Una de las cosas más difíciles que existe sobre la Tierra es precisamente: ser padre; ya que no se podrá nunca encontrar, formulas mágicas de crianza, ni libros adecuados, ni consejos prestados. Lo que les sirvió a nuestros padres, para criarnos, por ejemplo, no siempre se podrá adecuar al tiempo que se vive ni ajustar a los gustos, preferencias y modos nuestros.
Como los progenitores no tienen mucho de donde asirse, improvisan continuamente, sufriendo el doble al cometer los lógicos errores que todo aprendizaje lleva tras de si. Es un mundo nuevo y apasionante que se abre ante uno y donde constantemente se aprende que no todo lo que se sabía al respecto, era realmente lo correcto.
El primer milagro se produce cuando uno se entera que va a ser papá. Una rarísima mezcla de enorme alegría y un proporcional susto lo embargan. Una satisfacción inmensa por haber creado una nueva vida, producto de su sangre y amor compartido con su enamorada pareja. Pero también un cierto temor de cómo uno se comportará en tales circunstancias.
El segundo milagro ocurre a medida que la pancita va creciendo y la ansiedad por ya verlo en el hogar, hace las horas interminables para ambos padres. Y el tercero, cuando ya por fin llega el momento del parto. Muchas parejas concuerdan en que el padre asista a tal prodigioso evento.
Mi caso fue todo lo contrario, ya tenía varios antecedentes de prematuro desmayo en cuanto viera sangre. Así que los médicos optaron por descartarme antes que preocuparse de mi soponcio antes que el estado de la parturienta. Con el mismo nacimiento, los padres se embarcan en una aventura que nunca terminará, aunque sus hijos tengan noventa años.
Para quien tiene dos o más niños, es todo un paseo, por más bemoles que la cuestión tenga, pero para los primerizos, es un constante sobresalto ante el mínimo riesgo que se presente y no se vea muy normal. Los primeros días, si bien los dos sufren horrores, la madre al menos habrá tenido cierta práctica con algún hermanito menor, un sobrinito o un primito.
Pero al hombre lo tomará con la guardia baja, ya que sus experiencias serán insuficientemente ocasional y por lo tanto, será quien lleve una enorme desventaja. Temblará como una hoja cuando tenga que cargarlo por primera vez. Se asustará de lo pequeñez de las uñitas y de cuan frágil que es todo su cuerpito. Pero la prueba de fuego la tendrá con el primer baño.
Un verdadero test para sus débiles nervios, que a esta altura se encontraran hecho un verdadero puré de papas. Luego vendrán las largas madrugadas con inexplicables llantos con los respectivos cantitos de cuna o bien las urgentes corridas al médico o a la farmacia de turno. Fiebres que aparecen y desaparecen como por arte de magia.
Pero que dejará desvelados a los padres y con una secuela de innumerables bostezos durante el día siguiente. Pero todos los desvelos, los gastos fuera de presupuesto, las horas en blanco, las angustias quedarán de lado con el primer: “¡¡¡mamá!!!” o “¡¡¡papá!!!” que salga de la boca de la criatura.
Los primeros pasos también son otro importante hito dentro de la crianza y forman parte del escalón número uno hacia su total independencia. Los chichones y moretones que los niños lucirán en distintas partes de su cuerpo son las medallas al valor y determinación que tienen ellos de aprender. Pero que los padres lo miraran con un dejo de lástima, por haber querido evitar esos inevitables sinsabores.
El primer día de clases es otro gran jalón en la vida no solo de los padres si no de toda la familia. En ese momento quedará compensado, cuando entre lloros y apretujones, penetre al aula de la mano de su maestra. Y una ligera sensación de prematuro envejecimiento, al estilo de los padres de Mafalda, embargará sus corazones, durante el mencionado acontecimiento.
Las primeras enseñanzas que marcaran toda la vida de los hijos como puede ser: no meter la cuchara cuando hablan los mayores; si hay visitas jugar lo más lejos posible; no pedir todo lo que existe cuando se sale de paseo; comer sin protestar, especialmente cuando están en un restaurante; si quieren tener una mascota, debe ser responsable por ella y no delegarlo eso a la madre o al padre.
Pueden tener toda la libertad que quieran, siempre y cuando demuestren que son merecedores de ella y que por ningún motivo traicionaran nuestra confianza. El dinero no crece en los árboles, por lo tanto si quieren algo, deben ganárselo haciendo pequeños trabajitos en la casa paterna, o en la de sus tíos o abuelos.
No hay que olvidarse que tarde o temprano vendrán todas esas preguntas tan difíciles de contestar y que pone en aprieto a padre y madres que no saben como informar a sus hijos sobre todo lo concerniente a sexo. Lo irán posponiendo o bien eludiendo las preguntas, prefiriendo que todos esos “secretos” los aprendan en la calle o con los amigos y amigas.
Cosas que no fue mi caso, ya que por tradición familiar, mi papá era el encargado de develarme los grandes misterios de la vida. Luego seguirá a esto, casi sin solución de continuidad, los “pases” de grado, el acceso al colegio secundario, los primeros bailes, las afeitadas, o las primeras menstruaciones, los nuevos amigos y amigas que empezaran a llegar a la casa.
Podrá venir luego la universidad o no, esos son meros detalles, pero lo que si estaremos ante un adolescente en vías de ser adulto, que ya saldrá al mundo para ocupar el lugar que le corresponde en la sociedad.
En este punto, los padres habrán cumplido cabalmente su tarea, entregando a la comunidad a un ser útil y capaz, de enfrentar al mundo que lo rodea, pero que seguirá teniendo, en sus ascendientes, de por vida, la ayuda y protección que precise.
Cuando los hijos encuentren sus parejas, todo comenzará de nuevo como en una maravillosa rueda mágica. Estos desecharán la forma en que fueron enseñados, haciendo nuevamente su propia escuela paterna de enseñanza. Vivirán por lo tanto las mismas emociones y angustias que tuvieron sus padres con ellos e iniciando de por si su propia escuela para padres.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario