Lo que ha sucedido en las afueras de la ciudad de Curuguaty, Departamento de Canindeyú, no ha sido la primera batalla ni tampoco será la última, en la dilatada y desesperanzadora guerra por la tenencia de la tierra en nuestro país. Eso si es que el Estado no pone las cosas en su lugar y como debería de ser.
Esta irritante
disputa se remonta a los albores mismos de nuestra independencia, en donde solo
la gente adinerada podía ser dueña de grandes extensiones de tierra, quedando
reservada para los agricultores, únicamente las pequeñas parcelas, que a la
postre, resultan muy poco rentables y que apenas alcanzan para la subsistencia
por medio del autoconsumo.
Luego de la Guerra de la Triple Alianza ,
todo el problema se agudizó, ya que a causa de la gran conflagración, desaparecieron la mayoría de los pequeños y
medianos agricultores, simplemente porque casi todos ellos estaban muertos o
impedidos físicamente de trabajar y por lo tanto toda la tierra pasó a ser
confiscada a favor del Estado.
Como la Nación necesitaba hacerse
urgentemente de dinero, Bernardino Caballero, vendió casi toda la región
oriental a los extranjeros que podían llegar a pagar.
Está demás decir que solo
se vendían enormes extensiones por apenas unas cuantas miserables monedas. Solo
que la historia no siempre cuenta que Caballero reservó algunas hectáreas para
sí, que al ser sumadas, serían casi el 25% del Paraguay de hoy.
Luego de la firma del
Tratado de Paz de la Guerra
del Chaco, y por una cuestión de orden estratégico, prácticamente le fue
regalada todas aquellas tierras cercanas a la frontera con Bolivia, a la
oficialidad, actuante, tanto de los puestos de avanzada como a los que
prestaron funciones logísticos, debido a los grandes servicios brindados a la Patria.
Sin embargo los
suboficiales y soldados prácticamente quedaron totalmente fuera del gran
reparto, salvo muy raras excepciones, no
recibiendo casi nada a cambio.
Pasado treinta años de aquella contienda,
llegarían los famosos 60 años de gobierno colorado, en cuyo periodo se producen
tres hechos importantes que forman parte de los antecedentes directos de la
actual masacre.
El PRIMERO de ellos, tiene que ver con la colonia San Isidro del Jejuí, de Lima, en el departamento de San Pedro, que hace alrededor de unos 35 años atrás, fueron expulsados de sus tierras, a los legítimos poseedores bienes inmuebles. Aquí se origina una de las conspiraciones más escandalosas de corrupción y nepotismo de toda la historia paraguaya.
Las tierras habían sido legítimamente adquiridas, en su momento, pero pese a eso mismo, fueron vilmente despojados por el gobierno del entonces dictador Alfredo Stroessner, para dárselas finalmente a una prima de este, de apellido Matiauda, para luego esta misma traspasar a los esposos Rivarola-Velilla.
La SEGUNDA causa sería toda aquella tierra mal vendida, por el extinto y corrupto IBR, y que por ley debían ser exclusivamente entregadas a todos aquellos campesinos que no tuvieran fincas, según los cánones de la pretendida reforma agraria, pero que fueron a parar a manos de muchos de los políticos del entorno del dictador, como parte del botín de guerra, que significaba destrozar el patrimonio estatal a costa de la famosa “viveza criolla”.
Por desgracia cayeron en la misma bolsa y sin quererlo brasileros que vinieron de buena fe, a trabajar la tierra, confiando en los títulos otorgados y en los anuncios publicados en O Globo y la Folha de Sao Paulo, pidiendo colonos para poblar el este del país; fueron tomados como intrusos y hasta cómplices del negociado de las tierras. Sin embargo de una manera u otra fueron víctimas.
Y por último nos
queda la TERCERA probable causa, que saldría como
resultado final a que nunca en la historia de este país, los campesinos fueron
tenidos en cuenta, y mucho menos durante
la última dictadura. Luego, tras el golpe de 1989, lamentablemente las cosas
tampoco cambiaron mucho para ellos.
Nunca nadie se
interesó por confeccionar un verdadero catastro que sea confiable, ya que esto
sería como admitir y delatar las graves irregularidades cometidas por las
sucesivas gestiones realizadas por los gobernantes colorados, quienes al no
reparar semejante injusticia los ha tornado cómplices en la deshonestidad, por
más que no hayan participado directamente.
Finalmente con el
gobierno Lugo, los campesinos únicamente recibieron muchas promesas, de
reparación, pero solo con la finalidad de seguir captando sus ingenuos votos. De una manera u otra, fueron
utilizados como verdaderos “idiotas útiles” en una estúpida e inútil lucha de
clases, de ricos contra pobres, sojeros contra campesinos y obreros contra
patrones. Se protegió a las invasiones de propiedad privada y jamás se actuó
con el rigor que esto merecía.
Según las nuevas
pautas ideológicas instauradas por el ex obispo Lugo, convenía a sus planes de
reelección, en una primera intención y luego ganar más adeptos a su causa con
la simple manipulación de la opinión pública. Para eso debía crear caos y
convencer a todos aquellos que los escucharan, que los pobres campesinos sin
tierras tenían derecho a una parcela de tierra.
Lo que la gente del
Primer Anillo presidencial no decía es que la mayoría de los invasores de
terrenos, provenían de distintos puntos de nuestra geografía y no precisamente
del mismo departamento, que si sonaría mucho más lógico. También omitieron
decir que la gran parte de los ocupantes ya contaban con terrenos propios.
Lo llamativo del caso
es que las invasiones resultaron no ser espontaneas sino muy bien planeadas,
con una logística perfecta, camiones de transporte, motos, celulares y GPS de
última generación, provisión de alimentos y medicamentos para miles de
personas, y proliferación de armas de gran calibre y todo lo necesario para
soportar largos asedios policiales.
Era por lo tanto de
esperarse que los campesinos hastiados de tantas falsas promesas y totalmente
desesperados de ir de acá para allá, y de no ser escuchados, que comenzaron a
levantar esa presión, que viene desde el fondo de las entrañas y era solo una
cuestión de tiempo que esto estallara de un momento a otro, y que se desatara
una pequeña guerra civil.
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