Una vez más ha ocurrido algo que se repite constantemente en todo el país. Los jóvenes desoyendo el consejo de los padres se lanzan a la calle en busca de emociones fuertes y generalmente terminan en tragedia. Un ejemplo claro y conmovedor fue lo ocurrido días pasados en Hernandarias, donde en apenas 8 días murieron 6 adolescentes, producto de la imprudencia, alcohol y velocidad excesiva, enlutando y golpeando el corazón de varias familias de esa ciudad.
Invariablemente cada siete días ocurre exactamente lo mismo. Es un constante “replay” que se observa invariablemente los fines de semanas.
Chicas y muchachos que se reúnen para tomar alcohol, escuchar música a todo volumen, que forman pequeñas “barritas”, que compiten entre sí, por estupideces, como para matar el tiempo, pero que a la corta o a la larga, no es lo único que matan.
Así comienza el dolor
Los puntos de reunión son muy bien conocidos por todos los pobladores y a los que se puede descubrir simplemente con seguir el alto volumen que irradian sus costosos equipos de sonidos y que llegan a valer entre 1.000 a 2.000 dólares. Ese simplemente es el comienzo. Luego pasearan por todas las calles principales, en caravana, aturdiendo a todos los torturados vecinos que no podrán pegar sus ojos hasta bien entrada la madrugada del domingo.
Aparentemente existe un pequeño error de concepto en cuanto a la palabra inglesa “tunning” que significa poner a punto o sintonizar y que en la jerga popular es sólo personalizar a un vehículo. Es decir, rediseñar a un automóvil de calle y darle ese toque distinto de cada uno y que lo convierte de inmediato en todo un “fuera de serie”.
Eso estaría magnífico, ya que esa moda existe desde que salió al mercado el primer rodado. Por lo tanto no es ninguna novedad, lo que si es nuevo, es el acto de atormentar a los vecinos u ocasionales oyentes, que no quieren o no tienen por qué escuchar algo en contra de su voluntad.
Esto es un punto de partida e ingrediente fundamental en todo este nuevo fenómeno que no sólo ocurre en Hernandarias, sino a nivel mundial, sólo que, en nuestro país se aprovecha la magnifica oportunidad de gozar de la total impunidad tanto como de la ineficacia y el verdadero desinterés que muestran nuestras autoridades, tanto policiales como municipales, y que no les importa poner un freno, al reglamentar y hacer cumplir dicha cuestión.
Los mortales fines de semanas
Durante los días hábiles no existen grandes problemas, porque las actividades cotidianas permiten que, un no tan reducido grupo de jóvenes, estén más o menos controlados por sus padres, por lo que las escapadas de sus casas son poco probables. Pero llegado el viernes, comienza el tiempo para la desvergüenza y el desequilibrio.
El sábado por la tarde se inicia el ritual del lavado del auto y el consiguiente pedido de permiso para llevarse el vehículo esa noche. Comprar cerveza y llenar la congeladora, es otra de los temas de rigor. La provisión de abundante cantidad de hielo es necesaria y fundamental para que la “fiesta” salga bien.
Las chicas ya no van a la peluquería ni se desviven en el arreglo personal. Todo es mucho más natural, menos rebuscado y acartonado que en épocas pasadas. Un jeans, una camisa, una campera y un par de “championes” completan el vestuario unisex.
Recién a las once o doce de la noche los muchachos pasaran a buscar a las chicas que generalmente como en todos los tiempos, se harán esperar. Luego comerán algo por ahí y después irán a bailar a la disco de moda. Allí beberán hasta casi la intoxicación.
Los jóvenes no conocen los límites de su capacidad alcohólica ni tampoco les importa mucho. Puede ser que también inicien una pelea sólo porque no saben lo que están haciendo ni pueden controlar ya su genio.
Al terminar la noche, se encontrarán en pésimas condiciones como para conducir. Algunos, los menos, cederán las llaves de su vehículo a un colega menos borracho que él. Otros más inconcientes, se negarán a entregar el volante y jurarán que estando ebrios son mejores conductores.
En ambos casos los riesgos de una colisión son altísimos y es aquí donde la policía debería proceder, aunque sea casi imposible medir con un “concientómetro” el estado de estupidez en que pueda encontrarse el ciudadano.
Le tienen miedo a la vida, no a la muerte
Probablemente todo este tema necesite de un verdadero replanteo de hacia donde quiere llegar nuestra sociedad y buscar urgentemente en donde se ha fallado. Estamos creando una generación de jóvenes suicidas que evidentemente no saben vivir, no conocen la sana diversión ni les interesa disfrutar de lo que poseen.
No tienen metas claras y dejan transcurrir los días viendo cómo los demás van tomando su posición dentro de la sociedad, mientras que estos solamente se hacen a un lado.
No trabajan, no estudian, no producen y viven aún a costa de sus padres. Generalmente son hijos de aquellos que vinieron de familias muy humildes, pero que gracias a su esfuerzo individual se han consolidado económicamente.
Sin embargo los descendientes de aquellos pioneros, por llamarlos de alguna manera, sólo se dedican a gastar lo que no es suyo, pero que consideran que lo es.
Sus pensamientos y esfuerzos se dirigen a tener mejor ropa que los demás, un vehículo que los saque del anonimato y los libere del ómnibus al cual se niegan a usar. No escuchan los consejos y sugerencias de sus padres que nunca les pusieron límites y ahora ya mayores, son demasiado grandes como para recibir golpes con la vara del árbol más cercano.
Probablemente sus cabezas estén tan huecas como sus vidas y eso haga que piensen superficialmente en cosas temporales. Lo importante para ellos es vivir el presente ya que el pasado ya se fue y el futuro aún no ha llegado. Esa es la filosofía de una buena parte de la juventud no sólo de Hernandarias, si no, de todo el país.
Los avances tecnológicos en vez de hacernos crecer, nos ha hecho retroceder. Ya no existe más el diálogo familiar. Cada uno hace en la casa lo que quiere y cuando quiere y luego todo eso se vuelca precisamente en la calle.
Los jóvenes se comunican solamente por celular o por e-mail porque no se animan a hacerlo personalmente. Evidentemente hemos creado una sociedad de jóvenes suicidas que desprecian al futuro. No importa que lo hagan con una cuerda o con un volante o el manubrio de una moto, el resultado es siempre el mismo.
Nuestros jóvenes están pidiendo a gritos que los ayudemos, pero cómo hacerlo si ellos mismos no aceptan que están gravemente enfermos. Hay dos ejemplos claros de todo esto. El primero es aquel que en una corrida de motos, un joven terminó perdiendo a su novia embarazada, la cual falleció a causa de los golpes recibidos y luego de una penosa recuperación, la madre del joven le compró un vehículo de cuatro ruedas y ahora ha vuelto a las mismas andadas.
El segundo, mucho más patético que el anterior, el accidentado perdió una pierna y después de empeñar a su familia en millones de guaraníes en gastos y mucho dolor; una vez repuesto y ya con un miembro ortopédico, ha vuelto a ser el mismo inconsciente de siempre.
Evidentemente no todos son así, existen muchas excepciones, pero esta vez les tocó el turno a aquellas manzanas que se encuentran podridas.
La Supercarretera, por lejos la mejor autopista del país, siempre fue peligrosa por las altas velocidades que en ella se puede desarrollar, pero en los últimos tiempos los choques se han hecho mucho más frecuentes y una prueba de ello es la gran cantidad de pequeños nichos que se encuentra a la vera del camino.
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