Como ya les he contado en varios de mis comentarios, antes de recalar en Paraguay, tuve la suerte, el placer y la oportunidad de viajar y conocer, o al menos pasar unos días, en 37 países distintos, en cinco continentes. Pero para que esto suceda, tuve que conocer primero, la disciplina de la puntualidad.
Esta generalmente se adquiere en la casa y se va ajustando con la experiencia a las que nos enfrenta la vida, todos los días. Provengo de una familia de origen alemán, donde el concepto de disciplina y respeto hacia los otros, era más importante que el desayuno. No solo con la puntualidad, si no en un montón de cosas. Por citar un ejemplo: el descanso de un integrante de la familia. En casa esto era sagrado.
Sin embargo, en Paraguay, salvo raras y contadas excepciones, no existe. El primero que se levanta, hace tal bochinche, que es imposible seguir con los ojos cerrados. Es una mezcla de mala educación y desconsideración hacia los demás integrantes de la familia.
Pero como otras cosas que aquí suceden, esto parece ya normal. Como poner los equipos de audio a todo volumen, un domingo a la siesta. La excusa puede ser un cumpleaños o cualquier otra tipo de acontecimiento. Sin embargo la grosería procede.
En fin, esto no es novedad. Si no hubiera sido puntual, habría perdido la mayoría de los vuelos y les digo que los aviones y capitanes no esperan ni un minuto. He visto escenas de desesperación en los aeropuertos por llegar tarde.
Una vez que se quita la escalerilla, sonaste, ni al Papa esperan. Otras veces pierden el ómnibus en la Terminal de Ciudad del Este y los retrasados deben tomar un taxi y esperarlos en el Km 7 de la Ruta Internacional.
Odio esperar, especialmente cuando soy tan puntual, por lo que ya tengo convenido con mis amigos, que no lo hago por más de 15 a 20 minutos.
Llegar tarde a una cita, es una forma de decir, lo poco que le importa. En este sentido he tenido experiencias espantosas. Quizás por eso tomé la firme decisión de esperar solo un tiempo prudencial.
Cierta vez, estando en la ciudad de Ámsterdam, fui invitado a conversar con el decano de la facultad de Ingeniería, acerca de un trabajo que iba a presentar y que sería debatido en un foro.
Como la cita era a las nueve de la mañana, y el día estaba realmente esplendoroso, decidí entonces caminar, desde el hotel en que me encontraba alojado, hasta la sede del decanato.
Para ello debía atravesar cualquiera de los puentes que cruzan el río Amstel. La distancia no era mucha, pero los vendedores de flores, especialmente tulipanes, las calles limpias y sin baches, lo ordenado del tránsito y lo pulcro que se encontraban las fachadas, llamaban mi atención y me iban retrasando.
Cuando tomé conciencia de la hora, faltaban apenas quince minutos y todavía restaba un buen trecho por recorrer. Por lo tanto, me dejé de tonterías y tomé el primer taxi que acertó a pasar por el lugar.
Llegué cinco minutos tarde por reloj. La secretaria del rector, muy amable y con una sonrisa en sus labios, me dijo que volviera al día siguiente. Como todo sudamericano subdesarrollado le pregunté cual era el problema, si eran cinco minutos de atraso solamente.
Ella me dijo, ve a ese señor, bueno, el está después de usted y es injusto hacerle esperar cinco minutos a él por culpa de su atraso.
Por favor vuelva mañana. Esto me sirvió de lección, para el resto de mi vida. Y para finalizar este comentario, les dejo este chiste que bien viene al caso y puede servirles de ejemplo.
Al Padre Pascual le hacían su cena de despedida por los 25 años de trabajo en la parroquia. Un político, miembro de la comunidad, fue invitado para dar un breve discurso. Como el político se demoraba, el cura decidió decir unas palabras para llenar el hueco producido por la demora, y empieza:
-- Mi primera impresión de la parroquia la tuve hermanos míos, con la primera confesión que me tocó escuchar, fue algo espantoso, ¡¡¡ sin duda alguna!!!
-- Pensé que me había enviado el Obispo a un lugar terrible, ya que la primera persona que se confesó me dijo que había robado un televisor, que había robado dinero a sus papás, había robado a la empresa donde trabajaba, tenía aventuras sexuales con la esposa de su jefe y las de varios vecinos. También en ocasiones, se dedicaba al tráfico y venta de drogas, y para finalizar, confesó que le había trasmitido una enfermedad venérea a varias personas de esta misma parroquia.
-- Me quedé asombrado, muy asustado. Pero cuando transcurrió un tiempo, fui conociendo a otra gente y vi que no eran todos así, vi una parroquia llena de personas responsables, con valores y comprometida con su fe. Y así he vivido los 25 años más hermosos de mi sacerdocio. Justamente en este momento llega el político, por lo que le dio la palabra. Por supuesto, pidió disculpas por llegar tarde y empezó a decir:
-- Nunca voy a olvidar el primer día que llegó el Padre a nuestra parroquia. Yo tuve el honor de ser el primero que se confesó con él.
Moraleja: Nunca llegues tarde. La puntualidad puede ser un hábito muy valioso.
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