Durante todo este año 2012, la naturaleza se puso totalmente en contra de nuestro departamento y por lo que se puede apreciar, de todo el país. Apenas tenemos la oportunidad de salir del casco urbano de cualquier ciudad de nuestro territorio y se puede observar muy claramente como el delicado equilibrio ecológico que antes imperaba, ahora se ha roto.
Luego
de la llegada de los primeros colonos a Alto Paraná, de diversas procedencias,
en la década del 70 del siglo pasado, los mismos comenzaron de inmediato a
talar indiscriminadamente árboles por dos motivos fundamentales.
El
primero para hacer un amplio espacio en donde poder comenzar a plantar y el segundo, las maderas de la zona
eran muy apreciadas y por lo tanto bien pagas, tanto para la construcción y
como para la fabricación de finos muebles. Por lo que brotando como hongos, se
instalaron decenas de aserraderos por toda la zona.
Era
tal la avidez por ganar dinero fácil con la madera, que no se conformaron con
los modestos hacheros, por la lentitud en el trabajo, sino que rápidamente
todos los que trabajaban en los montes pasaron a tener poderosas motosierras y
algunos de los madereros hasta traían directamente como para ganar precioso
tiempo, enormes topadoras, de procedencia sueca o norteamericana.
Posteriormente
comenzaron a llegar masivamente colonos desde todos los puntos cardinales de
nuestra geografía nacional, como así también de los países vecinos. Tímidamente
se iniciaban los primeros plantíos de soja, a instancias de la colectividad
japonesa, ya instalada, por ese entonces en la Colonia Yguazú del
kilómetro 41 de la ruta internacional Dr Gaspar Rodríguez de Francia.
Sin
embargo han sido los vilipendiados colonos brasileros, llamados por el general
Alfredo Stroessner, con cientos de avisos publicados en los más importantes
diarios de Río de Janeiro y San Pablo, quienes fueron los primeros que
introdujeron, los agroquímicos más fuertes, en sus plantíos producidos en el
mercado.
Si
bien eran realmente muy efectivos contra la mayoría de las plagas conocidas,
por otro lado, lentamente comenzaron a envenenar todas las fuentes de agua,
tanto para el regadío, así como casi la totalidad de los pozos de agua potable.
Luego por consiguiente los agroquímicos terminaron por dañar la tierra tanto
como lo hicieron con las napas freáticas.
Era
tal la magnitud de la fiebre de la soja, que en el curso de varias décadas,
casi cincuenta años, los colonos y empresarios madereros terminaron con todas
las selvas y bosques de esta región.
Nadie controlaba la gran cantidad de
árboles talados ni de donde se sacaban, mucho menos de las guías. Tampoco nadie
se preocupó por reforestar con las mismas plantas nativas que anteriormente
fueron desmedidamente taladas.
Numerosos
y monstruosos camiones, por cuestiones de buen precio, transportaban la madera
directo al Brasil, previo pago de un “peaje”, a los numerosos policías
apostados en varios puntos del camino o a los mismos codiciosos aduaneros, que
por casualidad miraban hacia otro lado en el momento que circulaban los
camiones “rolleros”.
Sin
árboles en muchos kilómetros a la vista y con las fuentes de agua que fueron
contaminadas, los animales, al ya perder completamente al delicado ecosistema,
comenzaron por lo tanto un largo y duro éxodo de repliegue hacia zonas cada vez
más alejadas y deshabitadas.
Muchos
animales, los menos fuertes, quedaron por el camino, víctimas de los
depredadores humanos, otros fueron a parar a manos de particulares que los
hicieron sus mascotas o bien los comercializaron, mientras que la mayoría de
ellos murieron por falta de sus alimentos naturales ante la pérdida del
hábitat.
El
terreno se fue volviendo desértico, la erosión se adueñó peligrosamente de los
campos y los agroquímicos que habían sido empleados con el único fin de mejorar
el rendimiento de los diversos plantíos, comenzaron a dañar ya, la salud de los
seres humanos que se encontraban en el entorno de los campos fumigados.
Si
a toda esta catástrofe llevada por la mano del hombre se le agrega los grandes
espejos de agua artificiales creados por Itaipú y Yacyretá, nos encontraremos
con que el equilibrio natural se lo colocó totalmente fuera de contexto.
Tampoco hay que olvidarse de los planes de construcción de Aña Cuá y Corpus con
lo que se agravará aún más el problema.
Era
entonces de esperarse que finalmente toda la naturaleza, terminase por rebelarse al mostrarse por
medio de grandes sequias como las que hemos padecido hasta hace poco, al mismo
tiempo que enormes perjuicios se desataban con las devastadoras inundaciones en
el Chaco.
Muy
poco tiempo después, y sobre llovido mojado, se desató una traicionera
helada que llegó a “quemar” unas 100 mil
hectáreas de maíz y el 70 % de la producción hortigranjera en el Alto Paraná,
la cual representó a los productores una cuantiosa pérdida de aproximadamente
un poco más de 60 millones de dólares.
Si
bien este desastre climático arrasa con la economía de todos los productores
sin excepción, los más grandes y poderosos cuentan como aliados a las distintas
entidades crediticias que finalmente respaldaran a sus clientes.
Mientras que
los empresarios más pequeños que casi nunca tienen un acceso fácil al crédito,
se las verán en serios y graves problemas de subsistencia. Solo muy pocos
hortigranjeros, debido a su costo, lograran paliar el traicionero meteoro
mediante el uso de la tela media sombra.
Este
y los siguientes gobiernos tendrían que fijar no solo políticas de Estado sino
intensas campañas de concientización hacia la población, porque por solo
desconocimiento o pura ignorancia, continúan tirando basura en los baldíos,
especialmente material no reciclable, así como quemando inconscientemente la basura. Es como si odiaran a la naturaleza.
Mientras
el hombre siga destruyendo lo que Dios nos prestó, sin ninguna compasión ni
miramiento, esta misma siempre nos lo irá devolviendo del mismo modo. No
teniendo ningún tipo de respeto hacia la maravillosa obra del Creador ni a sus
semejantes, se hace muy lógico que se cumpla aquello de siembra tormentas y
cosecharas tempestades; lo que aquí se cumple cabalmente.
Así mismo, es como si odiaran la Naturaleza, la gente no puede ver hojas caídas en el piso. Tienen que quemar todo lo que encuentran. Odian los árboles pero les encantan los envoltorios de plástico y adoran el humo de lo que queman, en todas partes se ve eso.
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