A lo largo de nuestra vida, las continuas decepciones que sufrimos, nos van, de a poco, marcando a fuego. No podemos evitarlas, ya que estas se encuentran enmarcadas dentro del normal aprendizaje, en la escuela de la vida. Es algo inevitable y que todos nos encontramos expuestos, durante nuestra existencia.
Una sucesión de estas, con el tiempo, producen el temple, que como los callos en las manos; forman una coraza en el alma, evitando sentir el dolor que nos produce una desilusión. El conjunto de las decepciones forman nuestra experiencia y según como las aceptemos o no, mostrará el grado de madurez alcanzado.
Muchas de estas decepciones son previsibles, ya que de una u otra manera nuestra intuición nos pone en alerta y avisa; por lo tanto la precaución nos invade por completo. En cambio otras llegan de sorpresa y según el estado de ánimo, puede causar un enorme estrago en nuestra fe y credibilidad.
Nos pueden decepcionar nuestro equipo de fútbol, o la misma selección. El sacerdote, de nuestra iglesia, que cometió un acto no acorde con su investidura.
La policía, la justicia, el político a quien le dimos nuestro voto. Nuestro pariente cercano, nuestro vecino, el negocio donde compramos todos los días, etc, etc.
La lista es interminable. Y para no ser repetitivo y cansador, les cuento que mi última decepción fue una ONG, muy querida por mí. Que formó parte indisoluble de mis años de estudiante. Que tenía el noble fin de perseguir a los villanos destructores del equilibrio ecológico de este planeta. Me refiero a GREENPEACE.
Fue en 1971, mientras estudiaba en EEUU, cuando me enteré que una docena de activistas habían fundado una organización ecológica llamada Greenpeace, en el sótano de
Su primer objetivo era concientizar a la gente, de los graves resultados de la contaminación a nuestro planeta. Ellos pretendían, con nuestra colaboración, proteger y defender el medio ambiente, y actuar en donde se atentase contra la naturaleza. Harían campañas para evitar el cambio climático, y minimizar sus efectos.
Para eso la población debía proteger la biodiversidad, evitando la tala indiscriminada de árboles por parte de los ganaderos y productores de granos. Se debía combatir a los productos transgénicos y boicotearlos en los supermercados. Disminuir la emisión de gases contaminantes y los desechos tóxicos en los cursos de agua. Ya se hablaba del “efecto invernadero”.
Incentivar la investigación de fuentes de energía alternativas que reemplacen a la energía nuclear, para prevenir lo que más tarde aconteció en Chernobyl en 1986 y la tragedia ecológica del Exxon Valdez en 1989. Pero quizás su punto más controvertido, al menos en EEUU, fue el dejar de fabricar y vender armas a los civiles.
A mediados de 1974, compre una camiseta, con una ballena sonriente, con el lema “Save the whales” (salven a las ballenas). Me pareció aquello tan noble, que me enamoré de la causa.
Además las insistentes chicas que ofrecían las remeras, estimulaban mis hormonas. Luego emprendieron campañas similares con delfines, tiburones, focas, osos polares, canguros rojos etc.
Además las insistentes chicas que ofrecían las remeras, estimulaban mis hormonas. Luego emprendieron campañas similares con delfines, tiburones, focas, osos polares, canguros rojos etc.
Cada día me entusiasmaba más con Greenpeace, especialmente al ver en la televisión, aquellas épicas escenas al interponer sus barcos y botes de goma entre los arpones de los buques balleneros japoneses, rusos o noruegos y las ballenas.
Esa valentía demostrada a través de sus documentales, eran las reiteradas noticias impactantes durante los 70.
Luego retorné a la Argentina y el ritmo de vida agitado de una gran metrópoli como Buenos Aires, me hizo olvidar aquello. En el 2008, por casualidad, encontré un canadiense que resultó ser uno de los primeros reclutados por Greenpeace. Charlamos mucho y con cada palabra que decía, me iba desilusionando más y más.
Me contó que, lo que comenzó como una organización sin fines de lucro, ecologista, humanitaria, servicial y pedagógica, se transformó en una fría máquina de hacer dinero, al servicio de un reducido círculo de absoluto poder.
Por esta causa, la mayoría de los socios participantes en su fundación, se desvincularon al ver su obra desvirtuada de los fines para los cuales fue creada.
El crecimiento fue increíblemente geométrico. De la donación voluntaria que recolectaban sus socios, adherentes y simpatizantes, viró una extorsión lisa y llana hacia los propios reclutadores que debían recaudar como sea. Cada uno de ellos tenía un cupo. De no completarlo, eran hostilizados hasta que cumplieran con su compromiso.
Ya en 1986 estaba asentado en 25 países, con una renta anual de 120 millones de dólares. En el año 2007, se había expandido a 46 países, contando con 3,5 millones de contribuyentes particulares y sus entradas rondaban los 1.000 millones de dólares, reales y se calculaba 4 veces más lo no declarado.
Muchos de sus actuales dirigentes tienen causas judiciales pendientes en varios países, incluso en el país donde esta ONG, vio la luz: Canadá. Allí le fue cancelado el permiso para actuar como organización benéfica, debido a las dudas más que razonables que presentaba este seudo organismo ecológico.
Es indudable que han tenido grandes aciertos, pero en eso se basó su gran manipulación de la opinión pública mundial. Las famosas escenas montadas con focas despellejas vivas o aquellas donde se usaban canguros para botines deportivos. El acentuado temor que provoca Greenpeace, en la población con solo nombrar el Apocalipsis climático, hace que el pánico sea explotado al máximo y las billeteras abiertas sin retaceo.
Es una lástima como un fin noble se prostituye y desnaturaliza su esencia. El dinero y el poder terminaron por corromper las buenas intenciones de un grupo de idealistas. Otra decepción más en mi vida, sin embargo no pierdo totalmente las esperanzas en el ser humano. Quizás en el futuro, logre, por fin, no mentirse tanto a sí mismo.
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