Con ellos, uno no tiene ni tiempo para aburrirse, ya que cada día, nos proporcionan grandes sorpresas.
A veces, nos llenan de una inmensa alegría, mientras que en otras, una tremenda y mortificante decepción.
Y así como es tan difícil criar hijos adolescentes, no menos cierto es que también nos cuesta creer que aquellos bebes, que apenas ayer le dábamos la papilla y se les cambiaban sus malolientes pañales, hoy nos encontramos que ya han crecido y que tienen su propio pensamiento, de acuerdo a su inconfundible personalidad.
Nos cuesta pensar que ellos tienen derecho a equivocarse, así como nosotros seguro que lo hicimos y más veces que ellos.
Es que los queremos tanto, que los sobreprotegemos no solo de la sociedad, sino de ellos mismos.
No nos escucharán, porque ese es el clásico temperamento adolescente: cuestionar todo lo que se encuentre establecido.
Incluso hasta la figura paterna. Y la historia vuelve, a repetirse, pero con ciertos matices propios de esta época.
Todo comienza con la primera menstruación y los posteriores cambios en sus cuerpos, que de buenas a primeras se convierten en señoritas.
Por desgracia, el aumento de las hormonas nunca está en la misma proporción que las neuronas.
Por lo que los padres tienen su pequeño Vía Crucis, en cuanto a los primeros bailes.
Es la época en que las nenas ya tienen esas cosquillitas en el bajo vientre.
Es cuando los chicos ya no les disgusta tanto y empiezan a verlos más atractivos. Es el tiempo que empiezan a tener su propio arsenal de maquillaje y a mirarse mucho más en el espejo.
Se cuentan entre amigas, todo sobre el viejo arte de la seducción.
Es cuando se concretan tímidamente los primeros bailes y las posteriores citas primerizas. Muy llenas de nervios y temerosas que ellos noten todos sus defectos y obvien sus virtudes.
Si para los padres, criar varones no es cosa fácil, son precisamente las nenas, quienes son mucho más revoltosas y vulnerables que ellos.
Caprichosas, cuando se les mete una idea en la cabeza, ya es imposible sacársela.
Entonces hará alianzas con su madre, en contra de lo que diga el padre.
Ya que esta tendrá a la mano, todos los trucos que la vida le enseñó y hará que aquel cambie de parecer.
Es lo que se llama psicológicamente “torcerle el brazo”.
Entonces la nena comenzará a salir con un “amiguito” a espaldas del padre, en total complicidad con la madre.
En caso que el padre biológico no fuera parte de la familia, las cosas se le simplificarían a la menor.
Y como una cosa lleva a la otra, un baile por acá, una manito por allá, unos arrumacos por acullá; es muy probable que como todas las enfermedades terminen en la cama.
Y no será este el mayor problema, ya que cuando pica el bichito de la lujuria, es muy difícil no rascarse.
El problema mayor es la irresponsabilidad tanto de la madre como de la hija, quienes probablemente jamás tuvieron un dialogo franco al respecto.
La mala información que nena tiene consigo pesa tanto como el poco interés que tiene ella en saber más del tema.
Quiero aclarar que no soy un puritano y no es el sexo lo que aquí juzgo ni cuestiono, si no la irresponsabilidad de las mismas adolescentes por correr un peligro innecesario, al jugar con las enfermedades que pueden terminar miserablemente con su vida.
Y algo mucho peor, traer inconscientemente vida a este mundo sin estar mental, física ni espiritualmente preparada.
Descubriendo que está embarazada, por aquel famoso método que se compra en todas las farmacias, a la adolescente le dará un soberano ataque de angustia, desesperación y una extraña sensación de desorientación.
Lo primero que atinará es correr a contarle a su “noviecito” la tontería que hicieron.
Como la mayoría de los adolescentes, este le sacará la nalga a la jeringa, desapareciendo el caballerito, de todos los lugares conocidos.
Y dejándola a ella solita, en medio del tango que le espera.
No resignada totalmente a su suerte, se le ocurrirá abortar, pero no tiene dinero ni posibilidades de conseguirlo para una operación de ese tipo.
Entonces renunciando a todo, junta un poco de valor y decide contarlo en el Facebook, como para blanquear una situación incómoda que pronto, será demasiado evidente.
A esta altura, la directora y todas sus profesoras del colegio, le harán un mortífero apartamiento de sus compañeras de curso, si es que no hay acoso escolar en el medio. Resultado: deja de estudiar.
Se lamentan constantemente por haber tenido ese maldito “accidente”, cuando eso nunca lo fue.
Podría decirse una imprevisión, una irresponsabilidad, cualquier cosa de ese tipo pero jamás un accidente.
Accidente sería si eventualmente cruzara la calle y la atropellara un pene, ahí ya no podría decir nada al respecto. Posteriormente subirán a su red social, la foto del ultrasonido de su feto.
Mientras tanto, el aumento de las hormonas hará que se angustien, depriman, alegren y vomiten todo al mismo tiempo. La panza irá creciendo hasta que adquiera el tamaño de una sandía y allí, por fin, la criatura nacerá.
El pobrecito es súper feo y parece un monito con las orejas grandes, con un pelito parado como cresta de gallo. Pero nadie se atreverá a decírselo.
Ella seguro que le pondrá un nombre, que salga de una lista que incluya a “Estifen”, “Maycol”, “Cristofer” o “Brayan”.
Suben nuevamente las fotos del “monito”, con un epígrafe bien hipócrita que dice que el bebe ha sido una completa bendición para ella y su familia, cuando en realidad, sabe que se arruinó su vida y la madre de ella se convirtió forzosamente en abuela.
Con cierto disgusto sabe que aparte de mantener a su hija, ahora hay otra boca más que alimentar.
Pasado cierto tiempo, luego de la cuarentena, se da cuenta que no quiere ser una esclava de su propio hijo, por lo que comienza a dejarle a su mamá, “el paquetito” cada vez por más tiempo.
Sale nuevamente con sus viejas amigas y es evidente que hablarán de sus nuevas conquistas. Por lo que tarde o temprano se repetirá todo el ciclo pero con diferente machito.
Ellas mismas se hacen llamar “luchadoras” y “verdaderas guerreras” cuando no pasan de ser unas mocosas irresponsables, inmaduras y calentonas, que se han arruinado la vida y lo peor de todo, es que pueden llegar a arruinársela al inocente bebé que han traído negligentemente al mundo.
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