domingo, 12 de septiembre de 2010

CONFIESO QUE TENGO UN VICIO ASQUEROSO

Si señoras y señores, soy un adicto vicioso y lo confieso públicamente ante todos ustedes. Tengo quizás el vicio más silencioso y traicionero de todos. Pero después de tantos años llevándolo a cuestas, creo que ya es hora de confesarlo. Y debo hacerlo ya, antes que me arrepienta, y decida callar para siempre.

Padezco  de un vicio al que intenté dejar muchas veces, pero  siempre me volvió a aprisionar. Hablo nada más ni nada menos que los padecimientos de la adicción al tabaquismo. He sido atrapado entre sus barrotes de humo y alquitrán, por espacio de 44 años y ya es hora  de replantear un poco el tema. Como me metí en eso, según recuerdo, viajaba en tren desde Morón a Buenos Aires, todos los días, con mis 13 recién cumplidos.


Eran los primeros días cursando la secundaria. Me sentía agrandado y presto a los nuevos desafíos. Los otros estudiantes, eran mucho mayores que yo. Todos ellos  fumaban, siendo el único que no lo hacía. Sin embargo, tanto me insistieron y tocaban estúpidamente mis fibras íntimas, en cuanto a la relación cigarrillo–virilidad, que después de un par de meses, aflojé.

Tras las primeras toses y deseos de vomitar, ya nunca más lo dejé, salvo por poco tiempo, dentro de las mil intentonas que hice por abandonarlo. Durante 44 años me acompañó en las buenas y en las malas. Fue testigo mudo de mis primeros levantes, de mis noches de estudio, de mis viajes por todo el mundo, de mi primera hija, pero también estuvo conmigo con las muertes de mis abuelos maternos, el entierro de mi mamá, la quiebra de mi compañía constructora y un sin fin de hechos que le hacen a la vida íntima de una persona.

El humo del cigarrillo por lo tanto está vinculado a todo lo bueno y todo lo malo que me ha pasado en la vida. Si lo volviera a dejar no sabría qué hacer con mis manos, si no tuviera un cigarrillo entre los dedos. ¿En que ocuparía todo ese tiempo inútil de ahora en más?

Todavía no lo he resuelto, pero puedo afirmar, con seguridad, que durante 44 años, he fumado a un promedio de 20 cigarrillos y eso me ha llevado a perder muchas cosas, entre otras, mi salud. Mi piel se ha vuelto seca y mi aspecto exterior, envejecido, parece al de una persona de 75 a 80 años, y sin embargo nací en 1950.

Mis uñas y bigotes tienen invariablemente el color amarillento característico de la nicotina. Toda mi ropa huele a tabaco aunque la deje toda la noche a la intemperie. Ni hablar de mi aliento, que a las personas que no fuman, no se las puede engañar y por lo tanto ni con 20 pastillas de menta, se borra el “jurune”.

En cuanto a este mismo “jurune”, podría contar mil anécdotas, al respecto, destacándose por sobre todo, aquellos muy buenos besos, que me ha hecho perder y que estaban a flor de labios, pero cuando la susodicha me olía, rápidamente ponía sus manitos sobre mi pecho, apartándome no solo por ese momento, si no del resto de su vida.

Últimamente existen muchos lugares que no me permiten la entrada, y cada vez son mucho más, teniendo entre mis dedos, un cigarrillo prendido. Mis pulmones ya no funcionan muy bien, me he vuelto muy sensible a los cambios climáticos. Justo a mí, que siempre me ha gustado hacer ejercicios y correr  100, 200 y 400 metros. Ahora ya no puedo, ni con 5 metros, que me tienen que internar de urgencia en la Unidad de Terapia Intensiva.

Es difícil no recordar hechos notables, en mi vida, que el humo del cigarrillo, no esté involucrada. Sabores distintos, perfumes exóticos, música a la luz de la luna, me traen hermosos recuerdos. En  contraposición,  no me puedo olvidar de esa tos de perro, que me atrapa especialmente de noche, y que a veces, no siempre, no me deja  pegar un solo momento mis ojos.

Otra secuela grave que me dejó este maldito hábito es que, cuando la tos se vuelve más severa, todo lo que ingiero, inmediatamente a los 15 o 20 minutos después, seguro que lo voy a vomitar. Me cuesta mucho trasladarme de un sitio a otro, y si no fuera por el aerosol, no podría atacar las distintas subidas y bajadas de esta bendita Ciudad del Este. Tantas veces prometí no volver a fumar más, que ninguno de mis amigos ya me cree, ni siquiera yo mismo lo hago.

En resumen para no hacerlo mucho más largo, este es un llamado de atención a todos los chicos y chicas  que recién han comenzado con este vicio.  No se dejen llevar por la juventud, esta se pierde muy rápido y cuando llegue la edad madura, nuestro cuerpo nos va a devolver el fruto de los abusos, que hemos cometido.

Esto recién ahora lo estoy descubriendo. Tarde, bastante tarde, pero no tanto, como para que este mensaje, de buena onda, llegue a la mayor cantidad de personas fumadoras posibles. Más que esto, en realidad, no puedo hacer. 

1 comentario:

  1. Yo fumé de los doce hasta los 38 años, un dia "MENDIGUé" un cigarrillo y eso me hizo decidir a dejar, me fue dificil pero lo dejé. Tuve una recaida en el 2006 y fumé un año y acabé dejándolo de nuevo por exigencia laboral. Ahora ya ni se me antoja

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