miércoles, 7 de enero de 2015

LOS ESCRITORES Y SUS ENFERMEDADES

Muchos piensan que los escritores son inmunes a todos los contratiempos, de la vida cotidiana, que son seres etéreos, casi mágicos, de una perfección divina y de una total infalibilidad. 

Que se encuentran mucho más allá del bien y del mal y que nada de la vida terrenal los puede afectar. 

Estos conceptos que la gente tiene de ellos, están alejados de la realidad. 

Ellos son tan mortales como nosotros, se ponen los pantalones una pierna por vez, cuando se cortan sangran y cuando hacen sus necesidades fisiológicas, del sanitario no emanan fragancia de rosas.

El escritor no ha bajado del Olimpo ni se codea con los dioses, porque solo es un ser humano. La única diferencia es que posee un don muy especial. 

Una hipersensibilidad que lo conecta con un mundo mágico y que trata de todas maneras, de hacérselo llegar a sus lectores. A veces lo logra y otras no, dependiendo del lenguaje que emplee.

Pero eso sí, todos los escritores tienen un denominador común, esa hipersensibilidad no siempre les juega a favor.

Así como vive sus triunfos con una euforia desbordante, luego pasa a la profunda depresión con el fracaso, sin parada intermedia. 

La locura, la bipolaridad, el delirium tremens, los desbordes con el alcohol y las drogas, la promiscuidad y todas las enfermedades que esto conlleva, los desplantes, la irritabilidad, los cambios bruscos de humor, la difícil vida de relación con el entorno familiar, el espíritu rebelde que lo hace inadaptable socialmente, la incomprensión familiar que no entiende el arte y lo ve como pérdida de tiempo o sin un futuro próspero. 

Sin embargo, a pesar de soportar todo el tiempo estas presiones, nos legaron su talento y su conocimiento, aún con el dolor físico o espiritual que los desgarraba por dentro.

Se sobreponían a sus males por ese poder interno que los impulsaba a crear, a pesar de sus males pero también de la incomprensión de los editores, críticos y lectores acostumbrados a escribientes mediocres que transitaban carriles conservadores. 

John J. Ross, médico del Brigham and Women’s Hospital, de Boston, atendía a Herman Melville (autor del “Moby Dick”) y le diagnosticó hipersensibilidad óptica, lumbago casi crónico e indicios de bipolaridad.

Soportó un drama familiar, críticos despiadados, profundas depresiones, constante estrés, alcoholismo, insuficiencia cardíaca y la dolorosa artritis, aún así escribió “Billy Budd”, su obra maestra final, mostrando toda la claridad de su mente. 

El llamativo silencio de los últimos años de Shakespeare (autor de “Hamlet”) bien pudo ser por intoxicación con mercurio utilizado para tratar la sífilis. James Joyce (autor de “Ulises”) sufría de gonorrea, cuyo tratamiento en la época era doloroso e inútil.

Las tres hermanitas Brontë, Charlotte (autora de “Jane Eyre), Emily (autora de “Cumbres borrascosas”) y Anne (autora de “La inquilina de Wildfell Hall”) padecieron de la maldición familiar: la tuberculosis. 

El poeta irlandés y Premio Nobel, William Butler Yeats (autor de “El violinista de Dooney”) padecía severos ataques de brucelosis.

Hay que comprender que en aquella época no existía la más mínima noción sobre que eran los gérmenes, virus y bacilos y que enfermedades las causaban.

Ni hablar de quirófanos y mucho menos de estar esterilizados. La anestesia era precaria y no siempre eficaz. Aun la penicilina y los antibióticos no existían. 

Jack London (el autor de “Colmillo blanco”), era un hombre muy alto y agraciado según las mujeres de la época. Padecía gota, cálculos renales, escorbuto y nefritis.

Se auto-medicaba constantemente para paliar sus dolores terribles. Usaba un coctel de morfina y atropina que fue lo que terminó por minar su salud. 

Para el joven Edgar Allan Poe (autor de “El cuervo), un escritor debía ser alcohólico, ya que eso le daba categoría. Bebía diariamente y los fines de semana, el doble.

Su muerte es un misterio. Fue encontrado en la calle delirando, con ropas ajenas y llevado a un hospital, donde murió a las pocas horas. 

Otro Premio Nobel que padecía graves trastornos mentales, era Ernest Hemingway (autor de “El viejo y el mar”), incluso bipolaridad y narcisismo.

Sin embargo fue el alcoholismo, el responsable que aquellos síntomas de deterioro mental se agravaran.

Paso mucho tiempo internado en un centro psiquiátrico. Poco tiempo después de salir, se suicidaría con un tiro de escopeta. 

Aunque parezca ridícula la pose de Poe, de creer que siendo un alcohólico o un drogadicto se podía lograr transformarse en un buen escritor, cosa absurda, esa era la forma de verlo de muchos escritores.

Así lo creían Omar Khayyam, Baudelaire, Fitzgerald, Ellroy, Dorothy Parker, por citar sólo unos pocos. 

El escritor nunca será mejor por adoptar poses de moda, si lo será por el amor y el empeño que ponga al hacerlo,

Cuando tiene ese toque nada ni nadie impedirá que se destaque, aún con las enfermedades adictivas, o porque la naturaleza no fue pródiga o las circunstancias le hayan ocasionado un grave accidente.

Se puede nombrar los casos de la ceguera de Milton, que Cervantes quedara manco después de la batalla de Lepanto, la cojera de Byron, la polio de Walter Scott, la espalda deforme de Leopardi, la epilepsia de Dostoievsky, la precaria salud de Dashiell Hammet o la locura de Virginia Woolf. 

Muchos problemas familiares repercutieron negativamente en la producción literaria, de Lord Byron (autor de “El corsario”), quien a raíz del abandono del padre al hogar del escritor, la madre descargó todo su odio contra el niño.

Lo que provocó que este se vengara estúpidamente de las mujeres.

Desde muy pequeño, Herman Hesse (autor de “Bajo la rueda”), padeció los claros síntomas de la bipolaridad, que junto con la rebeldía adolescente, provocaban duras peleas con quien se le acercara.

Ingreso a una clínica mental, a los 15 años tras un intento de suicidio.

Esto acrecentó su resentimiento. Transmitiéndola a la mayor parte de su obra, aunque a final de su vida pudo superar su esquizofrenia. Nada le impidió obtener el Premio Nobel en 1946. 

El escritor no necesita de alcohol o drogas para escribir ni vestirse con ropas estrafalarias.

Un escritor es también una especie de peón que se sienta ante su computadora y construye como un albañil, un castillo de nubes.

No importa que llueva, truene, haga frío o calor, porque el que lo hace no depende de la inspiración. 

El verdadero escritor ya sabe lo que tiene que hacer; sentarse y empezar a digitar. Es un trabajo muy solitario pero no ajeno a pedir opiniones. Pero por sobre todo, arrojar de sí, toda pizca de arrogancia, ya que el bajo perfil nos hará llegar mucho más lejos, de lo que suponemos.

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