Existe un conocidísimo refrán que dice “Dios aprieta pero no ahorca”, que bien podría aplicársele al comercio de Ciudad del Este. Según comentario de los más representativos comerciantes empresarios de esta ciudad, desde hace un par de semanas, se observa un cierto movimiento creciente de compradores brasileños y una mejora en las recaudaciones dentro de los comercios.
Esto trajo aparejado un ligero alivio social, al frenarse bruscamente la incesante ola de despidos masivos de empleados dedicados a la venta de mostrador, tanto como los inminentes cierres de cortinas por parte de los empresarios y comerciantes, desesperados por ver que los días pasaban en blanco y a fin de mes no poder afrontar todos los compromisos contraídos.
Es aquí que nace una pequeña esperanza que, dentro de nuestra propia crisis, sumada a la recientemente importada, es como un verdadero oasis en medio del desierto. Es una manera elegante de comprar tiempo y poder pensar con más claridad los siguientes pasos a seguir; sin esa asfixiante sensación que padece todo inversor, en el que todo se derrumbará de un momento a otro, como un gran castillo de naipes.
Con una tenue apariencia que la cosa ha mejorado, aunque solo sea en pequeños porcentajes, es la inauguración de un nuevo “shopping” de regulares medidas. Se puede observar un movimiento de obreros de la construcción, refaccionando uno o varios negocios en cada una de las galerías o centros de compras. Es decir que, aparentemente los locales son nuevamente ocupados tras la salida del antiguo inquilino.
Esto es bastante alentador, especialmente dentro del momento crítico en el que nos encontramos sumergidos. Si la industria de la construcción se mueve, su efecto multiplicador será significativo, por lo que dentro de muy poco tiempo, se podrá observar los primeros resultados positivos. Tanto como la probable toma de personal por parte de las nuevas empresas que se constituyan, en los locales recientemente alquilados.
Ahora bien, esta tímida bonanza puede ser tomada como algo pasajero, en tanto y en cuanto a nuestros dos grandes vecinos, no se les siga ocurriendo continuar colocando nuevas y odiosas trabas, a todos los productos, denominados de “extrazona”. De ser así, solo estaremos percibiendo un hermoso y brillante espejismo que nos llamará a engaño.
Y nos estaremos engañando, porque como dice otro sabio refrán, “una golondrina no hace verano”. Hay que concientizarse que aquellos días dorados, de la década del 80 y 90 del siglo pasado, ya no volverán nunca más. Mucha agua ha pasado bajo el puente y muchos cambios políticos, sociales, económicos y científicos se han producido desde esa misma época.
Actualmente el comercio ya no es sustentable por sí solo, como para mantener a toda la ciudad, como lo era otras épocas. Ahora se precisa complementar a la actividad mercantil, con otras alternativas que generen divisas y ocupen una buena cantidad de mano de obra calificada, que hoy por hoy, se encuentra ociosa.
Las autoridades, los empresarios, los industriales y el resto de las fuerzas vivas de la ciudad han pensado en varias opciones, como han sido el turismo, convertirse en un centro de convenciones del Mercosur, radicación de industrias de pequeño y mediano porte, aprovechando la figura de la maquila. Sin embargo todo esto último no ha pasado de las palabras e ideas brillantes a los hechos.
Seguimos en el reino del “oparei”. Se debería por lo tanto aprovechar intensamente esta coyuntura tan favorable, para concretar esos planes, que han quedado archivados, en el fondo de algún escritorio y reflotar todas esas buenas ideas, dándole a esta ciudad un nuevo impulso de desarrollo, aprovechando que ahora podemos ver una pequeña luz al final del túnel.
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