No existe un motivo valedero para que los índices de feminicidio hayan trepado hasta estos escandalosos números con que actualmente padece nuestro país. Teóricamente nada lo puede justificar, sin embargo lo leemos todos los días en las primeras planas de los diarios o lo vemos en todos los noticieros.
Algo así como que: “Cegado por los celos, y en total estado de ebriedad, Juan de los Palotes, presuntamente mató de varios disparos, a su esposa/concubina/amante, María Mengana, madre de siete hijos, todos menores de edad.
Luego de varias horas de ardua búsqueda, fue encontrado en la casa de un pariente. El probable autor del feminicidio, según datos oficiosos, no recuerda nada del trágico hecho”.
Paraguay no escapa de elementos comunes que caracterizan a esta región, en donde el feminicidio, la violación, el acoso sexual, los abortos forzados, las constantes palizas, la coacción física, el daño psicológico que las mujeres padecen, luego de cierto tiempo de constante terror.
No necesariamente tiene que ser el marido, el novio o el amante, ya que también, a veces, se detecta que un pariente cercano, cree estar lejos de toda sospecha.
Esta plaga social que nos ataca despiadadamente y por ahora sin control, tiene en nuestro país números que realmente nos deberían dar mucha vergüenza. Por ejemplo, en los últimos cinco años, más del 50 % de las denuncias hechas, en las distintas comisarias de todo el país, eran por maltrato.
En el año 2003, la tasa de feminicidio en Paraguay era de 5 % de las muertes totales, pero en marzo de 2013, estas habían trepado a un 25 %.
Entonces uno supone que endureciendo las penas de reclusión puede ser que incida en una drástica reducción de este tipo de casos, pero no es así. En el país vecino, Brasil, fue aprobada en el año 2006, una ley llamada María de Penha, que prácticamente duplicaba las sanciones por ese tipo de agresiones.
Sin embargo y pese a todas las campañas emprendidas por el gobierno brasilero en este sentido, no ha mejorado casi nada su situación, según datos oficiales de septiembre de 2013.
En marzo 2013, Bolivia promulgó una ley que castigaba este crimen con 30 años de prisión, y sin derecho a indulto ni reducción de pena por buen comportamiento. En Ecuador, donde actualmente se debate incluir dicho tema, en el nuevo Código Penal, ha sido debido a que seis de cada diez mujeres han sufrido algún tipo de violencia física, sexual o psicológica por su condición de género.
Eso sin contar con que, cada semana, son asesinadas cuatro mujeres simplemente por tener dicha condición, de acuerdo con datos suministrados por la Organización de Naciones Unidas.
Ante el desmesurado crecimiento de este tipo de casos en Argentina, el Congreso aprobó, en noviembre de 2012, una ley que pena con cadena perpetua por el crimen de feminicidio.
En Venezuela, tras la sanción de una durísima ley, en el año 2007 que castigaba severamente esos crímenes, se redujeron drásticamente las cifras, en cuanto a la violencia contra la mujer, en todas sus manifestaciones.
Sin embargo, entre 2009 y 2011, los feminicidios volvieron a los niveles de inicio de la década anterior, o sea que estamos hablando de 5.847 muertes violentas de mujeres por año, a razón de una cada 75 minutos.
Es México, quien se lleva las palmas por ser el país hispanoamericano que peor trata a sus mujeres, y Ciudad Juárez, fronteriza con Estados Unidos, la que tiene los índices más altos de feminicidio de todo el país.
Esta tomó gran notoriedad, en la década del ´90, época dorada del cartel, cuando cientos de mujeres fueron asesinadas. Una ley sancionada en 2009 previene y castiga severamente el maltrato. A pesar de todo, 65 mujeres de cada 100, entre 15 y 25 años, han sufrido algún tipo de violencia o vejación, según datos oficiales.
Existe un sub fenómeno dentro del mismo grave fenómeno. Resulta que el problema del feminicidio es realmente muy delicado pero para las mujeres indígenas el tema es mucho más serio todavía.
Según los datos proporcionados por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), violencia contra las indígenas es muy alta. Eso se nota preferentemente en Ecuador, Perú, algunos bolsones de Centroamérica y México.
Mientras tanto en Paraguay, el nivel de violencia de género ha adquirido niveles que realmente alarman y que ahora ya no es solo la esposa o la pareja, sino que incluso se extiende hacia hijas propias o adoptadas, llegando a violentar físicamente hasta la empleada doméstica.
Los últimos casos fatales, producidos en distintos puntos de nuestra geografía, han impactado notablemente sobre toda la sociedad paraguaya.
Es verdad que existe una preocupación a nivel ministerial por los dos o tres feminicidios por semana, es por eso que uno siente cierto temor de encontrarse, a la mañana, con este tipo de siniestros titulares en el diario de la mañana o en el noticiero.
Existen varios lugares para hacer las denuncias correspondientes, pero generalmente, estas se hacen cuando las cosas se salen realmente de cauce. O bien se las retiran porque existe algún tipo de reconciliación que durará no mucho más que un suspiro.
Si bien es un tema muy delicado y bastante personal, los signos siempre se pueden anticipar y ante la primera manifestación de violencia, es mejor buscar otro rumbo.
El Estado debería prestar más atención a este drama social, promoviendo refugios y créditos para las mujeres que se animen a tener una microempresa.
Como el caso de la limpieza de terrenos baldíos, en la lucha contra el dengue, o el uso del casco en los motociclistas, o la bebida cuando se conduce, o la contaminación de los cauces hídricos.
Tirar basura en cualquier lado o disparar armas de fuego ante cualquier festejo, o respetar los pocos semáforos que funcionan, o echar a la calle nuestra mascota solo porque ha crecido y ya no es tan graciosa como antes.
Desterrar esta plaga social, que tanto mancha la dignidad de nuestras mujeres es un deber de todo hombre bien nacido.
Se habrían de inventar palabras nuevas para expresar la conducta del maltratador sea violador o asesino, todo hombre que levanta la mano amenazando a una mujer se la habrían de amputar, evitar ese castigo sería muy fácil, con respetar a la mujer se evitaría la pena. Cuando por alguna razón se llega a la exasperación con dar media vuelta se acaba la pelea. ¿De qué se jacta ese hombre, de ser más fuerte fisicamente? Hay que decirle que la hombría no está en la fuerza bruta, pero por desgracia nunca llegará a entenderlo.
ResponderBorrar