En el céntrico edificio Lyon, de Ciudad del Este, se desató uno de esos incendios espeluznantes, de “padre y señor mío”, que parecían el infierno y el purgatorio juntos, como lo cuenta Dante Alighieri, en su obra “La Divina Comedia ”.
Una espesa columna de humo se elevaba a unos 60 metros de altura, pudiéndosela observar desde varios kilómetros a la redonda y teniendo en cuenta, que durante todo ese día, no hubo nada de viento, de lo contrario el mal hubiera sido mucho mayor. Ahora bien, lo sucedido no es nada nuevo y se repite periódicamente cada tanto. ¿Por qué?
Esta hermosa y poderosa ciudad, envidia y dolor de cabeza de muchos, creció desde sus inicios a “lo Chaco”, haciéndose todo de manera provisoria pero que con el mero transcurrir del tiempo, se tornó finalmente eterno. Algo bien nuestro.
Todo se hacía rápido y como “salga nomás”. El tiempo era valioso y no se lo podía perder, así como así. Invertir lo menos posible y ganar mucho, lo más rápido que se pudiera. Esa era la premisa de los años dorados. A los políticos de turno y mandamases de aquella época, no les era muy difícil cerrar los ojos a cambio de alguna buena propina de por medio. ¡¡¡Que coincidencia!!! , igual que ahora.
Es por eso que jamás, a esta ciudad, se le introdujo la infraestructura necesaria como desagüe cloacal o pluvial, una buena planta de tratamiento de agua, una planta de tratamiento de desechos, una recicladora de basura o bien la suficiente cantidad de bocas de incendio instaladas como para luchar de igual a igual con el fuego.
Esto nunca se hizo porque los empresarios de cuarta de aquella época solo pensaban en hacer plata y “rajarse”, mancomunados con funcionarios municipales mediocres e ignorantes, que no veían más allá de sus narices y que jamás pensaron que esta maravillosa ciudad tomaría las dimensiones que actualmente tiene.
Por décadas, los arquitectos, ingenieros y constructores, hicieron lo que se le cantaban las ganas, apañados por gestiones complacientes y ávidas de recibir groseras propinas, especialmente en el Departamento de Obras. Y en caso de no haber recibido nada, quedarían condenados por ser inútiles e ineficientes, con el rótulo marcado a fuego en sus frentes de “arruinados”.
En la mayoría de las obras en el micro centro de Ciudad del Este, especialmente en los edificios de altura, la pésima calidad de los materiales empleados así como su horrible terminación, acaba conspirando contra el propietario inversor, quien creyéndose de lo “más vivo” por haber ahorrado unos cuantos dólares, termina “agarrándose de los pelos” o maldiciendo porque al final de cuentas el mantenimiento del edificio le saldrá casi lo mismo que hacer uno nuevo.
“Quien no aprende por su cabeza, lo hace por su costilla”, dicen sabiamente las viejas en la campaña. Sería una forma de resumir la cosa. Sin embargo, esto no debería ser así, porque estando en una sociedad civilizada, bueno es una manera de decir, deberían existir controles, en este caso, por parte de los funcionarios de la municipalidad local.
Estos burócratas cuyo deber es controlar las especificaciones presentadas en los planos y planillas, no lo pueden hacer ya que nunca se las exhiben antes de comenzar las obras, si no uno o dos años después de terminado el edificio. Cosa que es ridículamente espantoso y que va en contra de las normas dictadas en todas las municipalidades del mundo.
Si usted se horroriza de lo que sucede en Ciudad del Este, quédese tranquilo señor, tranquilícese señora y sepa que el cogotudo Club Centenario de la benemérita ciudad de Asunción, jamás en la vida presentó un solo plano de obra. Por lo tanto, para el mundo, ese terreno figuraría como un simple baldío.
Generalmente quien hace el dimensionamiento de la parte eléctrica es un “ñembo” electricista recibido por correo, que perdió las últimas tres lecciones. Nunca estos mediocres operarios tienen la previsión de dejar embutidas cañerías extras, para seguir pasando cables y no dejar colgados, por todo el edificio, conexiones “filipinas” que parecen verdaderas madejas de conductores.
Pero tanto cable, con calibres diferentes, unidos quien sabe cómo, termina convirtiéndose en una bomba de tiempo y en el momento menos pensado, estalla. La falta de agua, y de presión necesaria conspira para que los abnegados bomberos mantengan una desigual lucha contra su mortal y acérrimo enemigo.
Sin embargo este incendio me produce cierta malsana alegría, debido a la pérdida económica que ha tenido el señor Jotvino Urunaga, quien como otros mal llamados empresarios ciegos y amarretes, gastan más en abogados, interponiendo amparos indiscriminadamente, que en poner en orden sus deteriorados edificios.
Comprometen criminalmente capital y vidas ajenas, sin darles la más mínima importancia, así como su propia inversión. Espero que esto sirva de ejemplo para los otros 20 edificios intimados por la municipalidad, cuyos dueños mezquinos solo cumplen con la vieja ley del “ñembotavy” y nada más.
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