estos bolsones de pobreza desaparezcan, solo hace falta un poco de decisión política para que ellos nuevamente ingresen a la sociedad, de donde nunca tendrían que haber salido.
Una realidad que estremece.
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