viernes, 15 de mayo de 2015

LOS ESCRITORES Y SUS LOCURAS MANIÁTICAS (Parte I)

Todas las personas, a través del tiempo, van creándose una especie de ritual, al que siguen indefectiblemente como una simple costumbre, casi sin darse cuenta. 

Como el hecho de cortarse el cabello con el mismo peluquero, con el mismo estilo y sin muchos cambios. 

O repetir todos los días, el mismo camino, tanto de ida como de regreso a su la casa, desde el trabajo. 



Eso es totalmente normal y todos tenemos ese pequeño toque conservador dentro de nosotros. 

Ahora bien, cuando ese mismo rito no puede ser alterado, pero surge una inesperada contingencia que lo altera y provoca que el sujeto se descontrole; es ahí donde surge la manía. 

Según el diccionario, un maniático es “un ser que padece un trastorno mental caracterizado por la presencia obsesiva de una idea fija, que lo lleva a un estado anormal de agitación”. 

Y esto mismo es lo que les ocurre a cientos de escritores, que usan como un fetiche, ciertas manías muy suyas, creyendo que ello les dará la suficiente inspiración para crear alguna obra literaria suprema, y que los haga destacarse por encima de todos sus colegas.

Claro, cada uno de ellos tiene su propia locura y su mágica receta para realizar una creación, por lo que no existe una fórmula que sea universal.

 Ya que lo que a Cervantes le fue útil en su momento, eso no significa que para mí, también lo sea. 

Aunque casi nadie duda que los escritores tengan extrañas manías sin las cuales, ellos dicen que les resultaría totalmente imposible escribir. 

Pienso, a modo de opinión personal, que es un poco de esnobismo retorcido, esa ridícula costumbre de manifestar extraños rituales, con la excusa que están persiguiendo, de un modo obsesivo y enfermizo, la tan ansiada inspiración. 

Para muestra de todo lo que les he dicho, extraje de mi archivo personal, una lista por orden alfabético de sus nombres de pila, a los maniáticos más notables y conocidos. 

ANTONIO TABUCCHI- (“Sostiene Pereira”) únicamente escribía en cuadernos escolares. ALEJANDRO DUMAS (“Los tres mosqueteros”) si no vestía una especie de sotana roja, con mangas anchas y sandalias, no escribía una sola letra. 

ARTHUR MILLER (“La muerte de un viajante”) tenía un método especial para escoger el borrador definitivo, todo lo que podía escribir en una mañana, él lo destrozaba todo y lo que lograba salvarse de la hecatombe, se transformaba en lo que creía, un insuperable material. 

CHARLES DICKENS (“David Copperfield”) trabajaba en su despacho en un total y absoluto silencio, colocando su escritorio junto a la ventana. 

Sobre este debían estar sus 7 objetos más queridos: un jarrón de flores frescas, la pluma y el tarro de tinta, un abrecartas, dos estatuillas de bronce, y una bandeja con un conejo sobre ella. 

Cualquiera de estas cosas que le faltara, le impedía escribir y su humor ya se agriaba. DAN BROWN (“El código Da Vinci”) acostumbra a colgarse boca abajo, de los tobillos. Además de interrumpir su escritura y hacer flexiones cada hora. 

ERNEST HEMINGWAY (“El Viejo y el Mar”) no solo escribía siempre de pie, si no que debía llevar indefectiblemente, sus dos amuletos de la suerte: una pata de conejo y una castaña de indias, en bolsillo derecho.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ (“Cien años de soledad”) para ponerse a escribir necesitaba estar descalzo, tener en su mesa una flor pero que sea de color amarillo y la habitación a una cierta temperatura. 

GERTRUCE STEIN ("Geography and Plays") todas sus obras fueron escritas mientras ella contemplaba a las vacas. 

HENRY MILLER (“Trópico de Capricornio”) para él, cuanto más incómodo se sintiera, mucho mejor escribía. 

HONORATO DE BALZAC (“La Comedia Humana”) necesitaba escribir en una habitación sin ventanas al exterior. 

Solía lucir de entrecasa una especie de túnica blanca, escribiendo sin interrupciones más de 12 horas continuas, teniendo siempre a mano su cafetera de porcelana. Se cuenta que para mantener la concentración bebía unas 50 tazas de café al día. 

ISAAC ASIMOV (Yo, Robot) era un escritor incansable, para quien no existía días festivos o fines de semana libres. Con sus 8 horas al día, 7 días a la semana. 

Y si no completaba sus 35 páginas diarias, no había quien lo aguantara. Nunca releía más de una vez sus escritos. 

ISABEL ALLENDE (“La casa de los espíritus”) se la conoce como una mujer muy supersticiosa y cuentan sus amistades más cercanas, que antes de ponerse a escribir, realiza cierta clase de conjuros donde siempre tiene que haber una vela prendida. 

JOHN MILTON (“El paraíso perdido) siempre solía escribir totalmente envuelto en una vieja capa de lana, como si fuera un fantasma. 
JOHN STEINBECK (“Al este del Paraíso) escribía únicamente con un lápiz, pero debían ser redondos para que las aristas no lastimaran sus dedos. 

JOHN UPDIKE (“Las brujas de Eastwick”) había alquilado, durante muchos años, un pequeño despacho, donde trabajaba solamente por las mañanas, y debía escribir forzosamente unas tres páginas diarias. Siempre se quejaba de los ruidos estridentes. 

JONATHAN FRANZEN (“Las Correcciones”) es otro de los maniáticos que tenía problemas para concentrarse. Cuando se distraía, se encerraba en su estudio, en completa oscuridad y con tapones para los oídos. 

No bastando con esto, se ponía, además, orejeras y se vendaba los ojos. 

JORGE LUIS BORGES (“El Aleph”) se metía en la bañadera por la mañana y meditaba profundamente sobre si algo de lo que había soñado valdría la pena para escribir un poema o relato. 

JOSÉ SARAMAGO (“Ensayo sobre la ceguera”) nunca escribía más de dos páginas por día. Y aún teniendo una buena idea a medio desarrollar, se detenía en ese momento. Según su criterio, nadie es capaz de escribir más de dos buenas páginas de literatura por día. 

MARIO VARGAS LLOSA, (“La tía Julia y el escribidor”) tremendamente maniático por el orden y la disciplina. Por la mañana suele escribir en su casa, y por la tarde, en una biblioteca. Durante toda la semana, menos el domingo, que lo dedica a sus artículos periodísticos. Luego de su relato “Katy y el hipopótamo”, sus amigos comenzaron a regalarle figuritas de hipopótamos, quedando su casa llena de ellos. 

Como el tema da para mucho más, tendrán una secuela y que espero que les guste tanto o más que esta.

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