domingo, 21 de febrero de 2016

JAMÁS SE DEFECA DONDE SE VIVE

Ya desde los albores de la Humanidad, pongámosle unos 3 millones de años, momento en que los primeros monos no bestializados, comenzaban a caminar más erguidos, sobre sus piernas. 

Prácticamente se intuía a este sabio refrán, pero que jamás fue respetado por el Hombre en toda su Historia.

El concepto básico que el ser humano nunca pudo entender, que este jamás fue el centro de la Creación, si no solo una pequeña parte de ella. Del mismo modo que Ptolomeo, en el siglo II, supuso erróneamente que la Tierra era el centro del Universo. 

Junto con varias civilizaciones y otros sabios renombrados de la época, tal como Aristóteles. 

Pero tuvieron que pasar 1400 años para que el astrónomo italiano Galileo Galilei, le dijera que eso no es así, a la Santa Inquisición romana, con aquel maravilloso y valiente “sin embargo se mueve”. 

Reitero que el Hombre como especie siempre pensó que todo giraba sobre él y que este mismo debía de aprovechar todo lo que encontraba a su gusto y según su propio criterio y placer. 

Y aunque mucha agua ha corrido bajo el puente, muchos ignorantes siguen pensando de igual modo que los hacían hace un millón de años atrás. En aquella época todo se hacía artesanalmente, utilizando apenas solo lo que se precisaba. 

Vivían de forma nómade, con muy pocas pertenencias a cuesta. Sus necesidades básicas se limitaban a lo que justamente se precisaba para ese día. 

Carne, madera, frutos eran distribuidos a toda la tribu, según la jerarquía que ocupaba dentro del clan. 

Hasta aquí todo iba de maravillas, sin embargo muchas de estas tribus nómadas, se cansaron de vagar, y optaron por establecerse cerca del agua, en pequeñas comunidades. 

A partir de allí, comenzó la deforestación y la acumulación de basura. Como se desconocía las más mínimas normas de higiene, muchas epidemias se desataron en diferentes partes del mundo antiguo conocido. 

Como el caso de la Peste Negra que prácticamente diezmó a comunidades enteras de Europa. 

Las poblaciones urbanas fueron creciendo y por lo tanto se necesitó más comida y bienes. 

La cría de ganado para consumo, no daba abasto, por lo tanto, si se pretendía comer carne no había otra forma que cazarlo uno mismo. 

Y para hacer eso, había que estar seguro que no estaban en terreno de algún gran Señor, si no la muerte les esperaba solo por cazar un venado o un conejo. 

Sin embargo, todo fue soportable hasta que llegó la revolución industrial y a partir de allí, comenzaría el principio del final. 

Con la invención de las máquinas los hombres comenzaron a producir más rápido bienes de consumo. 

Por lo tanto se precisó de más energía, representada por la insalubre y peligrosa extracción de carbón y el comienzo de la tala indiscriminada de árboles para las calderas y hogares particulares. 

El humo de las chimeneas, que multiplicaron como conejos, comenzando a contaminar el medio ambiente, ante la ignorancia de la gente, que desconocía totalmente el tema. 

Allí, más que en otras épocas de la Historia, se pudo observar la tremenda desigualdad social y el comienzo del consumismo indiscriminado. 

Esto hizo que se iniciara una loca carrera en la extracción de materias primas no renovables, que dejaron las primeras y profundas huellas de la arrogancia del ser humano. 

A partir de la década del 60, del siglo pasado, se fue acelerando la deforestación y al mismo tiempo que crecieron muchas empresas que manejaron residuos tóxicos sin el debido cuidado, por lo general con permisos amañados ni los controles correspondientes.

Como pasó con la empresa Unión Carbide India, quien en 1984 tuvo una fuga de un pesticida cuyo principio activo, el isocianato de metilo, causó 4500 muertos y más de 500.000 personas resultaron envenenadas. 

Por ese mismo tiempo, grandes empresas multinacionales iniciaron las actividades en la manipulación genética de semillas de soja y algunos cereales. 

Prometían a los cuatro vientos, acabar con el hambre en todo el mundo, proveyendo comida muy barata. Medio siglo después, nos damos cuenta como nos mintieron. 

A la par que el mercado de las semillas, que se expandía, crecía también el de los insecticidas que cada vez se hacían más y más tóxicos, ya no solo para las plagas si no que su rociado perjudicaba a los obreros rurales. 

Muchas familias que vivían en los contornos de los grandes sembradíos resultaron contaminadas. Muchos bebés nacidos de estas mismas familias lo hicieron con malformaciones realmente horripilantes. 

Pero esto es apenas una pequeña muestra de la suprema imbecilidad humana que comenzó en Hiroshima y Nagasaki, siguiendo con cientos de explosiones por todo el planeta como prueba para bombas más potentes. 

No bastó aquello del incidente Silkwood, ni las fugas radiactivas de Chernobyl, Fukujima y en el basurero nuclear de Carlsbad, en Nuevo México, porque el Hombre no aprende la lección. Continúa instalando reactores nucleares con todo el peligro que eso conlleva. 

Entre la tala indiscriminada, que se hace a razón de unas 300/500 hectáreas por día, de promedio mundial, más la contaminación de la mayoría de los espejos de agua con residuos cloacales e insecticidas con principios activos. 

Millones de escapes de vehículos de todo tipo, arrojando monóxido de carbono, hidrocarburos y óxidos de nitrógeno a la atmósfera. 

Todo esto junto con otros elementos, formaron un fenómeno llamado Efecto Invernadero, que se ha encargado de elevar la temperatura del planeta. 

Apresurando la desertificación de millones de kilómetros cuadrados y siendo mucho más visible en los polos. 

Al eliminar selvas y humedales quebró el delicado equilibrio ecológico y termino empujando a los mosquitos hacia las ciudades. 

Enfermedades que estaban ya circunscriptas como el caso del dengue o la malaria y las desconocidas zika y chikungunya, son el terror de esta segunda década. 

Todas las predicciones hechas por los escritores de ciencia ficción están a punto de cumplirse. El mismo ser humano se ha encargado de transformar un verdadero paraíso en un vertedero y ese pecado la misma naturaleza se lo está cobrando con creces.

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