Faltando tres días apenas, para cumplirse con los primeros seis meses de gobierno, el pueblo paraguayo todavía no siente que las manos de los nuevos funcionarios hayan tomado las riendas del país, con la firmeza que el caso requiere.
Los dos primeros años de la anterior gestión, se las puede catalogar, ahora que ha transcurrido cierto tiempo, de aceptable. Varias medidas acertadas corrigieron el rumbo de nuestra endeble economía, haciendo que se pudieran batir algunos records de recaudación, que en otras épocas eran impensados.
Durante ese lapso, el país pareció vivir el comienzo de una nueva etapa, que tenía como única meta el ansiado despegue económico. Pero solo fue una ilusión efímera y pasajera, ya que el ex presidente se embarcó caprichosamente, a partir de ese momento, en una loca aventura por la reelección. Los resultados son demasiado recientes y todavía seguimos sufriendo sus pavorosas consecuencias.
Los tres últimos años de la gestión, del anterior mandatario, estuvieron marcados por la dedicación casi exclusiva, al proselitismo de su segundo período. Al principio siendo él protagonista, pero una vez rechazada su candidatura, optó por dejar el poder, muy a regañadientes, en manos de una delfín, por él arbitrariamente impuesta a dedo.
Por lo que potenció la atomización de su ya fragmentado partido que dura hasta el presente. En estos tres últimos años, fue el desgobierno el que imperó, de la mano de la corrupción, que los actuales funcionarios juraron desterrar, sin embargo, al parecer esta aún goza de buena salud.
Los índices de ocupación laboral, de pobreza, de mortalidad materna e infantil, de inflación, de criminalidad, de deserción escolar, de niños mendigos, de grandes evasores fiscales, de tierras improductivas, de contrabando, de prostitución infanto-juvenil, de invasiones campesinas, no han retrocedido hasta cauces tolerables.
Por desgracia la tendencia sería el incremento ante la falta de una rápida acción y los errores propios de la gente poco idónea que se encuentra, de pronto, ubicada en puestos realmente claves y sensibles, y en donde la misma situación los rebasa.
La inercia no ha sido cortada y continuamos de una manera u otra con el piloto automático de Nicanor, les guste o no, muy a pesar de lo que diga el Tekojoja, los liberales, y los demás micro partidos de la esclerótica izquierda nacional.
La corrupción y el tráfico de influencias se han instalado en Paraguay, sentando sus reales bases y no existen indicios concretos del comienzo de su erradicación por parte de los nuevos burócratas recién instalados.
Se han enquistado en todos los estratos de nuestra sociedad y en todas las organizaciones corporativas, que se autoprotegen de cualquier embestida externa. Al contrario, parecería que se sienten muy a gusto con ella, ya que en todo este breve período de tiempo, ni siquiera han dado, al menos, el primer paso hacia su extirpación.
Todas las promesas siguen zumbando en nuestros oídos, pero solo eso, porque para su ejecución existe un gran trecho. La mayoría de ellas, no han aterrizado de la imaginación de los nuevos gobernantes, a los papeles firmados, y así listos para ser llevados inapelablemente a cabo. Continuamos, de igual modo que cuando se cumplieron los primeros 100 días, sin aparecer en los medios masivos de comunicación, un verdadero plan coherente y creíble “anticrisis”.
Lo que si abunda es un total caos y una apocalíptica improvisación en todas las reparticiones oficiales. Perjudicada aún más por los cambios constante de ideas, con la consiguiente marchas y contramarchas. Paraguay ya no está para hacer experimentos de ningún tipo. No quiere ser conejillo de Indias de filosofías bolivarianas, ni de los Armarás y ni siquiera ecuatorianas.
La gente de su pueblo sabe muy bien lo que quiere y es importante que nuestro presidente no comience a aislarse y perder la perspectiva de la cosa, por un simple respeto a todos aquellos que depositaron su confianza con el simple voto. No los deje nunca de escuchar. Tampoco los abandone totalmente en pos de una utópica reelección, cuando el tan mentado cambio no llega y mientras sigan las tinieblas aún sin despejarse.
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