Los otros días, mirando un programa de televisión, observé divertido, como un entrevistado se ponía nervioso ante las agudas e incisivas preguntas que le hacían, a este personaje, un numeroso panel de periodistas, todos conocidos y de larga trayectoria en la profesión.
La mayoría de las preguntas giraban sobre cuán buena era su gestión comparándola con la del funcionario sucedido, teniendo en cuenta las ácidas críticas, que este hacía de aquel. El hombre intentaba evadir todas las consultas que los informadores le hacían. Había algunas preguntas tan directas, disparadas a quemarropa y otras, simples insinuaciones dirigidas a un presunto enriquecimiento ilícito.
Era gracioso, verlo revolverse de rabia, en su asiento, y tratando de disimular su indignación, ante sus interrogadores y las cámaras de TV. Seguro que en las casas, estarían atentos a las preguntas y respuestas como en un partido de tenis, mirando hacia un lado y luego al otro. Claro que se sentía molesto, cualquier ser humano lo estaría, si es que tiene sangre en las venas.
Es parte indiscutible del ser humano, el morbo que tiene dentro de sí. Cuando el hombre presencia un acto en el trapecio, no desea admirar el artista de la altura, como evoluciona en sus piruetas y con asombrosa agilidad plástica, saltar de trapecio en trapecio, desafiando a la muerte. No, desea abiertamente, en lo más profundo de su ser, que las manos sudadas del trapecista, se resbalen, que no pueda sujetarse y caiga al vacío sin remedio.
Se lamentará hipócritamente por verlo destrozado en el suelo, ante cualquier persona que le sirva de testigo, y así canalizar su culpa, pero en el fondo, esa era su expectativa. Ver la sangre del artista en el medio de la pista y el ulular de la sirena. De la misma manera, la gente espera ansiosamente que el político caiga en contradicciones y los periodista expongan a la luz, todos sus trapitos sucios.
Otra forma de ver el morbo en el homo sapiens, es la descontrolada difusión en los medios masivos de comunicación, únicamente aquellas noticias que contengan asesinatos, sexo, triángulos amorosos y si estos son de personas conocidas, mucho mejor, coimas variadas de funcionarios influyentes, intimidades escabrosas de las “botineras”, y difundir los secuestros y los datos que tengan que ver con el lugar donde se encuentra el “aguantadero”, y así poner en aviso a los delincuentes.
Esto forma la cadena del morbo, porque la noticia buena no vende. ¿A quién le interesa que chicos del Chaco tengan Internet, en sus escuelas? o que produzcan el alimento necesario para su merienda dentro del predio escolar.
Que un artista paraguayo obtenga un premio en el exterior o que si se reconvierte la industria textil pirata, encontraría buenos mercados en el exterior; por ejemplo.
A nadie, solo vende lo inmundo, lo bajo y lo indigno. Si es posible con letra catástrofe. Porque saber cuántos hijos aún no se le han descubierto al presidente tiene más “punch” que interesarse por los becados en el extranjero que regresan para capacitar a otros jóvenes. Esto último se pondría en algún huequito perdido y con letras bien chiquitas, porque esto no da consumo. A mayor cantidad de pechos y nalgas a todo color que se publique, menos materia gris se encontrará en los lectores.
Es por esto que un medio que difunda buenas noticias, no duraría en el mercado ni dos meses. Las críticas malsanas y el intercambio de insultos es muy “fashion”. Ahora bien, una figura pública debe estar preparado para soportar todo el chubasco que se les venga y de esto no hay salvación.
Se los acusará de cuanta locura o bajeza exista en el planeta, con razón o sin ella, eso no importa, siempre hay tiempo para rectificarse o negarlo hasta el fin. Tampoco importa que el sujeto quede embarrado hasta el cuello o se lesionen sentimientos personales de terceras personas inocentes.
Ese es el riego que se corre al entrar al gran juego de ser famoso. De salir abruptamente del anonimato y darse a conocer. Esas son las reglas de juego o el precio que hay que pagar por ser famoso: la pérdida total de la intimidad y el roce cotidiano con la difamación.
Ahora, si esto no le gusta, entonces quédese tranquilo y bien calladito en su casa e intente ser una persona normal, porque insultos y críticas son parte de la cosa y como para terminar les dejo un viejo cuento que no por viejo es menos cierto y dice más o menos así:
Cierto día, un hombre, su mujer y su hijito, van de paseo con su burro. Llegan a un pueblo, y la gente comenta: “Mira ese niño maleducado, viaja sobre el borrico mientras sus padres caminan.” Entonces, la mujer le dice al esposo: “Qué nadie hable mal del niño. Sube tú al burro”. Se baja el niño y sube el hombre.
Al llegar a otro pueblo, la gente comenta: “Qué sinvergüenza, un niño y una mujer tirando del burro, y él, cómodo encima.” Entonces, sube ella al burro y padre e hijo tiran de las riendas. Al pasar por el tercer pueblo, la gente dice: “¡Pobre ese hombre!, que trabaja todo el día, y ese niño con semejante madre desconsiderada.”
Deciden entonces subir los tres al burro, y continuar el viaje. En el pueblo siguiente, escuchan que dicen: “¡Que bestias, son más bestias que el burro, con el peso de los tres, lo van a partir en dos al pobre animal!” Al escuchar esto, bajan los tres y caminan junto al burro. Al pasar por el pueblo próximo, no pueden creer lo que escuchan: “¡Mira a esos idiotas: caminan, en vez de montar al burro!”
Cansados de no conformar a la gente, el hombre se ríe, y besa a la mujer. Esta besa al hijo y el hijo acaricia al burro, que rebuzna de alegría. Los cuatro marchan felices olvidando quién monta encima del burro.
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