viernes, 10 de febrero de 2012

LAS AGUAS BAJAN MÁS QUE TURBIAS

Todas las ciudades del mundo tienen algo que las caracteriza e identifica casi de inmediato, haciéndolas únicas e inconfundibles. Rio de Janeiro tiene a su Cristo Redentor, París a su Torre Eiffel, Londres a su Big Ben, Moscú a su Iglesia de San Basilio, Copenhague a La Sirenita y Buenos Aires a su Obelisco.

Nosotros aquí en Ciudad del Este, también poseemos un ícono que nos distingue de las demás. Ese algo es el mismísimo Lago de la República. Esta postal que nos identifica en todo el mundo, es más que un espacio de recreación o esparcimiento de todo el distrito. Es un monumento histórico en sí mismo, ya que su construcción está ligado al primer decreto, posterior a la fundación de aquella primitiva Ciudad Presidente Stroessner.


Este hermoso lago que se encuentra en el centro de la ciudad, es casi el único pulmón que oxigena con eficacia a esta dinámica urbe, a pesar del creciente número automotores particulares, infinidad de ruidosas motocicletas y del malsano transporte de pasajeros que nos fumiga, propiciando al cáncer de pulmón.

Este paradisíaco lugar, que con el correr del tiempo se fue transformando en el centro obligado de las caminatas de los particulares que buscan mejorar su salud o su figura, según sea hombre o mujer. Deportistas de alto rendimiento que aprovechan la belleza del lugar para mantenerse en forma. O finalmente parejitas enamoradas, que usan al entorno como prolegómeno de una ocasional y furtiva sesión de amor.

Pero sea cual fuese el motivo de la visita a este placentero lugar, tendrá la desagradable sensación que este zona ha sido abandonado totalmente por la mano del hombre. Lo que tendría que haberse convertido dicho sitio, es en una especie de oasis verde dentro de tanto asfalto, cemento y vidrio. Un punto donde se pudiera reparar las fuerzas agotadas después de la oficina.

Un espacio donde se pudiera respirar aire fresco, sacarse el estrés y  olvidarse de los conflictos que esta sociedad de consumo nos provoca. Al menos por unos míseros sesenta minutos. Quién de nosotros, agobiado de tantos problemas, no deseó conversar, sentado a la sombra de los frondosos árboles, con algún amigo, de bueyes perdidos y vacas encontradas, rodeado por el canto de los pájaros y de una variada vegetación. 

Pero cuando comienza a bajar el sol, una molesta y peligrosa fauna hace su aparición, merodeando amenazadoramente sobre los desprevenidos transeúntes. Aquellos “ñembo” deportistas que se atrasaron en dar las vueltas al lago y ven rápidamente caer las primeras sombras de la noche, están desafiando todas las leyes de la suerte, si es que se alejan del lugar sin haber sido asaltados.

Los cables fueron robados varias veces por los amigos de lo ajeno, lo mismo que artefactos y lámparas. Muchos de los bancos de mampostería fueron salvajemente mutilados, como también muchas plantas ornamentales desaparecieron por arte de magia. En realidad ninguno de los hechos citados se le puede achacar a la municipalidad, sabiendo todo lo costoso que es la reposición.

También he presenciado como mudo testigo el vandalismo de algunas patotas que los fines de semana invaden la zona, y cuyos integrantes están alcoholizados o drogados o las dos cosas a la vez. Eso sí es competencia de la Policía Nacional. Sin embargo ellos nunca están en el lugar indicado, en el momento preciso.

Hasta no hace mucho tiempo atrás, se podía gozar viendo reñidas regatas que se disputaban los fines de semana en nuestro lago. Los  espectadores nunca fueron muchos, pero como los organizadores sabían que este jamás fue un deporte masivo, no se hacían problemas.  Aún así, los chicos se esmeraban y remaban como verdaderos leones, sin aflojar jamás, hasta llegar a la meta final.

El Club de Regatas que estaba en las riberas, por desgracia desapareció, como otras tantas cosas buenas de aquella primitiva aldea. Hoy si se tuviera que disputar nuevamente una competencia náutica, se encontrarían con el impedimento de toda la basura que flota en la superficie, la muy poca profundidad que actualmente tiene y la gran cantidad de plantas que cubren la orilla y que avanzan amenazadoramente hacia su centro.

Y pensar que miles de personas consumen ese misma agua, pero que desde el puente, donde circulan miles de vehículos cada día, se la ve tan marrón, tan espesa y consistente que parecería más un caldo de verduras que agua a punto de ser tratada o re-tratada o bien con-tratada o lo que ustedes quieran, pero que eso que está allí no lo bebo ni loco ni borracho. 

¿Quién debería dragar al Lago de la República?, para recuperar el antiguo cauce y por lo tanto la majestuosidad que tuvo en alguna época. 

¿Cuándo ESSAP va a reemplazar toda esa chatarra obsoleta, que tiene en el lago?, antes que se intoxiquen los esteños y ¿Cómo sanearán este maravilloso espejo de agua que está dejando de serlo? 

Tampoco estaría  de más saber cuando nuestros compatriotas dejaran de ser puercos y abstenerse de tirar cuanta basura produzcan al suelo o al agua, mientras permanecen en las cercanías del lago.

Estas y otras interesantes preguntas deberán formulársela todos los residentes de Ciudad del Este a las autoridades comunales, departamentales y nacionales que están mucho más preocupadas por su reelección que por el bienestar de la gente. Total el arroyo Amambay y el Lago de la República pueden esperar las mejoras otro medio siglo más. ¿O no?

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