domingo, 28 de agosto de 2016

EL POCO VALOR QUE LES DAMOS A LAS PEQUEÑAS COSAS

El ser humano del Siglo XXI vive totalmente alienado, corriendo detrás de muchas cosas que él cree que son realmente valiosas, e indispensables para su vida. 

Corre detrás de un sueldo mejor, de una casa más grande, de un automóvil más nuevo y potente que el del vecino. 

Luego corre por tener un vestuario acorde con su nueva posición jerárquica dentro de la sociedad.




Luego su mujer querrá tener joyas verdaderas y no de fantasía como su marido le había regalado hasta ese momento. Desearan una casa de fin de semana, en un país vecino o tal vez más lejos, aunque la visiten solo dos veces por año.

Tienen que verse importante, mostrarse al mundo que son unos verdaderos ganadores y exponerlo así, en todas las redes sociales a las que se hayan inscripto. 


Exhibirán con grandes sonrisas de oreja a oreja, las refacciones a su modesta casa de dos plantas y media, su nueva piscina y un muy amplio quincho, con todo lo nuevo y muy bueno que se pueda comprar.

Recorrerán todos los restaurantes y centros comerciales de última moda y por supuesto, registrarán cada paso que den, como para que el mundo sepa, que ya están en el Olimpo, junto con los demás dioses y semidioses. 

Caritas muy felices en las playas más exóticas, vestidos bien de turistas en el Disney World de Orlando, tomando fotos con los chicos en las poses más inimaginables. Barcos de piratas,

El mundo del Futuro, el famoso desfile con los personajes de Disney y muchos recuerdos para que ellos ni nadie de su amistad lo olvide.

 Y por supuesto una súper foto con aquellos muñecos gigantes. Demás está decir que los viajes a Europa y Asia, que 10 años atrás, eran imposibles solo de pensarlo, hoy están presente aquí y ahora. 

Y aunque ellos no lo hagan de mala fe, uno siente, muy dentro sí, que no pierden ninguna oportunidad para enrostrarle, como ellos han triunfado en la vida y uno continúa pedaleando por los tortuosos caminos de Dios.

El tema es que nos embarcamos sin querer, en una loca y acelerada carrera, contagiados por el consumismo. Y así, casi sin proponérmelos, nos deslumbramos ante toda aquella pompa y frivolidad. 

Pero cuidado, que no digo que no sea eso importante, el mimarnos un poquito, pero que todo debe de tener una cierta medida. Y cuando esa medida pasa de los límites, ahí vienen los verdaderos problemas.

Todos tienen el mismo derecho a gratificarse con los gustos más locos que se tenga, y no es eso lo que aquí está en cuestión, si no que toda esa aparatosidad innecesaria y salida de cauce, tiene lamentablemente siempre sus consecuencias. 

Y toda esa alienación por tener más y más, aunque no todo lo que se adquiera sea realmente imprescindible, queda de lado cuando perdemos el bien más preciado que tiene todo ser vivo: su salud.

Un pequeño detalle que el 90 % de la población no tiene jamás en cuenta. Y para esto me pongo como actor principal de este resumido relato. Dentro de lo poco o mucho que conocen de mí, es escribir con pasión verdadera estos comentarios y distribuirlos luego a 70 medios periodísticos, en todos los continentes. 

Además escribo, con sumo placer cuentos cortos, de suspenso psicológico y terror, ensayos, guiones para cine y por supuesto mis chistes, una parte importantísima de mi vida: el humor.

Sin embargo todo ha quedado relegado a un segundo plano cuando contraje “Herpes ocular virósico simple”. Una dolencia nada grave, pero asusta con solo pronunciar su nombre.

Dejé todo de lado y ya no me atraía la computadora y a pesar que mi cabeza estaba llena de ideas, el dolor y la picazón podían más que mis rezos. 

El escribir es para mí, una furiosa pasión que me mueve a expresar hechos y sentimientos.

Sin embargo, a pesar de ser una persona razonablemente sana, teniendo en cuenta la edad que tengo, me cayó del cielo, como paracaidista, una pequeña dolencia que aún me tiene a mal traer, desde hace un mes.

Por ese mismo motivo deje de ver televisión y ni que hablar de trabajan con la computadora, cuyo brillo me era insoportable, a pesar de haberla puesto en la posición de opaco. 

La desazón y el desamparo que provoca cualquier enfermedad, mella el espíritu, aún del más valiente.

Esa sensación tan desagradable de sentirse totalmente indefenso, ante personas desconocidas, que teóricamente están capacitadas para auxiliarte, es lo que aumenta, al menos en mí, la congoja.

En ese momento preciso, en el que uno peor se siente, es cuando se comienza a revalorizar un montón de ítems, que no tienen precisamente nada que ver con lo material. 

Y uno comienza a recordar todas las cosas que perdió en la vida, por no saber apreciar las pequeñas maravillas.

Se acuerda de los buenos amigos que perdió por el camino de la vida, y se dice así mismo, que estúpido que fue.

Piensa en toda la gente que podía haber ayudado y por culpa “de la vida agitada” no lo hizo. Piensa en las veces que cambió de vereda cuando se topó con un indígena o miró de mal modo a un inválido que solo le pedía una miserable moneda. Medita sobre todos los momentos de pura arrogancia que uno ha tenido y se arrepiente. 

En la loca carrera por conseguir un mejor estatus social, hasta nos hemos olvidado de agradecerle a Dios por todo lo que nos ha dado, ya sea poco o mucho. De todo el peligro que nos ha protegido, aún sin nosotros saberlo.

Y si bien no soy una persona religiosa, pero si soy temeroso, con pretender desafiarlo. También vienen a la memoria, los malos momentos que le hicimos pasar a nuestros padres, con aquellas terribles travesuras. 

Las trasnochadas que tuvieron que soportar por nuestra causa, cuando veníamos tarde del baile. Y a veces un poquito tomados pero no mucho. Aquello, si bien no era aceptable, mucho peor era el olor a cigarrillo. Pero siempre teníamos la excusa que era un ambiente muy cerrado. 

Las veces que pretendíamos zafar de visitar a los abuelos, que eran amorosos con nosotros, pero teníamos la estúpida creencia que ese día, sin jugar con nuestros amigos de la cuadra, era un rotundo día perdido.

 La desilusión se pintaba en sus caritas arrugadas de dar tanto amor, y que nuestros padres no sabían que excusa dar. Este último mes me ha servido como para reflexionar sobre un montón de cosas que habían nublado mis conceptos sobre lo que es importante y lo que no. Y si bien hay gente de mucho poder adquisitivo, otros no tienen que comer pero influenciados por el consumismo poseen un súper LED con antena parabólica. Espero que este comentario los haga pensar y revean, como yo, hacia donde van.

1 comentario:

  1. Muy buena reflexión, ante situaciones límite todo lo material que atesoramos deja de tener sentido. Me encantó tu texto.

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