viernes, 1 de mayo de 2015

MUJERES ENGAÑADAS EN LAS REDES SOCIALES

Uno de los fenómenos más llamativos de la última década, y que ha revolucionado prácticamente a todo el planeta, es la creación de las redes sociales. 

Una verdadera maravilla tecnológica que nos permite, en cuestión de minutos, comunicarnos con otras personas, que se encuentran en la otra punta del globo terráqueo.


Quizás sean los centroamericanos y sudamericanos los que más lo hayan utilizado en estos últimos tiempos, ya que por necesidad, debían comunicarse con sus seres queridos. Con aquellos que simplemente habían tomado la triste determinación de emigrar hacia mejores perspectivas de trabajo.

Y por una cuestión de desarraigo, sentían la soledad con más intensidad que otras personas. 

Así es que la gente se agolpaba todos los fines de semana en los distintos locutorios del barrio. 

Y ahí, por una módica suma, no solo escuchaba a sus seres queridos, si no que con la magia de una cámara, hasta los podían ver. He sido un mudo testigo, de todas las lágrimas de profunda emoción que derramaban los ocasionales “internautas”. 

Luego comenzó una enérgica y agresiva masificación de la producción de computadoras portátiles, lo que provocó que sus precios cayeran y rápidamente llegara hasta los bolsillos más modestos. 

También la tarifa mundial por el uso del Internet fue drásticamente reducida. Esta revolución tecnológica hizo que el usuario se independizara de los locutorios y estos, en muy poco tiempo, dejaran de funcionar. 

Con la independencia de los lugares públicos, esto trajo aparejado que todas las redes sociales tomaran un crecimiento impresionante y de la noche a la mañana, prácticamente se adueñaron de todas nuestras hora libres. 

Se le encontró otros usos inimaginables que aportaban realmente un cambio radical. La educación a distancia, cierre de tratos comerciales, sin necesidad de viajar, operaciones quirúrgicas, son los usos más útiles que puedo recordar. 

Pero también, por su causa, muchos abandonaron otras actividades bastante más activas por otras sedentarias, como pasar largas horas charlando de bueyes perdidos y vacas encontradas, con gente que uno jamás ha visto en su vida. 

El auge de las redes sociales es un fenómeno mundial, que posiblemente se deba a que la gente no sabe o ha perdido la forma de comunicarse directamente. 

Hemos creado una gran generación de gente tímida, o que la gente se refugia en sus casas por temor a la violencia callejera. 

La necesidad del continuo escapismo ante un montón de problemas que no se sabe enfrentar. 

Pero que se siente mucho más cómoda y más relajada con su ropa de entrecasa y es ahí donde creen dominar la situación. 

Es probable que a fin de año, haya unos 3.000 millones de “internautas”, que representa el 40% de la población mundial, datos oficiales aportados por la UTI (Unión Internacional de las Telecomunicaciones). 

Las dos terceras partes de todos los navegantes de Internet son de los países en desarrollo. De los cuales 2.300 millones estarán abonados a la banda ancha móvil, con el 55 % de ellos de los países en desarrollo. 

Ahora bien, así como el Internet y las redes sociales han revolucionado la ciencia de las comunicaciones, también comenzó a soportar el arribo de gente sin escrúpulos, los llamados delincuentes informáticos, transformando en poco tiempo, un medio placentero de esparcimiento, en una peligrosa forma de ser secuestrado por organizaciones criminales. 

Lo que sucede es que nadie bien nacido, se le ocurriría pensar que una persona desconocida, sentada frente a su computadora, a lo que usted le permite que entre a su cuenta, en cualquiera de las numerosas redes sociales, está dando el primer paso para intentar ganar su confianza. 

A partir de allí, no se puede descartar que la induzca a huir con él, sin importar la edad del sujeto o del dolor que pueda dejar en la casa de la víctima. 

De ser estas adolescentes y mujeres, las probabilidades se acrecientan aún más. 

Es por esto mismo que los padres deben controlar el material que consultan sus hijos. 

Este fenómeno mundial se ampara en la ingenuidad y la inocencia de los jóvenes, que al ser inexpertos, no sospechan el riesgo que corren.

Los casos más graves, son aquellos en que los delincuentes, van manipulando de tal manera, a los menores de edad, hasta convertirlos en víctimas de pornografía infantil o de trata de personas, mediante secuestro, violación o incluso la muerte. 

Lo que tendría que ser un acto totalmente inofensivo y divertido, el simple hecho de querer buscar pareja por Internet, se ha convertido en una peligrosa arma de doble filo. 

Porque puede haber muchos casos exitosos, donde se encuentre a la persona deseada, pero también se corre el riesgo de caer en un campo lleno de minas explosivas o caminar sobre una delgada cuerda con cientos de cocodrilos allí abajo. 

Por más información que uno crea tener consigo, sobre el interlocutor, e incluso, teniéndolo enfrente en una video-llamada, faltará el infaltable contacto personal. Resulta que es el lenguaje corporal, es lo que siempre ayuda a descubrir el lado oscuro que puede ocultar, a aquella pretendida princesita rosa o el príncipe azul que ese desconocido pretende ser. 

Según la ONG internacional “Missing Children” advierte que en los últimos seis años, por lo menos el 65 % de las víctimas de prostitución infantil, secuestro, pornografía, tráfico de órganos humanos, o esclavas sexuales conocieron a sus “reclutadores” en Facebook o en Twitter. 

El mismo ente informa que, de todas las víctimas, el 46 % de ellas aún se encuentran desaparecidas y un dramático 5% fueron encontradas muertas. 



Muchas de estas, en algún momento, fueron inducidas a desnudarse frente a la cámara, como si esto fuera un juego. 

La llave siempre era incentivar la rebeldía hacia sus padres por parte de los futuros “dueños” de sus vidas.

Este es un tema muy largo y espinoso, por eso intenté resumir este grave problema. Aconseje a sus hijos que no suministre datos sobre la situación económica ni los movimientos de la casa.

La ingenuidad de ellos ante un desconocido, puede acarrearle algo más que remordimiento y miles de lágrimas inútiles.

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