Actualmente nuestro vecino, Argentina, se está dando un fenómeno muy interesante de analizar, que no es nuevo, pero que sí se da en ciertas situaciones límites y cuanto los estamentos del Estado, destinado a tal efecto, no cumplen con efectividad su función específica.
Estoy refiriéndome al mismo acto de linchamiento por parte de los vecinos de un barrio, cuando encuentran “infraganti”, a un delincuente.
Este es un tema sumamente delicado e inclusive con implicancias religiosas, políticas, éticas y jurídicas entre otras. Por eso se lo debe tratar con cuidado para no herir susceptibilidades, sin embargo aquí, se superponen intereses de quien escribe este humilde comentario, por lo que de ninguna manera las siguientes líneas puede llegar a ser totalmente imparcial.
Todos alguna vez hemos sido asaltados, por uno o más delincuentes, y un hecho así, tan puntual, no es algo que se pueda olvidar tan fácilmente, al contrario, las secuelas que esto conlleva trae perturbaciones mentales pasajeras o crónicas, dependiendo de la violencia sufrida durante el atraco.
Muchas personas solamente la podrán superar con la ayuda profesional de un psicólogo.
Algunos simplemente lo toman como una anécdota más en su vida y otros, muy impresionados y con un temor que los atenaza a sus casas, donde se encierran bajo cuatro llaves y por nada del mundo quieren abandonarla.
Lo que más molesta es esa maldita sensación de encontrarse totalmente indefenso e impotente ante un haragán que en vez de ir a buscar trabajo, opta por lo más fácil; sacarle algo a un ocasional transeúnte, que sí ha trabajado mucho tiempo para conseguir algo que deseaba o necesitaba.
El general argentino Manuel Belgrano dijo sabiamente, en cierta ocasión que: “El modo de contener el delito y fomentar las virtudes es castigar al delincuente y proteger al inocente”. Mientras tanto, es una cuestión de tiempo que aquella moda sea traída a estas queridas tierras, donde las condiciones básicas son muy similares a las de nuestro vecino.
Aquí, en Paraguay, cientos de malhechores delinquen diariamente, saturando completamente a la fuerza policial, las cárceles rebasan sus posibilidades edilicias en un 500 %.
Por lo que es común otorgarles prisión domiciliaria o penas leves a los que no tienen dinero y a los que sí, es posible que entren por una puerta y salgan sencillamente por la otra.
La inseguridad provoca un temor tan grande, en la población, que las casas ahora se han parapetado detrás de pesadas y gruesas rejas.
No contento con esto, los dueños han llenado sus hogares de porteros eléctricos, cámaras de seguridad, sensores de movimiento, perros grandes con dientes enormes y poco amistosos.
Guardia de seguridad, armado hasta los dientes, las 24 horas del día, luz de emergencia con llamado automático a diez direcciones.
No siempre en la casa se obtiene toda la seguridad deseada, ya que hubo muchos casos en que los delincuentes, atraídos por la música y el bullicio de algún acontecimiento, entraban a la vivienda y para sorpresa de todos, los “desplumaban” todos sin piedad.
La cantidad infinitas de modalidades que otorga la delincuencia, ha hecho casi imposible salir a la calle.
Si no lo atraca un “motochorro”, es factible que sea atrapado en algún solitario cajero automático.
Si bien el secuestro “express” hoy ha caído en desuso, como todas las modas, bien puede ser que vuelva en el momento menos esperado.
Desde los rateros nocturnos que entran furtivamente en los patios para llevarse cualquier cosa que puedan vender, pasando por los osados “caballos locos”, que trabajan en la modalidad del arrebato, los “carteristas” que invaden los colectivos urbanos, especialmente en los horarios pico.
Mujeres bien vestidas que entran a determinados negocios y mientras una distrae a la vendedora la otra sustrae ropa, celulares o cualquier cosa de valor que sea vendible fácilmente.
Niños de la calle, algo ya creciditos, que a punta de cuchillo despojan a víctimas desprevenidas en lugares solitarios.
Pseudos vendedores o limpiadores de vidrios de autos, que aprovechan los semáforos en rojo, para atracar a los desprevenidos conductores que tienen bajas las ventanillas de sus vehículos.
Todos estos actos son los que generan violencia, en la memoria de la gente común, y que se van acumulando especialmente cuando estos hechos se tornan reiterativos. Ellos hacen que el pueblo deje de ser pasivo y estalle con innegable furia.
Cuando en un momento dado me preguntaron que opinaba sobre esto, yo les respondí que: "LA JUSTICIA POR MANO PROPIA NACE CUANDO LA JUSTICIA NO HACE JUSTICIA".
No siempre los asaltos terminan solo en eso, es decir en un simple robo. Por desgracia muchos delincuentes por ser primerizos en sus andanzas, se exceden en la violencia hacia la víctima, aún teniéndola reducida. Sus nervios y miedos no siempre son atenuados por las drogas o estupefacientes consumidos previos al verdadero incidente.
Todo sucede de esta manera hasta que la pasividad o el temor de la gente se transforma en furia ante tanta impunidad reinante, por parte quienes deberían impartir justicia.
Como a esta no se la puede palpar, entonces la gente acorralada por tanto miedo, comienza a actuar con dureza, dando rienda suelta a toda la rabia reprimida por tanto tiempo. Hasta un ratón acorralado actúa como un león cuando ve su integridad en peligro.
Nunca he sido partidario de la violencia, y no voy a comenzar precisamente a esta altura de mi vida. Siempre he pensado que con ella solo se genera mucho más violencia y la Historia lo ha probado cientos de veces, ya que el resultado es peor que la misma enfermedad.
Sin embargo, una buena paliza otorgada cuando el delincuente es atrapado me resulta totalmente satisfactoria como un interesante método de disuasión ante futuros ataques.
Lamento que todos aquellos inútiles defensores de los DDHH me contradigan, pero estoy cansado de verlos defender a los delincuentes en menosprecio de las indefensas víctimas. Al final de cuentas también es una forma de hacer Justicia.
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