sábado, 10 de diciembre de 2011

Ellos también se equivocan

Luego de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, tomó un protagonismo mundial, como ninguna otra potencia lo había hecho hasta ese momento. Y desde entonces, hasta la fecha, se auto-atribuyó, sin consulta previa, el papel de custodio de la humanidad; una especie de padre, policía y verdugo al mismo tiempo, de los países que no se encontrasen alineados estrictamente a su pensamiento ideológico.

Ese autoritarismo fue creciendo, luego de la Guerra de Corea (1950-53), debido a que uno de los gobiernos involucrados, Corea del Sur, le pide su intervención; hasta llegar a la invasión de Irak, en la que forjó fantasmas, como una simple excusa para salvar al mundo de las “garras” de Saddam Husein, sacarle supuestas armas de destrucción masiva y desarticular todo probable apoyo al terrorismo.

En estos últimos casi 60 años, de historia contemporánea, el gran país del norte nos invadió y hasta avasalló culturalmente con sus películas, su música, su estilo de vestir, su comida “basura”, sus bailes, y hasta los mismos hábitos de consumo de drogas, su violencia urbana y el consabido consumismo masivo, aún de lo que no necesitamos.


Nos impuso con presión sus créditos y su “carnicera” política neoliberal, así como la moda de la globalización. De una manera u otra nos obligó a endeudarnos con créditos que sabían muy bien que con el tiempo, nos terminaría por ahorcar.

Eso sucedió con cada gobierno de turno, seducido por el bajo interés y su propia creciente corrupción. A nuestros inmorales dirigentes, nunca le interesó leer las letras más pequeñas.

Fueron precisamente ellos, los norteamericanos, quienes mandaban personal de segunda línea, a enseñarnos como debíamos cuidar de nuestra economía y qué medidas tomar para corregir cualquier mínimo desvío que pudiera producirse. Pero como todo tiene su punto máximo, luego también se produce su inminente caída. El gran imperio del norte, estiró todas las cuerdas hasta tensarlas de tal manera que se terminaron irremediablemente por cortar.

La política, que juega un papel paralelo a la economía, acabó por encontrarse en un punto, para después estallarles en la cara. El presidente Bush, como le pasa a todos los mandatarios que cumplen dos períodos seguidos, creyó ciegamente y con soberbia que su gestión era intachable.

Sin embargo, a pesar de los pequeños signos que se podían notar, sumado a las voces prudentes que le aconsejaban tomar urgentes medidas, hizo finalmente explosión. La infalibilidad no existe y el capricho en determinados momentos es un pecado.

Ahora EEUU, como en Paraguay, muchos seguidores del partido Republicano llaman a Bush, “el comandante de la derrota”, además de soportar el peor trance económico de su historia, solo comparado con la crisis del 24 de octubre de 1929.

Está arrastrando a todos los países del planeta hacia la bancarrota. Sus daños colaterales pueden ser terriblemente desastrosos para los países del Primer Mundo. Despidos masivos de personal, cierre de fábricas, menores volúmenes de compras internacionales, recesión con inflación, poca confianza en bancos y retiros masivos de depósitos.

Las naciones emergentes como las del Mercosur, quizás por estar un poco más lejos del gran ruido, tendrían la pequeña ventaja de no caer por el famoso efecto “dominó”. Son poseedores de la materia prima que la mayoría de los países ricos no tienen, para proveer a sus fábricas.

Generamos miles de toneladas de alimentos, necesarios para su subsistencia. Ellos tienen toda la tecnología de punta y nosotros el petróleo y un alto espíritu de sobrevivencia y adaptación a las contingencias más adversas.

Esta vez los llamados “maestros”, los que nos enseñaban como debíamos vivir, se han equivocado. Eso demuestra que debemos indudablemente buscar nuestras propias recetas y aprender de nuestros propios errores.

 Esa es la única manera de progresar, sin soberbia, sin prepotencia, solo trabajando muy duro en silencio, para que en poco tiempo se puedan ver los resultados.

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