Hace un par de días atrás, ocurrió un hecho bastante llamativo y preocupante, que sacudió las redes sociales, en Paraguay.
Si bien en apariencia, no es algo que revista su máxima atención, creo que es muy importante no dejarlo pasar por alto.
Porque este ha sido un claro llamado de alerta para padres y maestros, y que de ninguna manera debe ser desoído.
El problema se originó cuando un polémico video, filmado por uno de los alumnos, muestra a un maestro zarandear a un alumno, de unos 11 o 12 años. Este mantiene al niño en una esquina, no dejándolo salir de allí, mientras sus compañeritos provocan un descomunal barullo dentro de la clase.
Aún acorralado en la esquina por su maestro, no pierde la belicosidad y se nota bien, en aquel video, que el niño todavía se ríe de un modo provocativo.
En un determinado momento, se aprecia que el profesor bastante molesto, porque su alumno le desobedece, al no tranquilizarse, pierde la calma y lo sacude violentamente.
Este se habría justificado más tarde diciendo que todos los alumnos se estaban portando mal, tirándose lápices y otros objetos, aún más peligrosos. Luego alegó que el niño tuvo que ser separado para evitar que siguiera peleando con un compañero.
Apenas se conoció el bendito video, en las redes sociales, este llegó a oídos de la directora de la institución, quien inmediatamente apartó al maestro de su cargo.
La misma funcionaria explicó, en una de las tantas entrevistas concedidas a la prensa, que por más que los niños estuvieran portándose mal, de ninguna manera se podía justificar ese maltrato a los niños.
Ahora bien, no se encuentra en mí, el espíritu de la defensa a dicho maestro, que zamarreó a su alumnito en plena clase, pero aún así en su descargo, tendría que decir que, a él como a todos los maestros y profesores del mundo, se les paga por instruirlos y no en soportar un pésimo comportamiento y la mala educación que traen de sus casa.
En realidad, sucede que muchos padres se desentienden totalmente de sus hijos, por motivos varios, y delegan irresponsablemente el comportamiento de sus hijos a la escuela o colegio.
Al no ponerles ningún tipo de límites o un freno a sus acostumbrados arrebatos, es muy lógico que quieran atropellar todo cuanto se les ponga delante.
El tema de la corrección y la disciplina les corresponde por entero a los padres y deben ser ellos quienes los encaucen a tiempo.
Sin embargo no lo hacen. No tienen tiempo ni paciencia para escucharlos. Muchos no conocen sus amistades, ni sus sueños y mucho menos sus aspiraciones.
No comparten casi nada y por supuesto, el diálogo es inexistente.
Cuando uno llega, el otro sale de la casa. Para la madre, su hijo es un verdadero santo y se ofende cuando alguien le indica puntualmente que no es tan así. Para ella es un modelo para vanagloriarse ante parientes y amigas.
Cualquier descalabro que cometan será para ella una simple e inocente travesura, hecha sin maldad.
Que llame ¡¡¡puta!!!, a la madre o ¡¡¡boludo!!!, al padre, solo serán menudas gracias hechas por su “bebe”.
Y a pesar de todo lo ya dicho, los niños seguirán sin que se le marquen los límites y es solo una cuestión de tiempo para que estos se constituyan en una bomba a punto de estallar.
Por lo tanto, luego no se escandalicen cuando se les descubra en su mochila, que llevan una pistola cargada al salón de clases. De ahí a una verdadera masacre, hay apenas un solo paso.
Y eso lo veo todos los días, en el supermercado, con aquellos chicos maleducados que todo lo que ven, todo lo quieren y de no dárselo le armarán un soberano escándalo, en el medio de las góndolas.
Tampoco frenarán a los niños barullentos y revoltosos que saltan sobre los sillones recién tapizados, mientras los adultos conversan como pueden, entre los alaridos infantiles.
Es que ellos siempre serán una verdadera monada, para sus padres ciegos. No faltará aquel niño o niña cargosa que interrumpirá la conversación de los mayores, a cada rato, sin que los padres los reprendan.
Y eso es porque la pediatra de cabecera les ha dicho que coartarle la libre expresión a la nena, puede causarle un muy serio trauma existencial.
Mientras que uno la mira a la mocosa, con unas ganas terribles de apretarle el cuello y no soltarla hasta que su rostro, tome un hermoso color violáceo oscuro.
Es entre los once y doce años cuando ellas están en el medio de grandes cambios hormonales y comienzan a cambiar a las muñecas de paño por los muñecos de carne y hueso.
Ya comienzan a sentir las famosas maripositas en el bajo vientre. Y nos hablan “de amor” cuando aún no aprendieron a lavar bien sus calzones.
Esta es la edad más difícil en las niñas, porque sus cambios físicos son mucho más notables que los del varón.
Por eso mismo, también debe haber un acompañamiento psicológico y espiritual para que ellas tengan un mejor desarrollo funcional.
Se debe estar siempre cerca de los preadolescentes, y así guiarlos para que en el momento exacto, estos puedan ocupar el espacio social que buscarán desesperadamente.
Si no existen los límites y una fluida comunicación entre padres e hijos, pueden pasar como otra de las noticias que hizo furor en las redes sociales.
Un escolar de 10 años fingió un secuestro y puso en movimiento un aparatoso equipo de búsqueda de 100 agentes de policía, a la Brigada Antisecuestros y a la Fiscal del caso. Ellos removieron cielo y tierra y en pocas horas dieron con el menor.
En la comisaria, el menor entró en franca contradicción, por lo que tras varios incisivos intentos, el niño termino diciendo que nunca fue raptado ni drogado por desconocidos como dio a entender.
Su pobre madre no sabía donde esconder su cara de vergüenza. El niño fue tildado por su madre como muy fantasioso. El verdadero móvil del falso secuestro fue vengarse de sus abuelos, tras sostener una agria discusión con ellos.
Retomando el tema central de este comentario, puedo decir con toda certeza que estos casos aquí comentados, tienen un claro denominador común.
La falta de límites, la carencia de comunicación entre padres e hijos, el delegar negligentemente la función primordial que tiene todo padre que es la de educar, y fundamentalmente ser sus padres, no sus amigos, porque a esa edad siempre los conceptos se tienden a confundir.
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