Aunque parezca una broma de mal gusto o simplemente una gran exageración, puedo decir sin temor a equivocarme, al menos por mucho, que en toda Latinoamérica, uno de cada seis niños, de ambos sexos, no existe. Parece algo sumamente ridículo, pero es una triste realidad.
Es una extensa franja de criaturas, pre-adolescentes y adolescentes de 0 a 15 años que legalmente no existen, porque sencillamente nunca fueron registrados al nacer y por lo tanto no goza del derecho de identidad propia. Por lo que al no tener el certificado de nacimiento, mucho menos poseerá una cédula de identidad.
Como me ha sucedido, en reiteradas oportunidades, en las que tuve que recabar datos estadísticos sobre Paraguay, que no los hay, tuve que recurrir a cifras proporcionadas por entidades internacionales, ya que los organismos competentes nacionales no los toman en cuenta, o no los actualizan o recabarlos trae muy mala suerte.
Los pocos datos aportados en el presente comentario, provienen del Banco de Datos de UNICEF, que al menos, es un ente medianamente confiable. Dos de los 11 millones de nacimientos que se registran durante el año, en Hispanoamérica, no son registrados.
Especialmente aquellas criaturas de las poblaciones rurales que han nacido en la casa. Las poblaciones indígenas y afroamericanas son las más perjudicadas por esta negligencia.
Según datos de la UNICEF, del año 2006, en Paraguay, sólo el 35% de los niños de ambos sexos, son anotados en los Juzgados de Paz, durante el primer año de vida, el resto son solo almas que vagan por el limbo, sin alcanzar la categoría de ser viviente.
Al no tener un infante su certificado de nacimiento ni tampoco su cédula de identidad, no podría acceder a la salud de un hospital, ni a educación impartida por la escuela, ni, pasaporte y según sea el caso, ni ser adoptado.
Si mentalmente hacemos unos simples cálculos aritméticos, partiendo que Paraguay tiene aproximadamente unos 2 millones de habitantes entre 0 y 15 años, lo que representaría un 39% de su población total, según datos oficiales. Eso partiendo que nuestro país alberga a 6 millones de almas.
Y luego, siguiendo el mismo padrón indicado por UNICEF que 1 de cada 6 personas no tiene constancia de su nacimiento, posiblemente nos encontramos con la bonita cifra de unos probables 340.000 paraguayitos de ambos sexos, vivos pero que no figuran en ningún lado.
Este hecho es un atropello a los derechos que tienen los niños y que están garantizados tanto por nuestra Constitución nacional como por las leyes internacionales.
Los niños, al no estar inscriptos, no tienen identidad y este es un derecho inalienable reconocido por la Convención de los Derechos del Niño de 1989. Según reza su texto, en su artículo 7, y ratificado por todos sus miembros de la ONU, menos EEUU y Somalia, diciendo: “El niño será inscripto inmediatamente después de su nacimiento y tendrá derecho desde que nace a un nombre, a adquirir una nacionalidad y, en la medida de lo posible, a conocer a sus padres y a ser cuidado por ellos”.
Es el Estado quien toma la obligación de hacer respetar y defender su identidad. También son contemplados estos derechos, en el Pacto de San José de Costa Rica y no pueden ser interrumpidos o cancelados por ningún tipo de circunstancias, inclusive ni por guerras o catástrofes naturales.
El certificado de nacimiento y la cédula no son ninguna garantía, pero sí ayudan a identificar y proteger, especialmente a la niñez que se encuentra marginada y sumamente vulnerable. Es también una forma de defensa contra crímenes tan graves como es el tráfico de niños y niñas, para diversos y malévolos fines.
Para que se produzca la falta de inscripción, de un recién nacido, en la dependencia que corresponda, deben ocurrir dos tipos de negligencias inexcusables. La primera le cabe la responsabilidad al Estado, quien tiene que apuntar sus baterías, hacia lugares puntuales como áreas rurales y en los barrios periféricos de los grandes centros urbanos.
Debe impulsar campañas de concientización a nivel nacional, a través de los medios masivos de comunicación. Con profusa publicidad, tanto en guaraní como en castellano. Otorgar un amplio tiempo de regularización y una vez terminado dicho plazo, se procederá con rigor hacia todos los que violen la ley.
Por el otro lado están los padres, quienes alegando ignorancia o simplemente no dándole ninguna importancia al asunto, omiten oficializar, el o los nacimientos. No conscientes de la gravedad del asunto, los padres dejan pasar el tiempo, llegando a perder la memoria sobre importantes datos estadísticos.
Humildemente sugiero, solo para este caso específico, una pesada pena alternativa, consistente en un cierto tiempo, a determinar, y que el infractor deberá cumplir, prestando su trabajo en servicios comunitarios o bien dentro de un organismo de bien público.
Las criaturas sin documentos de identidad, cuyos padres deben emigrar en busca de trabajo, no los pueden acompañar sin identificación. En caso, que estos se arriesguen a sacarlos del país ilegalmente, ponen en peligro la vida de sus hijos, exponiéndolos a peligrosas consecuencias.
Cuando los varones deban cumplir con el Servicio Militar Obligatorio, y no tengan certificado de nacimiento, no podrán inscribirse en el ejército, lo que desencadenará una serie de hechos que entorpecerán el normal desenvolvimiento como simples personas adultas. Por esto mismo se verán impedidos de acceso a fuentes de trabajo, al carecer del certificado de baja.
Del mismo modo que, para ambos sexos, se dificultará ser contratados por cualquier empresa, pública o privada, y deberán contar con su cédula de identidad vigente. No podrán matricularse en las universidades, ni poseer una cuenta en un banco, ni sacar crédito. De ser adultos mayores, no podrán contar con una jubilación.
Por lo tanto serán como muertos en vida o almas en pena. Una verdadera vergüenza para cualquier Estado que quiera jactarse, como el nuestro, que dice estar blanqueando a los integrantes de las capas más postergadas de la sociedad, como son los paraguayos invisibles.
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