miércoles, 4 de mayo de 2011

NIÑOS QUE MATAN NIÑOS (Parte III)

Otros casos aberrantes
El homicida más joven que se conoce, tiene tres años y le ha disparado a otro de dos, hiriéndole de gravedad en la cabeza, en Tampa, Florida. Para las autoridades, se trató de "un trágico accidente". Sin embargo, la única forma de que el proyectil se inserte en la cabeza de otro, es que el cañón le esté apuntando. Es difícil que sucediera por casualidad. Ya solo por el propio peso del arma.

Esta se encontraba al alcance del niño y cargada, el cañón apuntaba a la cabeza del otro y sin querer, el niño golpeó el gatillo. ¿No nos sorprenden los niños pequeños con sus sonrisas y sus aciertos? ¿Por qué no pueden sorprendernos con su agresividad o sus impulsos de asesinar?

 En agosto de 1998, en Arvika, Suecia, dos hermanos de cinco y siete años, estaban jugando a la guerra, pero cuando la pelea dio con Kevin en tierra, un pequeño de cuatro, aprovecharon los hermanos para estrangularlo con la rama de un árbol. Este hecho se descubrió dos meses después.

Los asesinos no sólo cometieron el crimen, sino que lo ocultaron, comportándose como delincuentes adultos. En la indagación subsiguiente se descubrió que también le pisaron la garganta.

El comisario pudo comprobar que el niño de siete años, sabía lo que hacia, y los indicios indican que el de cinco años también tenía nociones de lo que hacía. Con estas evidencias, en un caso de adultos, les habrían dado cadena perpetua, pero en los niños es sólo un juego con un pésimo final. También la muerte es sólo un juego para los niños.

En noviembre de 1998, en Río de Janeiro, Brasil, una niña de diez años reconoció haber dado muerte, por ahogamiento, a un amigo de cuatro con el que se estaba peleando, como siempre, en el transcurso de un juego. Harta de su resistencia, le empujó a un riachuelo, donde le mantuvo la cabeza bajo el agua hasta que expiró.


Los estudiosos sostienen que existe un fenómeno que consiste en que un niño objeto de malos tratos traslada esto a otros niños, a los que viola o mata mientras se agrava su propio trastorno. Sucede en distintos puntos del planeta, con un hecho común y reiterado. Siempre está la excusa que se trata solo de un juego. La muerte nunca es un juego.

En Bristol, Inglaterra, en enero del año 2000, un niño británico, de doce años, fue puesto a disposición judicial acusado del asesinato de su hermanito, de seis meses. El cuerpo del bebé fue hallado en Hartcliffe, un barrio pobre de la ciudad, algo lejos de su casa y con múltiples heridas de arma blanca. Aunque fue rápidamente atendido, nada se pudo hacer por él. Ingresado en el hospital, se certificó su fallecimiento. El arma del crimen fue hallada muy pronto.

La policía inició una investigación el mismo día, 19 de enero, que dio como resultado la detención del menor, que en Inglaterra tiene derecho al anonimato. Le preguntaron si entendía los cargos presentados contra él y contestó que sí. Vivía con su madre y otros cuatro hermanos, en la casa donde sucedieron los hechos. En opinión de los vecinos, formaban una familia bastante normal.


El cuchillero de Bristol

El inspector encargado del asunto dijo que se trataba de un caso trágico. El muchacho fue enviado a un centro de reclusión. En el Reino Unido, la responsabilidad penal está fijada en los diez años y el asunto generó una intensa polémica sobre el tipo de juicio a aplicarse a un asunto como este, de un bebé apuñalado, supuestamente, por su hermano, que en ese momento tenía doce años.

Si bien estos casos no son muchos en el mundo, cada vez se producen en un menor lapso de tiempo. No son muchos los países que cuentan con una legislación que contemple este tipo tan específico: de niños que matan niños.

En la mayoría de los casos que suceden, los menores tienen plena conciencia de lo que están haciendo y saben muy bien cuándo algo es bueno o malo o por decirlo mejor, cuándo es real y cuándo fantasía.

Son los adultos los que piensan como si fueran niños y no ven que sí existen niños que piensan como si fueran asesinos adultos. En el caso ocurrido en Bristol, donde se perfila cierta premeditación en la preparación del asesinato de su hermano. Sin embargo el verdadero motivo que causó la muerte del bebé, fue su llanto largo y lastimero durante las largas noches.


Conclusiones para un tema difícil

 

Eso terminó por irritar a una personalidad con precoces síntomas de perturbación mental. Todos ellos la tenían y así lo confirman los distintos informes siquiátricas que se le hicieron, a instancia o del juez o de la fiscalía. En todos los casos, existen antecedentes de violencia doméstica por parte de los padres o mayores de la casa.

Y por supuesto estas agresiones con el tiempo fueron llevadas a la práctica como una cosa normal, debido a que no distinguían la diferencia entre las paredes de su hogar con las paredes de otro hogar o bien el exterior.

Para el Monstruo de Ruanda también fue normal matar, a 63 niños, ya que era solo muerte desde la mañana hasta la noche, durante 100 larguísimos días. Eso se hace carne en la mente de cualquier niño y mucho más cuando pierde a toda su familia en aquel desgraciado genocidio. Esta nota debe servir con un doble propósito. El primero crear una legislación que contemple el asesinato de niños por niños. Castigarlos como adultos o que tenga la máxima pena que un adulto tendría en idénticas condiciones. Es para conseguir la verdadera justicia y no la simple venganza.


El segundo propósito es hacer un homenaje póstumo a la mujer que más historias de crímenes y suspenso jamás haya vendido, en la historia editorial. Alrededor de 1000 millones de copias originales en inglés y otras 1000 millones traducidas en 63 idiomas.

Hablamos de Agatha Mary Clarissa Miller Christie, mucho más conocida mundialmente como Agatha Christie, quien curiosamente ha influido sobre los investigadores de la mayoría de los casos aquí citados. Y que casualmente en estos días se cumplen 87 años de la presentación de su primer libro “El misterioso caso de Andreas Style”

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