Según las estadísticas proporcionadas por las Naciones Unidas y varias ONGs nacionales y extranjeras, nos están indicando que los índices de muerte en accidente de tránsito se ha cuadruplicado en los últimos 15 años. Por lo que se ha transformado en la primera causa de muerte, superando al cáncer y a las enfermedades cardiovasculares.
Para que los lectores de este humilde comentario tengan la verdadera magnitud de lo que realmente sucede, es que de cada 100 choques producidos en accidentes de tránsito, el 65% de ellos resultan irremediablemente fatales.
Otra fuente confiable asegura que la mayoría de los accidentes ocurren los sábados y domingos de 0 a 6. El 58% de las personas declaran que no ceden el manejo de su vehículo a otra persona
En Paraguay, según el Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social, mueren, por día, tres jóvenes alcoholizados, en accidentes de tránsito. Por lo tanto es realmente preocupante la enorme cantidad de jóvenes que bebe alcohol y todas estas cifras tienden a incrementarse año a año, a pesar de las todas las campañas viales hechas.
Ni las dantescas fotos donde se pueden observar gran cantidad de vehículos y personas mutiladas, los asusta. La gente no se inmuta para nada, ya que pareciera que lo tomara como una broma.
Los expertos en seguridad vial aseguran que existe una relación directa entre jóvenes, alcohol y accidentes. En el 77 % de los casos son hombres. De cada 100 accidentes de tránsito, 75 % lo protagonizan jóvenes entre 14 a 35 años.
En Estados Unidos el límite legal de alcohol en sangre es de 0,8 gramos en los conductores de autos particulares, en Argentina como en la mayoría de los países de la región oscila en un promedio del 0,5.
Si bien este problema es de carácter mundial, en Paraguay tiene características propias ya que en nuestro país se combinan dos de los componentes que explican porque las cifras se han disparado. El primer componente lo da el aspecto cultural que es la bebida y el segundo lo otorga la impunidad permitida por los que controlan el cumplimiento de las leyes.
En nuestro país, el culto a la bebida alcohólica se remonta hasta antes de la llegada de Colón a estas tierras. En la civilización guaraní cualquier acontecimiento familiar, religioso o militar era motivo para una fiesta y esta no era tal si no estaba bien regada con chicha de maíz o de sandía. Desde aquellos tiempos hasta la fecha casi nada ha cambiado en este aspecto.
Los padres por lo general ven con buenos ojos que sus hijos comiencen a beber a temprana edad. Incluso muchas veces lo alientan a que así lo hagan. El 85 % de los jóvenes no beben durante la semana, pero durante sábado y domingo cubren muy bien su generosa cuota alcohólica.
En el caso que nos ocupa no sería la bebida el problema en sí, si no la negligencia de conducir luego de haber ingerido una buena cantidad de alcohol.
El aparato judicial y policial se encuentra en un estado tal de corrupción que es muy difícil impartir justicia. Desde el primer paso que es el test de alcoholemia hasta llegar al último que es el mismo fallo judicial pueden estar viciados de nulidad ya que es muy sencillo observar a los ciudadanos de primera y los de segunda categoría.
Mientras como los primeros solucionan con una velocidad espantosa su salida airosa del problema, los de segunda categoría pagaran seguramente todos los platos rotos, solo por ser pobres. Se hace bien notorio el débil equilibrio que existe en la balanza de la justicia paraguaya.
En una encuesta hecha en Asunción, por una conocida ONG alemana, nos cuenta que sobre un total de 496 conductores, el 47 % no sabía cuál era la tolerancia permitida para manejar. Y el 58% ignoraba cual era el tiempo real que debía transcurrir para que pasasen los efectos nocivos del alcohol.
Y tocando precisamente este espinoso tema tenemos que el hígado apenas elimina aproximadamente entre 0,15 y 0,2 gramos de alcohol ingerido por hora. Y en realidad no existen fórmulas mágicas para sacarlo rápidamente de la sangre: "Ni café, ni ducha de agua fría, ni tomando aceite".
Para el sociólogo y psicólogo danés Frederick Petersen, asesor en muchas de las campañas de concientización que se hacen en Europa sobre el tema, nos dice que: “La bebida tiene mucho que ver con cuestiones sociológicas y culturales: ser joven implica ser socialmente un transgresor, que lo excita el hecho de superar todos los límites establecidos.
Y cuando se encuentran reunidos en grupo se produce el fenómeno del envalentonamiento que los hace mucho más peligrosos a cada uno de los integrantes. También los excesos de alcohol los vuelve mucho más desinhibidos, por lo que se animan a desafiar a las reglas y normas reguladoras.
Los jóvenes utilizan los fines de semana para consumir alcohol como si fuera una panacea que soluciona sus problemas, y luego salen a la calle manejando".
Para el español Fabio Campoamor, asesor especializado en accidente de tránsito del gobierno español dice que: “El alcohol les genera a los jóvenes el efecto engaño: con un trago, el adolescente se siente mucho mejor, más lúcido y más fuerte.
Al punto que dicen "cuanto más tomo, mejor manejo", y tienen la errada noción que los accidentes graves "le pasa a otro".
Entre los efectos que el alcohol produce en el organismo de un conductor es que se pierde el 60 % de los reflejos, la noción de la distancia entre dos puntos, pérdida de la concentración al conducir, la firmeza en el pulso, y esa horrible sensación de sopor donde los parpados se vuelven de plomo, entre otros efectos negativos.
Los riesgos se multiplican aún más cuando el individuo tiene bajo peso, ya que el efecto es mucho más rápido. Dependiendo siempre de la cantidad y el grado de alcohol de la bebida.
El riesgo se duplica si se consumen ansiolíticos, miorelajantes o antigripales porque los efectos se tornan tóxicos, pudiendo producirse, en el peor de los casos, un coma alcohólico.
El 75 % de los accidentados quedan con graves secuelas de las cuales muchos jamás se repondrán, sin contar con los millones invertidos en su recuperación. Siendo mucho mejor ante los primeros síntomas, tomar un taxi para volver a casa.
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