De unos quince años a la fecha, prácticamente ya no se puede vivir ni tranquilo ni seguro en cualquier ciudad del mundo.
La violencia nos sacude a diario y es tanta, que pareciera que ya nos acostumbramos a ella.
Los titulares de los diarios y las violentas escenas vistas en los noticieros han terminado por insensibilizarnos. Pero también a llenarnos de miedos y fobias.
Ahora las casas presentan altas y gruesas rejas, que parecen más cárceles de máxima seguridad, antes que una morada familiar.
Las cámaras de vigilancia, los sensores de movimiento, los enormes perros guardianes, el GPS rastreador en los automóviles y chips insertados quirúrgicamente en personas de muy alto poder económico o ejecutivos de empresas multinacionales.
Esto es lo que ha generado el miedo a la violencia, en todos los ciudadanos, sin distinción de clase social.
Es la sensación de impotencia al verse indefensos ante el actuar impune de los delincuentes.
A pesar de todo el esfuerzo que puedan hacer las fuerzas de seguridad, estas se encuentran superadas. Incluso los malvivientes llegan a tener mucho mayor poder de fuego y mejores elementos de comunicación que la misma Policía. Por lo que es casi como estar viviendo en una zona de guerra.
Salir de su casa al trabajo, no implica necesariamente que se pueda retornar sano y salvo. Siempre está la posibilidad de ser abordado, en la calle, por la sorpresiva aparición de un moto-asaltante, tomándolo totalmente por sorpresa.
A la salida de un banco, en un retiro de un cajero automático o esperando la apertura de un portón eléctrico al llegar a su casa.
Ya en los suburbios, es mucho peor ya que murió la costumbre de sacar una silla a la vereda para conversar con sus vecinos, por este mismo temor.
Pero para que esto suceda, deben encontrarse tres importantes elementos.
Primero, la segregación social: Brotan como hongos las “villas miserias”, “los sin techo”, “favelas” o como quieran que se llamen en cada país.
Generalmente compuestos por gente venida del campo sin un oficio, extranjeros indocumentados, o familias que no pueden pagar un alquiler por la recesión económica.
Madres solteras, ancianos que no desean vivir en un asilo, y pequeños grupos de discriminados como homosexuales, travestis, pordioseros, jóvenes de ambos sexos escapados de sus casas y por supuesto, ante tanta precariedad, aparecen delincuentes, drogadictos, prostitutas, asesinos, reducidores de objetos robados, secuestradores y pandillas de narcotraficantes. Tornándose una tierra de nadie, donde incluso ni la policía no se atreve entrar.
El segundo elemento es la anomia o sea el desajuste que se produce ante la degradación o la total falta de respeto hacia las reglas sociales, por parte de los integrantes de una comunidad.
Así solo se podría explicar el fenómeno del maltrato doméstico, el feminicidio, las peleas en los estadios deportivos.
Las ofensas gratuitas en las redes sociales, el vandalismo urbano, arrojar basura donde no corresponda o traficar con animales son solo algunos ejemplos para graficárselos.
Y finalmente el tercer elemento se encuentra en la exclusión, quizás el más difícil y complejo de todos ellos.
Se basa básicamente en la brecha entre ricos y pobres y en los que están afuera del sistema, como los desempleados, los sin techo, los analfabetos, los que no tienen un seguro de salud, los que no se ven presentables o los que viven por debajo de la línea de pobreza.
De los casi 7.500 millones de personas que tiene este bendito planeta, unos 1.200 viven en asentamientos informales.
Allí carecen de los más mínimos servicios básicos como agua corriente, luz, alumbrado público, recolección de residuos, cloacas, o calles pavimentadas.
Probablemente porque los funcionarios tienen miedo de internarse en sus estrechas callejuelas.
Las casas están asentadas en terrenos fiscales bajos e inundables, muy cerca de algún vertedero, por lo que los torna insalubres.
Atraídos por la cercanía con el microcentro comercial, muy rápido crecerá la densidad demográfica, lo que hará que los vecinos se encuentren mucho más próximos de lo aconsejable.
Por lo que es un claro motivo para conflictos. Los moradores posiblemente vivirán en cuartos miserables, hacinados unas diez o doce personas de la misma familia.
Los niños entre los 9 y los 12 años, vayan o no a la escuela, serán obligados a incorporarse a las pandillas de narcotraficantes, primer paso en su carrera delictiva.
En cuanto a los adultos, la marginación y la falta de trabajo harán que la mayoría de sus actividades sean delictivas como única opción para sobrevivir.
Puede ser que la brutalidad policial durante los procedimientos de “rastrillaje” en la zona y la saturación en las ruinosas cárceles sea otro motivo más para generar más rebeldía y violencia.
También hay casos especiales como el de los “limpia vidrios” que se les ha ofrecido trabajo formal pero lo han rechazado de plano. Violencia y holgazanería van de la mano.
Pero la violencia urbana no solo ha quedado reducida a las calles, sino que se ha introducido como una cuña, en todos los ámbitos de la sociedad.
Las violaciones a menores de edad, de ambos sexos, se han triplicado en los últimos cinco años.
Del mismo modo que el índice de las mujeres adultas estupradas también ha trepado desmesuradamente. Los secuestros están a la orden del día.
En países como Argentina o Brasil, no es nada raro que no haya uno o dos muertos, cada fin de semana, a raíz de las feroces peleas en los partidos de fútbol.
Dentro y fuera del estadio. Aquí se observa claramente que los jefes de las “barras bravas” son adultos, pero que los “soldados”, son los jóvenes.
Como la mayoría de estos, no consiguen meterse en el mercado laboral, simplemente por su poca o nula capacitación. Por lo tanto son aprovechados por aquellos para utilizarlos en todo tipo de violencia criminal.
Saben que su futuro no será muy prometedor, así que les da lo mismo una cosa que la otra.
Otro fenómeno creciente es el famoso acoso escolar, que también es una forma de violencia y que a diario lo sufren millones de niños en todo el mundo.
Solo por ser diferentes a los demás, como excesivamente tímidos, gordos, muy flacos o solo llevar lentes.
La violencia, en sus diversas modalidades, ha alcanzado niveles alarmantes, la miseria, la desintegración y la desorganización familiar, así como la pérdida de los valores morales, son algunas causas para que exista un incremento desmesurado.
Nuestra insensibilidad ha llegado a niveles que ni siquiera ya nos impresiona lo que vemos en las series de televisión o los noticieros.
Eso demuestra claramente que nuestra sociedad está en terapia intensiva y que será muy difícil revertir tal situación.
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