Desde el primer momento que escuché, el nombre de Fernando Lugo Méndez, hace unos dos años y medio, se desató en mí, una terrible curiosidad, propia de cualquier literato y encima aprendiz de periodista, por conocer algo más de su vida. Lo primero que me llamó la atención de ese hombre, fueron sus encendidas prédicas lanzadas desde el púlpito, allá en San Pedro.
Sus vehementes palabras, que hablaban de la injusticia social imperante, que la tierra era para aquellos que la trabajaran, de la explotación del acopiador capitalista hacia el indefenso y empobrecido campesinado. Tanto como su permanente preocupación por el sufrido proletariado paraguayo, esclavizado desde la época del capanga y del mensú.
Entonces, y no sé porque, comencé a mirarlo con buenos ojos, sin embargo, su “cassette” me sonaba bastante repetido ya que los venía escuchando desde la misma década del 60, del siglo pasado.
Aquellos eran el tiempo de los curas tercermundistas o también llamados curas obreros. Sin embargo notaba una pequeña diferencia entre aquellos y este nuevo adalid de los desposeídos.
Aquellos curas nunca predicaban la violencia y se arremangaban juntos con sus feligreses, construyendo casas y capillas en las villas miserias y sosteniendo, Dios sabe cómo, cientos de ollas populares.
Pero este sacerdote no era de ese tipo, ya que lo veía un poco más “kuli” que los de mis tiempos y en sus sermones, dejaba entrever, muy subliminalmente, cierto “guiño” celestial a quienes invadieran tierras como una reivindicación de un derecho adquirido, pero eternamente postergado.
Aparentemente parecía un sacerdote medio inocentón, recién salido del horno y poco preparado para la lucha política contra los grandes dragones colorados, que era el objetivo a vencer. Sin embargo las apariencias nos engañaban.
Se asoció con cuanto dirigente campesino de buen “curriculum” estuviera a su alcance y posteriormente, tras despelotes surtidos y de toda forma, laya y color, formó una alianza, en la que nadie creía, pero que no dejaba de crecer.
Esto debido solamente a una coyuntura histórica. La gente se encontraba técnicamente, “recontra repodrida” de la ANR y de Nicanor y sus cuarenta ladrones. Aún así, había cosas que no terminaban de cerrarme y se los hice saber a colegas y amigos y que hoy, son testigos de aquellas predicciones.
Dudaba de ciertas cosas medias oscuras, de su vida personal, que no encajaban en los padrones normales de comportamiento, por ser este, un sacerdote y emisario de Dios en la Tierra. Pero fue luego que ganara las elecciones, en una estratégica alianza con los azules, que don Fernando, se alzó con la victoria.
En ese momento, fue igual que la gorda, cuando a la noche se suelta la faja y se le caen todos los rollos de grasa, que antes estaban bien sujetos. Puede ser que, nuestro querido y nunca bien ponderado señor Presidente, tenga muchos secretos realmente escondidos,
Porque el primero de ellos, fue su primera amante, Viviana Carrillo, de 26 años, de la cual, ha llegado a reconocer, hasta el momento, a su único hijo, Guillermito Armindo.
Luego apareció en escena, doña Benigna Leguizamón, de 27 años, quien intimó a don Fernando, a pagar el examen de ADN y sacar de dudas, la paternidad sobre aquella inocente criatura de 6 años.
Pero no suficiente con esto, aparece inesperadamente otra de sus ocasionales amantes: doña Damiana Hortensia Morán, una divorciada de 39 años, quien afirma que don Fernando es el padre de su hijo de dos años.
Esta historia que parece una telenovela mexicana, y que se creía ya terminada, tras una vuelta de tuerca, sale de la galera otra hija más que don Fernando tenía escondida.
Como dice el conocido refrán: “No hay peor astilla que la del mismo palo”. Es precisamente su sobrina: Mirtha Maidana, la hija de su hermana Mercedes, o sea la Primera Dama, quien lo fusila ante todos los medios masivos de comunicación.
Ella declara que Fátima Rojas, de 22 años de edad, es hija verdadera y que sería el producto de una antigua relación, del presidente con su madre Teresa Rojas. Y lo hace precisamente en el medio del casamiento de Fátima con Luís Paciello.
Según se comentó extraoficialmente, durante la fiesta, que entre don Fernando y su amigo Miguel Ángel García, importante empresario del transporte y juegos de azar, le habrían regalado una camioneta y un departamento a la recién casada, mientras que al flamante marido, Luis Paciello, se lo ubicó en Yacyretá con un sueldo de G. 5.500.000.
Espero que hayan seguido atentamente el hilo de este relato ya que ni a Kafka se le hubiera ocurrido una trama tan intrincada y retorcida como esta. Ahora bien, de todo esto se desprende que durante el presente periodo de gobierno, nuestro querido y nunca bien ponderado señor Presidente ha demostrado fehacientemente ser bastante fértil y que conoce muy bien todas las técnicas para hacer hijos. Es una pena que esa vida de confusión personal la haya trasladado también a su gestión gubernativa.
Su caos mental lo ha llevado a contradecir las leyes del celibato clerical, pero respetando la prohibición del uso del condón. La vida privada le pertenece a cada uno, pero el presidente es una figura pública que debe mantenerse, al menos en apariencia, intachable. Pero ya no importa, porque suceda lo que suceda con el improbable juicio político; su subsistencia está garantizada ya que ha sido contratado por varias universidades para dictar charlas sobre Planificación Familiar.
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