Cada tanto leo, en los comentarios que hacen los lectores, en las páginas digitales o en la red social Facebook, ciertas acotaciones que me indignan, con respecto a tal o cual hecho que involucre directa o indirectamente a personas venidas del exterior. Si bien son hechos esporádicos, pareciera que la gente estuviera esperando que algo malo ocurra para abalanzarse sobre los extranjeros, como si fuera una jauría salvaje.
Despotricar
amargamente contra los extranjeros es un poco también como escupir para arriba,
ya que todos los nacidos, en Paraguay, de una manera u otra descienden o tienen
algún parentesco con europeos, asiáticos
y hasta africanos. Los únicos paraguayos verdaderamente puros son nuestros
aborígenes.
Ellos tienen
solamente el honor de habitar el suelo patrio, mucho tiempo antes que los
invasores españoles. Sin embargo hoy en día
tienen que mendigar, ante las autoridades, un mísero espacio de terreno,
en donde poder vivir. Paradójicamente ellos que eran los dueños absolutos de la
tierra, ganadas a sangre y fuego, la perdieron de la misma forma.
Pero volviendo al
tema, solo la gente muy ignorante o la poseedora de un falso nacionalismo,
bastante retorcido, tienen semejantes ideas, en sus locas cabecitas. El
problema es que hay muchos de ellos y por desgracia, cada día nacen más,
teniendo en cuenta que la educación de Paraguay pasa por una fase oscura, en
donde ni los profesores se salvan de las sombras del temible analfabetismo
funcional.
No se le puede sacar
así como así todos los méritos que han tenido, tienen y tendrán en el futuro,
los extranjeros, en su humilde contribución al crecimiento y progreso de este
país.
Claro no todos fueron santos, desde ya que muchos aventureros de todas
las nacionalidades arribaron a estas tierras, atraídos por la fama de mucha
ganancia en poco tiempo.
Amparados, desde ya,
por el poco respeto hacia la ley, que tenían la mayoría de sus habitantes. Esto
hizo que aquí reinara a sus anchas, la impunidad. En especial para aquellos
extranjeros que traían buen dinero y que para que funcionara la rosca corrupta,
invariablemente debían asociar a la autoridad gobernante de turno. Nunca los
extranjeros cometían sus tropelías sin el visto bueno del mandamás del momento.
Pero la mayoría de
ellos, gente que quiso hacer de su vida y la de sus semejantes, algo mejor; esa
sí que dejó una huella prácticamente imborrable en los hijos de esta nación.
Hacer una lista de ellos sería muy injusto ya que siempre faltaran nombres, por
culpa de la mala memoria.
Pero si comenzamos a desenredar la madeja de los recuerdos, nos encontramos que la letra del Himno Nacional Paraguayo la escribió el uruguayo Francisco Acuña de Figueroa y la música fue compuesta por el francés Francisco S. de Dupuis. Esto es solo el punto de inicio de mucha gente valiosa, que dio su aporte sincero y desinteresado en beneficio de toda la sociedad.
Hablar del suizo
Moisés Bertoni, de la española Josefina Plá, del italiano don Vicente Scavone,
es solo citar a algunos de ellos, a los que no quería nombrar solo para no
olvidarme del resto, pero para no cometer ese pecado, prefiero nombrar a las
colectividades como grupo que potencia el progreso.
Tomemos por ejemplo,
el caso de los alemanes menonitas. Hasta hace muy poco tiempo nadie hubiera
pensado que una de las regiones más hostiles a la vida humana, en todo el
planeta, sería domada por esta laboriosa gente. Allí crearon una cuenca lechera
casi única en la región.
Producción de Carne,
campos de soja, trigo y demás cereales, una industria frigorífica de punta,
tanto como una industria fideera de igual tenor. Tras estos primeros logros,
abrieron el campo para otras industrias, así como la venta de diferentes
servicios. Día a día ofrecen más oportunidades de trabajo a nuestra gente, al
reinvertir sus ganancias en el país.
Algo parecido ha
ocurrido con la colonia japonesa, quienes introdujeron muchas de las verduras y
frutas que hoy en día consumimos, casi sin saberlo. Fueron los primeros en
adoptar el sistema de siembre directa, cuando esto era impensado en su momento.
Logrando con la soja, cosechas muy fuera de los padrones comunes.
Italianos, ingleses,
franceses y suizos, aportaron los conocimientos en varios rubros, siendo la
construcción uno de los más importantes luego de la guerra grande. Muchos de
sus apellidos aún siguen vigentes a través de sus descendientes. Siendo en
algunos casos como el de Pedro Bruno Guggiari, uno de los mejores intendentes
de Asunción, hijo de un inmigrante de origen suizo.
Coreanos, chinos y
libaneses, por su lado, han fortalecido el comercio interno y externo al
invertir en negocios de informática, vestimenta, juguetería y supermercados,
entre los principales ramos y han creado, bajo su esfuerzo, fuentes de trabajo
para miles de nuestros compatriotas.
Los brasileros y
“brasiguayos”, que no vinieron, si no que fueron llamados, para cultivar la
tierra, porque la mayoría de la población se apelotonaba en Asunción y de ahí
no se querían ni mover. Ellos voltearon miles de árboles para poder sembrar,
con los abusos del caso, pero crearon a su vez, cientos de aserraderos que
proveyeron de madera a los nativos y a puertos extranjeros.
Hablar de la soja
paraguaya, hoy es muy fácil, como también reclamar sus tierras cuando en esa
época, nadie las quería. Pero fueron ellos quienes, con luces y sombras,
pusieron a Paraguay entre los 4 más grandes productores de esta legumbre. Ellos
no son santos, ni mucho menos, pero si son trabajadores y muchos deberían
imitarlos.
En cuanto a mis
compatriotas no agregaré mucho, pero es sabido que casi el 50% de los
nacimientos del departamento de Ñeembucu
y en mucho menor medida, de las zonas costeras de Itapúa y Alto Paraná,
los nacimientos se dan en los hospitales argentinos porque allá la atención es
gratuita, y son tratados como seres humanos, tengan o no dinero.
No son los
extranjeros los que causaron los problemas que ahora padecemos y ni los
culpables de muchos de nuestros padecimientos que actualmente soportamos. Una
buena dosis de autocrítica general no vendría mal.
Nosotros somos el verdadero
problema, no ellos. Todos sabemos cuáles son nuestros defectos pero es duro
reconocer. Siempre es mucho más fácil tirarle la culpa a otro que asumirlos.
En realidad, tengo
que aclarar, que yo casi nunca tuve grandes dramas, al respecto, pero si he
tenido que soportar algunos chispazos de xenofobia cruel, especialmente debido
a mis opiniones generalmente ácidas, sobre algún determinado tema. Era en esos
momentos que yo me preguntaba para mis adentros si era verdad lo que anunciaba
Carlos Sosa en su canción: “Bienvenido hermano extranjero”,
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