Creo que tuve mucha suerte, en mi vida, al haber podido recibir una excelente instrucción, por parte de mis queridos maestros y profesores.
Porque gracias a ellos, lograron que este pobre mortal, saliera de la más terrible ignorancia y así aprender las primeras letras.
Luego, con el tiempo, y debido a la paciencia de mis educadores, logre ir dándole forma a mis primeros escritos.
Mis redacciones gustaban y eso hacía que mi ego se inflara como arroz blanco. Pero también cumplía otra función mucho más importante.
Había descubierto una herramienta maravillosa que me permitía comunicarme, sin dificultad, con todos aquellos a los que yo apreciaba.
Podía tender un puente que me permitía relacionarme, logrando vencer mi terrible y espantosa timidez.
A la suerte de haber tenido muy buenos guías, tengo que decir que mis padres, siempre me apoyaron, especialmente cuando se trataba de algo relacionado con la cultura.
A los 15 años, escribía relativamente bien, y como si fuera hoy, recuerdo que mi querido abuelo paterno me dijo: “No importa cual sea el rumbo que emprendas en la vida, pero sea cual fuere, tenés siempre que ser el mejor”.
Es así que mi mamá me impulsó a tomar varios talleres literarios en la SADE (Sociedad Argentina de Escritores), que por aquel entonces se encontraba en la calle México al 500.
Recibí los mejores consejos de parte de los grandes de la literatura argentina, quienes jamás cobraron un solo peso, por ese noble servicio.
Recuerdo que era el más joven de todos ellos y se maravillaban por mis ganas incansables de aprender.
A todos ellos, les doy mi eterna gratitud y como fueron alrededor de unos 60 talleres, sería injusto dejar de nombrar alguno de mis mentores, ya que cada uno de ellos dejo una huella realmente imborrable en mi alma.
Luego la vida me llevó por otros caminos, muy diferentes, sin embargo nunca abandoné totalmente la literatura.
Ya que en algunos momentos de ocio, me dedicaba a escribir algún que otro cuentito, mientras lo alternaba con los planos de uno que otro proyecto edilicio a construir.
A partir de 1992, trabé un idilio con la informática, que hasta el día de hoy persiste.
Por medio de Internet, me dediqué a profundizar todos mis conocimientos gramaticales, fortaleciendo mi soporte técnico, cosa que comprendí que era fundamental si es que yo deseaba ir superando mis propias limitaciones.
A partir de 1992, trabé un idilio con la informática, que hasta el día de hoy persiste.
Por medio de Internet, me dediqué a profundizar todos mis conocimientos gramaticales, fortaleciendo mi soporte técnico, cosa que comprendí que era fundamental si es que yo deseaba ir superando mis propias limitaciones.
Es así que empiezo a tomar notas como no lo hice ni en el secundario. Tenía ahora tres ventajas que en aquella época carecía.
Experiencia de vida, organización y método y una visión simplificada de cómo hacerlo mejor y en menos tiempo.
Pero había una cosa demasiado simple y elemental con la que si tenía una gran ventaja por sobre el resto de mis semejantes: no tenía errores de ortografía.
Y eso me ponía muy contento, pero no con un vil sentido de la pedantería, sino solamente por una cuestión de sentir un orgullo íntimo y personal.
Todas aquellas maravillosas noches familiares, reunidos después de la cena, y en las que toda la familia jugábamos al diccionario, habían resultado con el tiempo, fundamental para el desarrollo de mi carrera de escritor.
Me acuerdo que esos juegos estaban dirigidos para que mi hermana y yo supiéramos el significado de la mayor cantidad de palabras posibles y a su vez las supiéramos deletrear. Pequeños y gratos recuerdos que han quedados grabados a fuego en mi memoria.
Ahora saltando en el tiempo, puedo ver que este tipo de cosas ya no se hacen más y la familia no comparte esas pequeñas excusas para estar unidos, al menos una vez al día. Y mucho menos algo que tenga que ver con el conocimiento.
Pero en fin, volviendo al tema, ese es el secreto que me ha permitido olvidarme de las faltas ortográficas.
Y preocuparme en otros temas como los infinitos recursos que uno debe emplear, en un relato, para atraer al lector e impedir que este arroje el libro por la ventana.
Para mí existen dos tipos de errores ortográficos. El primero es aquel, que con la velocidad con que se escribe y falta de tiempo para elaborarlo, tiene una letra en donde no corresponde, la falta de una coma, un acento o no vio que género y número no concuerdan.
Y el error conceptual, que ese sí es imperdonable, como desconocer las diferencias de halla y haya, vaca y baca, o usar incorrectamente la palabra socializar, o decir que hablamos español cuando realmente nuestra lengua es el castellano y el español es un modismo y un gentilicio.
Tener errores ortográficos es en mi concepto, una forma maleducada de decirle al que lo lee, que le importa tres cuernos que esté bien o esté mal, que es así y si no le gusta que no lo lea.
O lo que sería el equivalente a estar hablando con una persona y no poder soportar el aliento a cadáver que tiene en su boca.
Creo haber puesto, en las ilustraciones, bastantes ejemplos de los errores más toscos y groseros que uno haya visto.
Sin embargo hay uno que es mucho más llamativo que los otros, ya que fue cometido por una abogada en una solicitud dirigida al intendente de una ciudad populosa.
Esto prueba que no es cuestión de acumular títulos universitarios sino, leer atentamente lo que se está escribiendo y razonar sobre si lo puesto es correcto o no.
Siempre se recomienda tener al lado, un diccionario por las dudas y consultarlo todas las veces que sea necesario.
El idioma castellano cuenta con unas 20.000 palabras, pero por lo general, no empleamos más de unas 600 por día.
Hay palabras que prácticamente se las utiliza muy rara vez como el caso de curul o algunas palabras nuevas que se van incorporando al idioma.
En mi trabajo como corrector de estilo he descubierto que muchos grandes escritores se apoyan en sus correctores ya que estos también tienen catastróficos “orrores hortográficos”.
Me acuerdo de los borradores de Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato o Gabriel García Marquez.
Todos piensan que un escritor es un ser infalible, pero se olvidan que todos aquellos que viven en sus propios castillos de cristal, están sujetos a cometer algunos pecadillos.
¡Qué hermosos tus recuerdos! En casa a la hora del almuerzo, mi mamá siempre comenzaba algún tema de cultura general. Yo ahora hago lo mismo con mi hijo y él me sorprende muchas veces, pues además escribe mejor que yo. ¿Sabes? yo creo que mucha gente aún no conoce el enorme placer que te brinda el conocimiento. Disfruté la lectura, gracias!
ResponderBorrarTriste pero cierto
ResponderBorrarHola, comparto totalmente el artículo y padezco de idéntica manía, Solía utilizar con mis alumnos (hace tres años que me jubilé) el Scrabble y se entusiasmaban mucho porque: aprendían nuevas palabras; mejoraban su ortografía y asimismo optimizaban sus estrategias para obtener mejor puntaje. La cuestión que a través del juego y casi sin darse cuenta se iban interiorizando en el idioma de una manera no tan formal ni académica. Lo novedoso es que a partir de 2010 se han incorporado nuevas reglas ortográficas y a veces nos cuesta acostumbrarnos, ya que tenemos que desaprender lo incorporado. Me cuesta aceptar el solo sin tilde, los demostrativos: este/ese y aquel con la misma modificación, guion sin tilde, etc., etc. Espero algún día acostumbrarme...Gracias, muy interesante. Lo comparto en mi muro.
ResponderBorrarEmpecé a ir al parvulario desde bien pequeña, sobre los cuatro años 1928, aún recuerdo las veces que la señora maestra, jubilada, intentaba, sin conseguirlo, aprenderme las vocales y consonantes.
ResponderBorrarYa mayorcita, me enviaron a un colegio particular y, fue donde me enseñaron, por medio de dictados,a saber dónde iba la letra B,y la V,según a pronunciación de la profesora, lo demás lo asimilé poco poco.
Vino la Revolución, la Guerra y, las clases se suspendieron, una pena, siempre me gustó escribir.
Ahora, tengo 91 años y,me dedico a escribir, sin ninguna pretensión, solo para distraerme, me gusta, disfruto muchísimo;he escrito en este medio alguna
He escrito algún pequeño relato, no tengo grades cosas, confieso que me llaman las letras. Leo los relatos que escriben otras personas, seguiré en este medio mientras no me falle la cabeza. Gracias.
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