No existe ninguna persona en el mundo, que pase 24 horas sin que diga una sola, de las llamadas malas palabras. Ya sea por enojo consigo mismo, como una exclamación o bien como insulto.
Ellas son las que ponen la sal en nuestro lenguaje diario, independientemente en el contexto en el que se las digan.
Siempre les dije a mis alumnos, que todo depende del ángulo desde el cual se observe a un objeto y de allí, podrán notar muchas pequeñas verdades relativas. Sobre este o cualquier otro tema.
Desde mi perspectiva, no veo la cosa tan terrible ni catastrófica como la pintan.
Quizás la primera impresión les suene algo fuerte al oído, sin embargo esto se lo atribuyo a cientos de años, en la que fuimos educados, en una completa represión victoriana.
Lo que ha fortalecido por completo nuestro lado hipócrita. Muchos se rasgan las vestiduras y miran al cielo como pidiendo protección divina, santiguándose al mismo tiempo.
Eso es porque es una manera de estar previniendo tener que pasar una larga temporada allá abajo, donde hace mucho calor eternamente.
Pienso que decir malas palabras no tiene nada que ver con la procacidad, el bajo nivel cultural o la influencia de pésimas compañías.
Es un grito ahogado de rebeldía, que desafía a una sociedad pacata y necia que se ruboriza por estupideces y que omite los temas verdaderamente importantes a debatir.
Una sociedad que prefiere prohibirle decir “malas palabras” a sus hijos, y al mismo tiempo esconderle, a estos mismos, la realidad con que tendrán que convivir, apenas salgan del nido paterno.
Si ponemos un poco de atención y le dedicamos un par de minutos para pensar, se darán fácilmente cuenta que el verdadero origen de las famosas malas palabras son nada más y nada menos que nuestras partes púbicas y zonas de influencia.
O bien se trata de la honorabilidad de nuestra madre. Ya desde la misma Biblia se comenzó a batallar en su contra, diciéndonos que ese era un área pecaminosa.
Las tres religiones monoteístas se ensañaron con ellas, a tal punto, que prácticamente durante varios siglos, la gente tuvo que bañarse vestida, para no ver su propio cuerpo.
Los psicólogos encontraron que ese pequeño sector de nuestro cuerpo, era el causante de casi todos nuestros males libidinosos y propulsor abyecto de los impulsos que causaban los “bajos instintos”, no aclarando cuales eran los altos instintos.
Tanta represión victoriana fue causando frigidez femenina e impotencia masculina.
Lo triste del caso es que aún entre los mismos esposos no se tocaba este delicado tema. No solo por ser tabú sino por habérseles enseñado que eso era sucio y pecaminoso.
Tuvo que pasar un siglo para que Master y Johnson diera vuelta a todos los viejos conceptos y encarrilara las ideas hacia terrenos mucho más lógicos y reales.
Se comenzó por sacar toda la basura mental escondida bajo la alfombra, durante milenios.
Ahora son pocos los que se sonrojan ya que ha ocurrido una verdadera revolución en la sociedad, liberándose de casi toda atadura.
De la castración puritana ha pasado súbitamente a un libertinaje sin pasos intermedios.
Los mismos medios masivos de comunicación se han encargado de difundir el nuevo mensaje.
Compiten entre sí por quien dice más groserías. Ojo, usé la palabra grosería, que es cuando una palabra de las llamadas fuertes, es usada totalmente fuera de contexto, solo por el mero uso gratuito de utilizarla.
Como por ejemplo, las letras de algunas nuevas canciones, especialmente a las del reggaetón duro, que son las que asesinan drásticamente al dulce romanticismo.
Y a pesar de eso, las mujeres jóvenes se vuelven locas y repiten esas letras hasta el mismo cansancio.
Pero cuando se las dice en alguna que otra obra teatral o cinematográfica, así porque si. Tal vez por un puro y estúpido esnobismo arrogante, se enojan y ofenden.
De ninguna manera las voy a defender, a pesar que las digo repetidamente durante todo el día, sin embargo solo en cuatro de mis cuentos las he colocado; dentro una producción de 580 cuentos y más de 500 comentarios de 1200 palabras cada uno.
Eso significa que las malas palabras deben de estar dentro de su propio contexto y una buena justificación para colocarlas.
Las mal llamadas malas palabras, simbolizan una buena parte de la presión que cualquier persona está sujeta, en el normal ajetreo del día a día.
Cuando las arrojamos de nuestro interior, estamos descargamos nuestra estresante tensión, ya sea porque estamos enojados.
O bien nos dimos un martillazo en el dedo, sentimos impotencia ante un problema que nos supera.
Por lo tanto, las malas palabras cumplen la función de un laxante, ante un estreñimiento anímico-espiritual.
Lo que no comparto es cuando las malas palabras deben cumplir la triste función de ofender a un semejante, o bien de degradar y humillar a un eventual contrario.
Y mucho menos cuando se las destine únicamente para herir o lastimar los sentimientos de otro ser humano.
A esto si lo considero una total bajeza, que va mucho más allá de las palabras groseras.
Pero a pesar de que ellas tienen cierto tipo de resistencia, puedo alegar en su defensa que mi manía de ser un “bocasucia” ha sido compartida por escritores de la talla de Don Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, José Agustín, Carlos Fuentes, Enrique Serna, Gabriel García Márquez o Camilo José Cela.
A esta pequeña lista se le agregarían Henri Miller con su “Trópico de Capricornio” y la mayoría de los escritores norteamericanos de la fantástica generación perdida.
Finalmente el humorista gráfico argentino Roberto Fontanarrosa (“Inodoro Pereira”) comienza diciendo en el III Congreso Internacional de la Lengua Española, llevado a cabo en noviembre de 2004 en Rosario.
Al referirse a “las malas palabras”: “No voy a lanzar ninguna teoría. Un congreso de la lengua es un ámbito para plantear preguntas y eso voy hacer.
La pregunta es por qué son malas las malas palabras, ¿quién las define?
¿Son malas porque les pegan a las otras palabras?, ¿son de mala calidad porque se deterioran y se dejan de usar?
Tienen actitudes reñidas con la moral, obviamente. No sé quién las define como malas palabras. Tal vez al marginarlas las hemos derivado en palabras malas,….”
Son malas las malas palabras...??? Lo que sé es lo que siento al escucharlas, a veces casi como muletillas, o de manera cuasi inconciente presentes en todo el lenguaje... Pero, puedo decir que no define a la persona como barriobajero, o de alta "alcurnia"... Como ya indicaste, parece ser que están asociadas a nuestros "bajos instintos", sin entender hasta hoy, yo tampoco, CUÁLES son los "altos"... :P Yo, no voy a pecar de mentirosa: LAS DIGO, en especial para referirme a cierto animalito rastrero :v ... Pero, no abuso de ellas, y no por falso culiempolvadismo hipócrita, no, no he aprendido a ser hipócrita y a mis tiernos años ya no lo aprenderé... :'( En los medios de comunicación se volvió costumbre y eso me molesta, como si no tuvieran más recursos que la grosería, soy todavia a favor del bien hablar, de la mesura que nunca hizo mal a nadie... Todo en este mundo con una dosis cierta de picardía y desparpajo es bueno, no así el abuso, de lo que sea, hasta de las llamadas "malas palabras"... Hay países en nuestro concierto latinoamericano, vecinos muy próximos cuyos ciudadanos a veces abusan de ellas y me suena muy feo, a cada 20 palabras, la mitad, son groserías y ya se incorporaron a su léxico como normal... Eso, SÍ me cae mal, y mucho... Y no nombro a los 2 países que más groserías usan en su cotiadiano hablar, por no caerles gruesa a amigos que tengo en ambos...
ResponderBorrarHermanos, sobre todo latinoparlantes porque nos caracterizamos por hablar, hablar y hablar y podemos estar horas y horas hablando y maldiciendo, sin reparar que antes de hacer mal uso del verbo... debemos ser conscientes que al emitir las ondas sonoras a través del sonido vocal soltamos energías que vibran en el espacio en donde por atracción y repulsión o causa y efecto...van generando energías discordantes o positivas, según las vibraciones emitidas por cada individuo. Y que por correspondencia todo decreto o mal uso de verbo se revertirá en quien lanzó esa vibración y se estará cumpliendo la LEY DE CAUSA Y EFECTO. Esto es conocimiento de índole cósmico-espiritual. Entonces no se trata de ser groseros o no, de ser unos santitos o diablillos. Nada de lo que se parezca sino tener conocimiento cabal de como funciona el concierto universal, como está organizado y de acuerdo a sus leyes y preceptos...Es decir, aprender que si a un lago de aguas cristalinas y puras arrojas agua contaminada pues es indudable que habrás contribuido a la contaminación del medio ambiente...Así es y como funciona todo ámbito natural y universal, Incluso en nuestro cosmos...porque el cosmos les pertenece a todos los seres vivientes. Hermanos de este mundo-tierra la mejor manera de contribuir al mejoramiento de nuestra gran casa que es nuestro amado planeta, es aprender a vivir en paz interna...Como dijo un hombre sabio "EL RESPETO AL DERECHO AJENO ES LA PAZ"...y la mejor manera de respetarnos es cuidar y proteger a la MADRE NATURA que nos rodea y nos brinda toda sus riquezas. Porque si continuamos depredando la naturaleza y el espacio que nos corresponde, estaremos cavando nuestra propia tumba......Namasté.
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