Quizás el oficio de ser padre o madre sea el trabajo más difícil que exista en todo el mundo.
Primero porque no existe un lugar donde se pueda aprender a serlo, más que con la misma práctica. Como tampoco no existe ninguna receta universal para ser un buen padre, ya que lo que es bueno para uno, no siempre le sirve para otro.
Por lo general, los hijos le enseñan a los suyos, todo lo contrario a cómo sus padres los instruyeron, como si los nuevos padres corrigieran los ancestrales errores cometidos en su contra, durante la niñez.
Sin embargo tomaran algunas cosas de aquellos, que creen que le serán beneficiosas.
Aún así, también se equivocaran, en algún momento dado. El sinuoso camino de ser padre está lleno de piedras y espinas y ese sendero se lo debe recorrer irremediablemente a ciegas.
También no es menos cierto que los padres en su afán de entregar amor, muchas veces solo dan facilismo y esto es parte del tema que hoy deseo tocar.
Hablar de los padres imbéciles no es una materia muy fácil de abordar y hasta suena antipática.
Pero como las brujas, que las hay, las hay. Los llamo así a aquellos padres que creyendo hacer un bien, ponen en serio riesgo de vida de sus hijos.
Por una extravagante mezcla de estupidez, negligencia, impulso irracional no pensado previamente, falta de dos dedos de frente, o complejo de héroe de historieta; el padre coloca a su hijo en situaciones realmente comprometidas.
Como en otras oportunidades les iré citando ejemplos tomados de la simple observación, con la esperanza que estas líneas puedan concientizar a todos aquellos padres imbéciles o en su defecto, que un buen padre se lo haga notar a aquel que no lo es.
El primer ejemplo que viene a mi memoria, es aquel donde un padre o una madre sientan a su bebé en su regazo, mientras está conduciendo.
Semejante aberración es solo el producto de un descerebrado/a, ya que cualquier frenada brusca, la cabeza de la criatura podría impactar en el volante.
Pero de no ser así, la otra posibilidad es que el mismo padre lo comprima contra el tablero del vehículo.
Otra gran burrada es la de sentar a una criatura en el asiento del acompañante, debido a que no siempre el correaje está preparado para criaturas tan chicas.
Tampoco colocarlos contra el tablero estando en la silleta, ya que de haber alguna contingencia, las bolsas de aire no funcionarán.
Mucho menos es tenerlo en los brazos del acompañantes, ya que las mismas bolsas pueden golpearlo bastante fuerte.
Aunque resulte demasiado repetitivo, pero advertir que cuando lleve niños a bordo de un vehículo, no consuma bebidas alcohólicas, nunca está de más. Aunque parezca una simple perogrullada, son cientos los accidentes de tránsito donde están involucrados padres alcoholizados y menores muertos por pura negligencia.
Darle las llaves de un vehículo a un menor de edad, es otra de las tantas imbecilidades que muchos padres cometen.
Es parte de una conducta facilista que permite que un joven sea quien manipule al adulto y no sea el adulto quien ponga los límites.
Del mismo modo que permitirle la compra de una motocicleta, un arma mortal en sus manos, que puede convertirse en su propio ataúd. Y eso no lo digo yo, sino las estadísticas que están de mi lado.
Pero la irresponsabilidad de los padres no termina por acá, porque si un niño ve que su padre no respeta las señales de tránsito, conduce en un total estado de ebriedad, no usa jamás el cinturón de seguridad, habla o chatea, en todo momento, por su teléfono celular, tira alevosamente latas de cerveza por la ventanilla del auto, y no es penado por ninguna autoridad, entonces el hijo pensará que eso está bien, y copiará las misma estupideces.
Ya de adolescente, seguirán confundiendo suerte con impunidad y continuará haciendo las mismas tropelías que sus padres, copiando todo lo malo y no lo bueno.
Una moda que no es nueva, pero que vuelve cada tanto, son las corridas de motos, en las autopistas, generalmente bien entrada la madrugada y lejos de los indiscretos ojos de la policía.
Allí sus vidas valdrán mucho menos que una moneda de latón.
Habrá siempre un buen incentivo para el ganador, que pueden ser un par de cajas de cerveza, dinero en efectivo, la moto del perdedor e incluso hasta como se ha sabido, en varias oportunidades, el calzón usado de la novia del que perdió la carrera, puede ser suficiente trofeo para el ganador.
Cosa esta que para el perdedor representa un agravio furibundo y quien tendrá irremediablemente que salir de la pista, con la cabeza gacha.
Muchas de esas motos fueron compradas por los padres imbéciles, que por lo general, han obviado en sus hijos, esa cuota de responsabilidad y cordura que deberían tener ellos ante el inminente peligro de muerte que representa una moto a alta velocidad.
No hablemos si estos conducen alcoholizados, porque eso los acercaría mucho más a ver como crecen las lechugas, pero desde abajo.
Estos mismos padres imbéciles que jamás han visto conducir los biciclos no solo a altas velocidades, sino zigzagueando en el tránsito, pero que le dieron negligentemente un cheque sin fondo a su propio hijo, sin haber evaluado antes, la capacidad de sensatez y cordura del adolescente.
Y como su padre no le puso los límites en su momento, se adelantará indistintamente por derecha o por izquierda, asustando al conductor desprevenido y sin pensar en la consecuencia de sus actos.
Pero no solo se puede ser un padre imbécil con sus propios hijos, sino también con los hijos ajenos. Y eso se lo ha visto en muchos transportes escolares, cuyos conductores corren carreras contra el tiempo, ya que el timbre de entrada no espera.
Sin contar que muchos mantienen una feroz humareda dentro del habitáculo producto del asqueroso vicio del cigarrillo.
Si no cuida a sus propios hijos como se puede esperar que lo haga con los ajenos.
Otros casos de padres imbéciles pueden ser aquellos que venden drogas en la esquina de las escuelas, los que suben pornografía para que los menores la vean, lo que incitan a los niños a robar o mendigar en la calle, para luego drogarse o emborracharse con ese dinero. Estas son algunas de las mil caras de los padres imbéciles.
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