Sin lugar a dudas y ni temor a equivocarme, de los tres cuerpos en que se divide el Estado, probablemente es el Poder Legislativo el más cuestionado de todos ellos.
El Parlamento paraguayo en los últimos 20 años, lenta pero inexorablemente fue concentrando en un solo edificio a los hombres con más influencia política con que cuenta nuestro país.
Hombres que se han olvidado por completo que ellos fueron colocados en ese sitial para representar a un pueblo que depositó su confianza el día que los votó.
Cosa que bien pronto olvidaron ya que el poder deslumbra y el dinero que viene con él, ciega totalmente los ojos. Saca de cada uno las pasiones más bajas y crueles que suelen albergar en el alma humana.
Salvo muy honrosas como contadas excepciones, el Parlamento tiene la hereje costumbre de transformar a supuestos buenos hombres y mujeres en seres codiciosos y mezquinos, siempre propensos a involucrarse en toda causa que le devengue buenos dividendos, de lo contrario, toda su atención desaparecerá como por arte de magia.
Muchos de ellos tienen una vida privada mucho más que cuestionable y a la que es imposible denominarla como ejemplar, sin embargo, cuando les toca hablar en el recinto dejan trasuntar que sus vidas son regidas por las más severas y estrictas normas éticas y morales.
Algunos han llevado una doble vida como la de parlamentario y caudillo mafioso regional y ligado solamente por el delgado hilo que la impunidad de su fuero les otorga.
Pero como es una corporación en donde uno protege la espalda de su vecino de banca, sea de cualquier color que ostente su ideología, ya que todos de una manera u otra están salpicados por turbios intereses económicos o de poder y donde algunos pueden ser tildados de delincuentes de hecho y otros por ser testigos de complicadas fechorías pero que no las denuncian. Por lo que se transforman en simples cómplices.
Cualquier denuncia que un particular realice, si no tiene un buen “padrino”, que la “empuje”, es probable que se pierda en los intrincados vericuetos de los pasillos del Tribunal, sin contar que alguna mano negra y juguetona mueva al expediente y lo cambie de Juzgado o simplemente pase por el Triángulo de las Bermudas.
Constantemente los políticos se quejan de los ataques tendenciosos de la prensa alegando que existe una malévola campaña de desprestigio orquestada por los medios en su contra.
Sin embargo la tan mentada transparencia que ellos pregonan, al hablar de sus respectivas gestiones, no siempre armoniza con la más estricta realidad.
Porque su comportamiento tanto dentro como fuera del recinto parlamentario muchas veces no condice con la alta investidura que ellos representan. Pero quizás lo que más molesta e irrita a la ciudadanía, sea de cualquier estrato social que fuere, es la ostentosa exhibición de la riqueza de la que hacen gala en la primera oportunidad que se presente.
Los primeros en sentirse defraudado de los parlamentarios son los mismos vecinos de barrio con los que han compartido más sinsabores que alegrías. Sin embargo desde el mismo momento en que ascienden de categoría en la escala social, se crea automáticamente una barrera que separa el antes y el después.
O sea que un repentino ataque de amnesia los invade volviendo a los amigos y desconocidos en perfectos extraños.
Son muy pocos los que se quedan a vivir en el mismo vecindario, por lo general, al poco tiempo se mudan hacia barrios residenciales de elevado precio el metro cuadrado.
Luego se podrá observar un ejército de albañiles trabajando muy duro hasta los domingos incluido, para ver en poco tiempo después verdaderas mansiones dignas de algún príncipe oriental.
Claro, muy lejos de aquel humilde ranchito de madera con techo de fibrocemento, donde vivía con toda su familia desde siempre hasta acceder a su privilegiado cargo.
Luego aparecerán lujosas camioneta 4 x 4, hermosas granjas totalmente equipadas, algún que otro departamentito en Punta del Este, seguidos viajes al exterior, sin contar con una impecable vestimenta de alta gama.
Tienen demasiados privilegios incluso no hacer el trabajo que le corresponde, ya que muchos ni siquiera promueven ni cinco proyecto de ley por año.
Sin embargo sancionan una ley en donde se exige el tratamiento de “Honorable”, para su investidura cosa bastante hipócrita ya que todos sabemos que esta palabra significa: “Digno de ser honrado o acatado”, y que a la mayoría llamarlos así les queda bastante grande, “como ropa de finado”.
Si hacemos un ligero repaso de los titulares de los diarios de difusión nacional nos da una buena idea en la que estos emplean su tiempo y que no condice con lo que debería ser su comportamiento parlamentario.
Se los acusa de tráfico de influencia, comercio de votos, se asignan a sí mismos dietas y elevan sus beneficios a voluntad, derrocan o ungen presidente según sus propias conveniencias.
Otorgan pensiones graciables a quienes no las merecen, nombran a “zoqueteros” mediocres debido a presiones externas, proyectan leyes disparatadas, llenas de baches jurídicos que a veces se contraponen a otras ya promulgadas y que sirven solo para confundir.
Algunos usan como escudo la impunidad que les otorga su fuero, solo para delinquir. Es por eso que la población ya no confía en ellos, por las reiteradas estafas a la credibilidad.
Solo defienden sus propios intereses, no importándoles como le vaya al país. Derrochan el dinero del Estado, que al fin de cuentas es del contribuyente que lo paga sus impuestos.
Con esta cubre sus gastos electorales y los honorarios de su amplio séquito de aduladores. Se oponen rabiosamente a la rendición de cuentas de sus gastos reservados.
Y recurrirán a cualquier tipo de maniobra oscura para no entregar su Declaración Jurada de Bienes, ya que eso delataría con cuanto asumen su gestión y cuanto han acumulado al dejarla. Se ofenderán ante cualquier insinuación al compararlos con Alí Baba y los 40 ladrones, al final de cuentas, ¿cuál es la diferencia?
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