Que
de los asaltantes me cuido yo, diría la nueva versión de este antiguo dicho
popular. La cosa se ha puesto tan negra que uno ya no sabe que pensar al
respecto. Es muy triste no estar seguro, de quien es el que te defiende y quien
te quiere perjudicar.
No
quiero volver a aquella imbecilidad que dicen todos los “viejos chochos”, que
todo lo de antes era mucho mejor, porque eso no es verdad. Algunas cosas eran
más sencillas que otras, pero no sé si mejores. Solo no tenían un doblez. Lo
blanco era blanco y lo negro era negro. No existían los grises.
Como
cuando dicen que ahora estamos a las puertas de Sodoma y Gomorra por la gran
cantidad de afeminados y lesbianas. Otra gran estupidez dicha sin pensar,
porque ellos siempre existieron, solo que antes por temor, pudor, vergüenza o
simple tabú, nadie se animaba a destacar su presencia.
La
ventaja que se tenía, en otras épocas, era que los roles siempre estaban muy
bien definidos. Los buenos eran buenos y los malos eran malos.
Con las lógicas
excepciones a la regla. Hoy todo está tan revuelto y ambiguo, que termina por
confundir hasta al más atento. Y no me quejo, si no que pongo de manifiesto
algo que sucede con frecuencia, todos los días del año.
Me
produce gran temor cuando, cerca de la época de vacaciones, la policía nos
inunda con su publicidad preventiva, aconsejándonos avisar, en la comisaría más próxima, nuestro
alejamiento de casa. Estando las cosas como están, uno no sabe si pide custodia
o en realidad les avisa a los mismos ladrones para que nos visiten en nuestra
ausencia.
Da
mucha pena que toda la sociedad paraguaya le haya perdido toda la confianza, el
respeto y la credibilidad a una corporación que ha sido diseñada para
protegernos de los elementos indeseables con que cuenta toda comunidad. Nuestra
seguridad está garantizada en la Constitución Nacional.
Sé
que esto no es ningún aval, ya que todos se burlan de lo que se allí dice. Y
hasta pareciera que tampoco a nadie le importa que esto suceda.
Nuestra
Constitución ha sido violada tantas veces en el curso de estos últimos años,
por ex presidentes, por convencionales, por los mismos jueces de la Corte Suprema de
Justicia, que una mancha más, que le hace al tigre.
Claro
que no todo está podrido, desde ya, sin embargo, como siempre lo malo pesa más
que lo bueno. Mientras tanto crecen
las dudas, en la cabeza de los
ciudadanos comunes, que se preguntan una y otra vez, sin conseguir una
respuesta que los satisfaga.
Si
dentro de la Policía
Nacional existe un altísimo nivel de corrupción, ¿Quiénes
serán los que barran con los malos elementos?, ¿acaso los jueces, los fiscales,
y demás funcionarios judiciales?, ¿Pero no son estos mismos que también son
sospechosos de ser más corruptos que los propios policías?
Como
sentirse tranquilo con jueces que sobreseen a los elementos más peligrosos del
hampa y con una foja de antecedentes más largas que rollo de papel higiénico.
Esto es lo mismo que salir de las cenizas para caer en las brazas. O sea, que
por más que le demos vuelta a la cosa, seguimos totalmente desprotegidos e
indefensos en la tierra de nadie.
Cambiar
de comisarios y de personal, transfiriéndolos de un puesto a otro, ya está
visto que no resuelve absolutamente nada. Es solo premiar la ineficiencia,
haciendo la “vista gorda” a vaya uno a saber que tipo de tropelía cometida.
Todos sabemos que la corrupción siempre ha existido aquí y en todos los países,
dentro de las fuerzas policiales, sin embargo son tantos los hechos, que
actualmente, invaden la primera plana de nuestros periódicos y las pantallas de
la televisión, que ya es hora de tomar
algún tipo de actitud.
Da
miedo, con solo enterarse, que policías, en servicio activo, secuestren y pidan
rescate. Que estén Involucrados en contrabando, tráfico de droga, que son
guardaespaldas de tenebrosos comerciantes de armas, protectores de tratantes de
blanca, del juego clandestino o del lavado de dinero.
Otra
pregunta que surge como el producto de la pura decantación, es si los futuros
aspirantes a policías, realizan algún tipo de estudio o test psicológico como
“Dios manda” o bien se acepta a cualquiera que aparezca oportunamente, por la
puerta a inscribirse. Muchos de ellos parecen que nunca hubieran recibido ningún
tipo de instrucción, dicho esto en el sentido más amplio de la palabra.
Sacando
raras excepciones, su atención al público deja mucho que desear. No es la
primera ni la última vez, que una víctima se dirige a la comisaría, para hacer
una denuncia y termina siendo maltratado por el personal de guardia. Otras
veces demorado y tratado como si fuera
el delincuente más peligroso del mundo.
Por
lo tanto el lema “Orden y Patria” que antiguamente los enorgullecía, a ellos y
a todos los ciudadanos de bien; ha sido cambiado al actual “Caos y dame un
cien”. Que tengan una changa haciendo guardia en sus horarios libres, no me
preocupa de ningún modo. Si eso le molesta al Ministerio del Interior y a otros
cerebros estrechos, entonces que se les mejore los salarios y los beneficios
sociales y se revea su seguro de vida.
Que
un policía salga de su casa, sin saber si va a regresar; no es motivo para
cambiar de bando. Ni que no le alcance para vivir dignamente. O que no siempre
se vea respaldado por sus superiores. Porque él, ha contraído un compromiso
consigo mismo y con toda la comunidad, que le ha depositado su confianza.
Sin
embargo constantemente la ciudadanía se ve defraudada al enterarse de los
hechos delictivos que los pésimos integrantes de la fuerza policial cometen.
También es sabido que muchos buenos elementos son obligados a saltar el muro,
por temor a las represalias de sus compañeros y superiores.
Policías
y delincuentes o delincuentes y policías apenas están separados por una delgada
línea que significa vestir un simple y modesto uniforme color caqui.
La ética,
el honor, la responsabilidad y la vocación de servicio quedaron para siempre en
el olvido. Quizás sea por eso que le
coloque a este comentario ese título, a modo de invocación: “Dios, protégeme de
la policía, que de los asaltantes me cuido yo”.
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