Está muy claro que el Estado paraguayo nuevamente ha cometido otro error de apreciación y de imprevisión ante los recientes incendios que pusieron prácticamente al país bajo el influjo de las llamas.
Sabiendo que las quemas forestales indiscriminadas, además de los pastizales, se da periódicamente todos los años, es decir son previsibles, no se puede explicar la total desprevención de los organismos competentes.
Lo mismo ocurre con las inundaciones y los granizos. Todos ellos se pueden pronosticar con cierta anticipación.
Pero los organismos encargados de atacar estas contingencias no están preparados, ni cuentan con un presupuesto adecuado y ni siquiera gozan de cierta autonomía que les permita equiparse.
Siempre es la misma historia repetida, tener que salir corriendo a pedir ayuda a los países vecinos, a último momento, que también, por esas mismas casualidades, sufren idénticas inclemencias climáticas, con la diferencia de que ellos sí tienen un rubro específico para estas contingencias.
El actual y los gobiernos venideros tendrán que contemplar en sus presupuestos estas eventualidades. Y no sólo incluirlas, para luego recortarlas, sino ejecutarlas. En los trágicos incendios de este año el gobierno no hizo lo que debía y lo que se esperaba de él, pero no toda la culpa debe recaer sobre las espaldas de los gobernantes de turno.
Existe también demasiado desconocimiento e inconsciencia por parte de un vasto sector de la población, especialmente, entre los agricultores, campesinos y estancieros, que sabiendo que la quema además de perjudicial para la ecología, está terminantemente prohibida.
No pueden alegar desconocimiento de la ley, ya que eso no es excusa suficiente, ni que jamás lo hayan difundido, ya que constantemente es irradiado por los medios de prensa en forma de propaganda institucional.
Además en todos los programas educativos primarios y secundarios también aconsejan evitar la quema de malezas.
A esta irresponsabilidad cívica, se debe sumar los incendios naturales, ya que cuando llega la época de sequía, los altos pastos, al rozarse uno contra otro, provoca chispas y de ahí deriva a un voraz incendio, que muchas veces se torna incontenible.
Con relación a los sucesos de este año, las cuantiosas pérdidas jamás se podrán evaluar, si tenemos en cuenta que reservas como la de Cerro Corá, que tenía árboles centenarios, junto con miles de animales en vías de extinción, se hace mucho más difícil traducirlos en moneda corriente. Si existieron incendios intencionales, los culpables deben ser desenmascarados y castigados con todo el rigor de la ley, prevista para estos casos.
Los organismos pertinentes tendrán que profundizar su batalla contra la ignorancia y dejar que la naturaleza con la ayuda del hombre pueda recuperar aquel, y tantos otros, maravilloso hábitat perdido.
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