Por desgracia, las normas de conducta han pasado a retiro y deben ser expuestas únicamente en un museo. Y esto se puede ratificar con hechos puntuales, que han ocurrido la semana pasada en nuestro país y que refuerza claramente, el porqué del título de este editorial.
El primero, tiene que ver con los desvergonzados auto-aumentos de las dietas que pretenden otorgarse los legisladores, que de por si ya eran altas y gozaban de ciertos privilegios, como el hecho de no dar cuenta de los gastos diarios que cada uno de ellos efectúa. No bastando con ello, uno de los legisladores, en forma muy descarada, se quejó amargamente que 20 millones de guaraníes mensuales, no le alcanza.
El pedido ya tiene media sanción del Senado, donde su estudio pasó como un rayo, muy diferente a otros temas, en especial de carácter social, que suelen ser demorados y varias veces. Los legisladores piden un incremento de 20 para 25 millones. Al decir que esta astronómica dieta no les alcanza, ¿qué para 25 millones por todo concepto.
¿Como deberían decir entonces, la totalidad de las familias paraguayas? No reconocer que forman un grupo de privilegiados dentro de un país que soporta altos índices de desocupación y sub ocupación, es un cinismo a ultranza.
Olvidan que vivimos en un país que enfrenta una franja muy grande de ciudadanos que viven por debajo de la línea de pobreza y que en estos momentos no existen ni esperanza de salir de allí. En realidad, todo ese acto es una reverenda bofetada a los 6 millones de compatriotas que viven o mejor dicho, sobreviven con lo justo, a la espera de mejores momentos.
Sin embargo, los parlamentarios no lo entienden así, y darán una erogación multimillonaria extra a los recursos del Estado, en lugar de reforzar con ese dinero sectores sensibles de la sociedad. Todo esto debería avergonzarnos, pues evidentemente se trata de una injusticia y atropello. Con esta actitud ofrecida por los legislativos queda demostrada que los mismos nunca se compadecieron, ni se compadecerán con las necesidades del pueblo.
Primero deberían haberse preocupado en dotar de un mejor presupuesto a salud y educación, articular programas sustentables con el Poder Ejecutivo para generar fuentes de trabajo para los compatriotas, como otras reivindicaciones sociales. A partir de ahí la ciudadanía podría tolerar con más paciencia una autoasignación salarial de los mismos, que ya llevan una vida de primer mundo.
Pero mientras la pobreza se agudiza, la franja de desempleo vaya en aumento, la atención médica siga deficitaria, una inseguridad insostenible, por citar algunos puntos críticos, el pueblo ya no debe tolerar la inconciencia y el exabrupto de sus autoridades. La paciencia y el estómago vacío tienen su límite, y ellos saben eso, solo que la insensibilidad de los parlamentarios se antepone a las necesidades de la ciudadanía.
Nuestros representantes del pueblo en el Congreso, como asimismo las autoridades de los otros poderes del Estado deben ser conscientes de que nada es eterno, y que “Juan Pueblo” en algún momento dado les pasará la factura. Hoy en día existe un nuevo despertar en la gente, que ya no está dispuesta a aguantar tanta injusticia y discriminación, ya que hoy día hay una marcada diferencia de clases, donde el margen es cada vez más extenso, entre los ricos y los pobres.
Entre los primeros existe una casta privilegiada de ciudadanos, que acumula una fortuna incalculable, mientras entre los segundos el margen de indigentes es cada más amplio, que desnuda de cuerpo entero el drama social de la gran mayoría de quienes viven en esta nación sudamericana. Aquí se ha perdido todos los valores posibles, y en este caso puntual, la ética, que pasó a ser sólo una pieza de museo.
Por desgracia, las normas de conducta han pasado a retiro y deben ser expuestas únicamente en un museo. Y esto se puede ratificar con hechos puntuales, que han ocurrido la semana pasada en nuestro país y que refuerza claramente, el porqué del título de este editorial.
El primero, tiene que ver con los desvergonzados auto-aumentos de las dietas que pretenden otorgarse los legisladores, que de por si ya eran altas y gozaban de ciertos privilegios, como el hecho de no dar cuenta de los gastos diarios que cada uno de ellos efectúa. No bastando con ello, uno de los legisladores, en forma muy descarada, se quejó amargamente que 20 millones de guaraníes mensuales, no le alcanza.
El pedido ya tiene media sanción del Senado, donde su estudio pasó como un rayo, muy diferente a otros temas, en especial de carácter social, que suelen ser demorados y varias veces. Los legisladores piden un incremento de 20 para 25 millones. Al decir que esta astronómica dieta no les alcanza, ¿qué para 25 millones por todo concepto.
¿Como deberían decir entonces, la totalidad de las familias paraguayas? No reconocer que forman un grupo de privilegiados dentro de un país que soporta altos índices de desocupación y sub ocupación, es un cinismo a ultranza.
Olvidan que vivimos en un país que enfrenta una franja muy grande de ciudadanos que viven por debajo de la línea de pobreza y que en estos momentos no existen ni esperanza de salir de allí. En realidad, todo ese acto es una reverenda bofetada a los 6 millones de compatriotas que viven o mejor dicho, sobreviven con lo justo, a la espera de mejores momentos.
Sin embargo, los parlamentarios no lo entienden así, y darán una erogación multimillonaria extra a los recursos del Estado, en lugar de reforzar con ese dinero sectores sensibles de la sociedad. Todo esto debería avergonzarnos, pues evidentemente se trata de una injusticia y atropello. Con esta actitud ofrecida por los legislativos queda demostrada que los mismos nunca se compadecieron, ni se compadecerán con las necesidades del pueblo.
Primero deberían haberse preocupado en dotar de un mejor presupuesto a salud y educación, articular programas sustentables con el Poder Ejecutivo para generar fuentes de trabajo para los compatriotas, como otras reivindicaciones sociales. A partir de ahí la ciudadanía podría tolerar con más paciencia una autoasignación salarial de los mismos, que ya llevan una vida de primer mundo.
Pero mientras la pobreza se agudiza, la franja de desempleo vaya en aumento, la atención médica siga deficitaria, una inseguridad insostenible, por citar algunos puntos críticos, el pueblo ya no debe tolerar la inconciencia y el exabrupto de sus autoridades. La paciencia y el estómago vacío tienen su límite, y ellos saben eso, solo que la insensibilidad de los parlamentarios se antepone a las necesidades de la ciudadanía.
Nuestros representantes del pueblo en el Congreso, como asimismo las autoridades de los otros poderes del Estado deben ser conscientes de que nada es eterno, y que “Juan Pueblo” en algún momento dado les pasará la factura.
Hoy en día existe un nuevo despertar en la gente, que ya no está dispuesta a aguantar tanta injusticia y discriminación, ya que hoy día hay una marcada diferencia de clases, donde el margen es cada vez más extenso, entre los ricos y los pobres.
Entre los primeros existe una casta privilegiada de ciudadanos, que acumula una fortuna incalculable, mientras entre los segundos el margen de indigentes es cada más amplio, que desnuda de cuerpo entero el drama social de la gran mayoría de quienes viven en esta nación sudamericana. Aquí se ha perdido todos los valores posibles, y en este caso puntual, la ética, que pasó a ser sólo una pieza de museo.
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