Extraído de mi libro “Cuentos para leer mirando
debajo de la cama”
Fue precisamente en el año noventa, del siglo pasado, según recuerdo, cuando conocí a Elvira. Fue un flechazo a quemarropa, que me dejo totalmente embobado.
Pero según tengo presente, esa pasión fue mutua, ya que ella, con solo tres meses de conocerme, me invitó a vivir en su casa, en el kilómetro 8 de la Ruta Internacional, casi pegado al Batallón.
Pero según tengo presente, esa pasión fue mutua, ya que ella, con solo tres meses de conocerme, me invitó a vivir en su casa, en el kilómetro 8 de la Ruta Internacional, casi pegado al Batallón.
En esa época, dicho lugar era una selva bien tupida.
El empedrado apenas tenía dos cuadras desde la ruta, y luego solo un camino abierto por una topadora, por el cual, un desvencijado colectivo de la empresa 3 de Febrero, valientemente se adentraba 1.500 metros, con una espesa arboleda como telón de fondo.