El tema de la discriminación es una materia tan difícil de abordar, que cada vez que lo tengo que hacer, tiemblo como una hoja de papel. Eso es porque tiene tantas aristas y variables que son imposibles definir, algo tan complejo, en un espacio físico de apenas cien miserables líneas.
Según mi modesto punto de vista, la segregación es una actitud similar al de los celos. Sentirlos por alguien, es algo bastante normal y demuestra que se tiene algún sentimiento hacia la otra persona. Con la discriminación, sucede algo similar. Sentir rechazo por algo o por alguien, es innato e incontrolable. Negar sentir esto, en algún momento, es simplemente un acto de estúpida hipocresía.
Pero cuando los celos se exceden en su dosis y llegan a asfixiar a la otra persona, es entonces que se torna problemático y quien lo padece es un enfermo que necesita urgentemente atención profesional. Lo mismo sucede con la discriminación.
Nadie puede obligar a convivir con algo o alguien que pueda resultarle totalmente chocante a uno. Más se podría, en última instancia, convivir con esto, aunque sea a regañadientes.
Sin embargo, la distorsión que otorga la ignorancia, el rechazo y la intolerancia, remarcarán más las diferencias que las similitudes, por lo que la brecha se tornará muchísimo más profunda. Si a esta peligrosa mezcla, le agregamos como detonante al fanatismo, tendremos una peligrosa bomba social, presta a detonar en cualquier momento.
Todo lo dicho hasta aquí, es la antesala a un tema que pareciera no tener fin, ni termina de complacer las exigencias, que los travestis, le hacen a la sociedad en pleno. Con el pretexto de la discriminación, aquellos han avanzado, al conseguir muchas prerrogativas que hace diez años atrás, eran impensadas.
Sin embargo aún no están conformes y no piden, si no que exigen de manera prepotente, más y más concesiones, hasta que un buen día, se corte la soga. Lo que fastidia no es su pedido, que más allá que sea justo o no, son reivindicaciones, y a esto, todos tienen derecho, si no la forma soberbia y altanera en que lo hacen.
Pienso que otras minorías han logrado muchas más cosas, con paciencia, constancia y humildad, como puede ser la cuestión de los diferentes tipos de discapacitados físicos. Claro, no han conseguido todo lo que deberían, pero lo importante es que han conseguido ser escuchados y por sobre todas las cosas respetados por no haber perdido nunca su dignidad durante la dura batalla.
También tendríamos que tener en cuenta el delicado tema de los indígenas. Esta minoría, y salvo muy raras excepciones, pretenden vivir como hace 500 años. Cosa que, hoy en día, es totalmente imposible. Mentiras y traiciones de blancos mediante, la palabra trabajo no figura en su diccionario. Por lo que su máxima aspiración sería seguir viviendo de la caridad, como una forma de velada venganza hacia los “pálidos”, por todas las humillaciones y vejámenes sufridos.
El tema de la minoría travesti, es totalmente distinta, a pesar de tener algunos puntos de contactos con la minoría indígena. Ellos culpan a la sociedad en su conjunto por discriminarlos, segregarlos, y tener además que sufrir violencia física y moral, impidiéndoles por lo tanto vivir en paz.
Ahora bien, si ponemos las cartas sobre la mesa, nos encontramos que la mayoría de los travestis, se concentran en un punto de la ciudad, tomándolo a este como propio. Actúan de noche como los murciélagos, siendo la prostitución, su única fuente de entradas. Donde ellos se reúnan, siempre se generará griterío, peleas y confusión tanto entre ellos, como con sus clientes y los dueños y vecinos de las propiedades adyacentes.
Su misma vestimenta de “trabajo” es realmente provocativa y soez, por lo que es muy fácil que genere algún tipo de violencia. Teniendo a ellos como visitantes habituales, el valor de la propiedad cae a pique como el Titanic. Cuando se les pide por favor, que muden de lugar o bajen el tono de voz o bien que moderen su lenguaje, solo se logrará que lo manden a uno, a la China, sin boleto de vuelta.
En otros tiempos, al travesti se lo llamaba transformista y era un actor que utilizaba sus dotes artísticas, para imitar a mujeres famosas, sean estas actrices, cantantes, políticas o simplemente aventureras de moda. Terminaban su acto escénico y volvían a vestirse como hombres, independiente de su opción sexual, a pesar que muchos de ellos ya tenían asumido su nuevo rol.
Sin embargo no hacían ningún alarde de ello, como lo hacen hoy, en Ciudad del Este o Asunción. A los prepotentes reclamos, que ellos llaman reivindicaciones, el resto de la gente lo denomina frescura.
Nadie los tiene en cuenta ni los respeta porque eso es como una avenida de doble mano. Se respeta siempre y cuando uno sea respetado. Y ellos, generalmente no lo hacen.
Ahora en Argentina y Brasil, están exigiendo, no peticionando, la instalación de un tercer baño, en las discotecas. Para que esta moda llegue a nuestro país, es solo cuestión de tiempo. Las mujeres no los quieren merodeando por sus sanitarios, porque alegan que siguen siendo hombres.
Y estos últimos los rechazan, porque les resulta molesto y chocante estar al lado de alguien disfrazado de mujer. Por lo tanto, es lógico que los “intrusos” terminen recibiendo como mínimo, un buen par de sopapos.
Por otro lado, tenemos que los empresarios se resisten a instalarlos, por dos motivos de peso. Uno, generalmente el espacio físico es bastante limitado y dos, no es barato su emplazamiento, como tampoco se justificaría teniendo en cuenta la poca cantidad que ellos representan. Sin embargo, se hacen oír y bien alto, pero siempre para exigir, nunca para dar.
¿Que es lo que esta comunidad le aporta a la sociedad?, Poco y nada. Quizás se constituyan en alguna postal como punto de atracción turística. Creo que sería mucho más positivo si intentaran integrarse a la sociedad, mostrándose menos agresivos y altaneros, si es que les interesa ser aceptados. De lo contrario, seguirán por siempre, rompiendo los asteriscos.
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