lunes, 28 de abril de 2014

LA TECNOLOGÍA NO TE VUELVE IDIOTA

Muchas cosas suceden a nuestro alrededor y no siempre nos damos cuenta de ello. Nuestras preocupaciones cotidianas, por lo general nos tiene la cabeza sumergida en un sinfín de problemas domésticos, que si bien no nos asfixian, son realmente incómodos y molestos. 

Por lo tanto, resulta lógico que no veamos lo obvio, por culpa de la infaltable venda que produce el estrés. 

Aprovechando uno de estos últimos fines de semana, fui con una de mis alumnas y su esposo, a la vecina ciudad de Foz de Iguazú, para dar una vuelta y probar una pizza, en uno de los tantos shoppings de allí. 
Y puedo afirmar con total seguridad que durante las tres horas y media en que estuvimos disfrutando esa estupenda noche, no vimos a nadie con un aparato celular en sus manos. 

Eso fue lo que despertó mi total curiosidad. Me había acostumbrado en CDE, a ver a varones y mujeres prendidos a sus teléfonos como huérfanos a la teta. Caminando por las calles como “zombies”, totalmente hipnotizados por las pantallas de sus celulares y abstraídos por completo del enorme mundo que los rodea. 

Como si la tecnología en vez de evolucionarlos, los hubiera empujado a un pozo muy obscuro del cual no pueden o no saben salir. 

Nadie puede negar lo práctico y cómodo que es este maravilloso invento, ya que desde el mismo momento que logró su total independencia del esclavizante cordón que lo ligaba a la pared, provocó una verdadera revolución. Nos permitió adelantarnos al futuro y estar en todos lados, sin movernos de casa. 

Hace dos décadas atrás eso era algo impensado, solo ocurría en las películas de James Bond.

Nadie en su sano juicio podía afirmar que un aparato con esas características, podía masificarse y que hasta el más humilde de los mortales llevaría en sus bolsillos, dos de estos maravillosos artefactos. 

Hoy en día la sofisticación ha llegado a tal punto que se puede ver un canal de TV, bajar información de Internet, filmar acontecimientos, grabar voces, y mil opciones más. 

Por lo tanto no es de extrañar que dentro de poco tiempo, también cocinen chipa y ceben un frío terere. 

Actualmente se ha constituido en un elemento indispensable dentro del desarrollo de la vida moderna. Sin embargo, su constante uso ha generado una dependencia tal, que ya se considera en un simple vicio. 

No existe ninguna moderación en su uso y el abaratamiento de las tarifas, por parte de las empresas, ha contribuido a empeorar definitivamente, el abuso ya antes mencionado.

Según un estudio hecho por una muy conocida universidad de EEUU, cuyos informes aún no son concluyentes, nos anticipan que tendremos dentro de un par de años, toda una generación de ciegos, ya que su uso constante, y con luz inadecuada, podría, con el tiempo, producir una paulatina e irreversible pérdida de la visión. 

Pero esto no es lo peor. Lo realmente negativo y asustador, es que la gente permanece por horas, como embrujada ante la pantalla del celular. Con una actitud muy similar a la de un autista. 

He visto a muchos adolescentes y los que ya no lo son tanto, mover los labios casi imperceptiblemente, como en un estado de trance místico, y en donde es muy difícil llegar a despertarlos. 

Esta gente que se ha tornado “celular-dependiente” siente impulsos irrefrenables de “chatear”, a tal punto, que es imposible detener su irracional acometida. Cuando por un caso fortuito, no pueden estar con el celular encima o bien este no funciona, el poseedor de dicha maravilla se vuelve como loco, totalmente perdido e increíblemente indefenso y desconectado del mundo. 

En el caso que todo funcione bien, será realmente difícil que ellos miren a tu cara mientras usan el aparatejo, porque sólo tienen ojos para su querida y adorada pantalla. 

Es imposible mantener una conversación fluida y coherente con estos fono-adictos debido a que cada dos ó tres minutos recibe una nueva llamada y uno que está por decir algo, debe tragárselo ó esperar con paciencia otra oportunidad, si no se olvida uno lo que estaba por decir. 

Y aunque ellos no lo sepan, están tan enfermos como un adicto al alcohol, al tabaco, a las drogas y si no reciben una rápida ayuda, el sujeto puede caer en extremos jamás impensados. Por ejemplo, no estar atento al cruzar la calle ó conducir mientras se está hablando o marcando la llamada. 

También despierta el interés de aquellos ladronzuelos prontos a atacar a las posibles víctimas, que por lo general son adolescentes tontas, que se pasan todo el santo día, chateando con algún badulaque. 

La gente que no se desprende del celular, ni cuando se encuentran sentados en el inodoro, es realmente digna de lástima. Este dichoso aparatito ha llegado a cambiar el estilo de vida de toda esta última generación. 

Me acuerdo que en mi juventud, lo primero que hacían las jovencitas, al despertarse, era ir a lavarse la cara y luego lavarse su ropita interior. Hoy en cambio, apenas con uno de los ojos abiertos, ya empieza a manosear su celular con una libidinosa maestría, digna de la mejor amante. 

Retomando el tema iniciado al principio, aquella experiencia con la gente de Foz de Iguazú, me dio mucho en que pensar y así sacar mis propias conclusiones. Primero, nuestro pueblo está tan enfermo que no ve sus propias insanias y esta es una de ellas. 

Segundo, no es la tecnología quien fomenta el “autismo” o sea la nula comunicación entre seres humanos, si no nosotros mismos, los que la promovemos, y tomamos a esto como si fuera una maravilla en vez de una enfermiza alienación 

La tercera razón, es el abuso de lectura de las letras tan pequeñas, así como el brillo de la pantalla, que producen, con el mero correr del tiempo, una sensible disminución de la vista, acompañado de constantes jaquecas. 

Cuarto, la ansiedad que provoca la espera de recibir alguna llamada, origina una total dependencia al aparato, lo que conlleva a cambios de comportamiento y de humor. 

En mi caso personal, he dejado de ver a muchos queridos amigos, justamente por esta espantosa manía adquirida y que considero una total falta de respeto, cuando uno le habla y el otro sin levantar la vista, te ignora totalmente embobado ante una muda pantalla brillante. 

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