Este tema que voy a abordar no es nuevo, al contrario es tan viejo como el mundo. Esto sucede desde tiempo inmemorial y en todas las civilizaciones, en mayor o menor grado. Me refiero directamente y sin rodeos, al hombre golpeador, que parece un hombre común, como usted o como yo, pero que en su mente desequilibrada alberga algo totalmente insano, muy difícil de identificarlo solo con su aspecto exterior.
Y supongo que en eso radica el verdadero problema, lo
difícil que resulta individualizar a uno de estos seres de un hombre normal. Un
hombre cobarde y enfermo que le pega y maltrata a su pareja o a sus hijos o a
los dos a la vez; de un hombre amoroso que le brinda cariño y atención a su
compañera y a sus hijos.
Puede ser un hombre obeso o un raquítico; un petiso o un
coloso; una bestia o profesor universitario; un humilde obrero o un prominente
banquero; o bien ser un blanco, un negro o tal vez un amarillo; un judío, un
católico o musulmán. Pero sea lo que fuera, siempre disimulara su estado de
constante violencia, detrás de una cortina de amabilidad y cortesía para los
extraños.
Y tan perfecta es su actuación durante el noviazgo que puede
engañar a su novia, desparramando todo su arsenal de galantería y seducción y
aquella no sabe darle un corte definitivo cuando en algún acceso de rabia, se
desquite con la pobre mujer, dándole unos contundentes golpes. Fingido
arrepentimiento, regado con simuladas súplicas de perdón, falsos besos, flores
y bombones.
El perdón llegará tarde o temprano, pero siempre entre un
mar de dudas que tiene la mujer sobre el motivo que tuvo el hombre para
castigarla de esa manera. El intentará manipularla, haciéndola sentir culpable
de la agresión, justamente por provocarlo. Ella titubeará, es por eso que
terminará perdonándolo.
Y este será el más grande error de toda su vida, volver a
una relación que ya terminó, con el primer golpe, y eso significa que también
el respeto se fue dando el adiós definitivo. Todo irá bien, por un tiempo. La
vida para ella volverá a ser color de rosa. Hasta que, con la primera
discusión, sin importancia, se le vaya nuevamente la mano.
El motivo de la agresión puede ser variado. Desde el hombre
celoso ante cualquier posible rival, hasta que la comida estaba fría, pasando
por todos los matices, que tengan que ver con la poca atención que recibe de
ella. Incluso entran en esta serie de excusas, las visitas a los padres y
hermanos, antiguas amigas del colegio, etc.
En esta etapa, ella sigue enamorada y continua perdonando
sus esporádicos ataques de furia, que por lo general terminan en unos cuantos
golpes para ella. Nadie puede meterse en la relación y de hacerlo, terminará
muy mal parado, ya que será tomado como un ser egoísta que no puede ver la
felicidad ajena y solo pretende separarla de la felicidad y del hombre que ama.
Su ceguera sentimental no le permite ver más allá de sus
narices, por lo que continuará con dicha relación. Una vez casados, la cosa será
mucho peor para ella y su familia cercana. El cerco se irá cerrando cada vez
más, hasta sentirse una esclava sexual.
Ya que muchas veces la forzará a tener
sexo a pesar de oponer cierta resistencia al hacerlo. Siendo este, otro de los
tantos motivos para una buena paliza.
Muchas veces el hombre golpeador una vez casado, por celos o
por un constante caos de pensamientos,
apoyado con una tremenda inseguridad de sí mismo y de todo lo que emprende, no
permite que su pareja trabaje fuera de casa. Y se vuelve entonces en un ser
totalmente repulsivo y tiránico, al que se lo debe soportar de cualquier modo
ya que es el único que mantiene al hogar.
Transforma a su pareja en una esclava para todo servicio, a
la que apartará de su familia, sus amigos, sus compañeros de trabajo o
cualquier persona que pueda darle “malas ideas”. Solo los podrá ver a
escondidas y por no muchos minutos.
De a poco se instalará el terror en la
infortunada víctima y entre violaciones, malos tratos tanto físicos como
psicológicos, o amenazas, su vida se transformará en un verdadero infierno.
Tiene un miedo espantoso de dejarlo, porque sabe que no la
dejará un segundo en paz. Sin embargo esta es una idea recurrente en su cabeza.
Piensa una y mil veces en la oportunidad de verse libre de su lastre. Durante
las noches, sueña con su libertad y como desearía iniciar una nueva vida lejos
de su “amor”. En caso de tener hijos la pareja, la cosa se complica mucho más.
No quiere volver a su casa porque se siente vencida,
derrotada y no desea escuchar de nadie, el famoso:¡¡¡Te lo dije!!! No tiene
dinero para irse lejos y cuando una vez hizo una denuncia en la comisaría no le
hicieron caso.
Es más, hasta hubo ciertas risas irónicas durante la toma de la
declaración. Todo siempre queda en la nada, solo estando muerta, recién recibe
la ayuda. Pero ya es tarde.
La sociedad en la que vivimos, no toma en serio a este tipo
de hechos. Más bien lo encaran como una simple “corrección” del marido a su
“descarriada” mujer. Como un acto privado donde solo las partes que intervienen
en el problema, deben solucionar sus diferencias.
Estos problemas considerados
domésticos, casi siempre se le da la razón al hombre de la casa. Pero eso está
cambiando porque el coraje de las mujeres está intentando finalmente torcer el
rumbo de la violencia familiar.
Sin embargo tendrá que pasar un tiempo para que toda la
sociedad pueda absorber los nuevos vientos de cambio. No hace mucho tiempo, una
jueza condenó a pasar una pequeña temporada en la sombra a un hombre que hacía
9 meses que le negaba la manutención a su ex mujer y sus dos hijos.
Este es un pequeño paso dentro de la lenta y conservadora
justicia paraguaya. Que como siempre se muestra remisa a conceder cambios muy
bruscos. Solo habrá que tener algo de paciencia y seguir presionando a las
autoridades pertinentes. Mucha publicidad institucional previniendo a las
mujeres sobre este desgraciado flagelo que sacude a todos los países del
planeta.
El hombre golpeador vive entre nosotros. Y sería bueno para
no siga ocurriendo esto con las nuevas generaciones, que las mismas madres
instruyan a sus hijos varones sobre lo abyecto que resulta esta práctica y que
no quieren que ellos también se transformen, algún día, en un hombre golpeador.
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