Por desgracia, la mentira se ha instalado entre nosotros y reina con total tranquilidad y abierta impunidad. Nuestros compatriotas han tomado la inmunda costumbre de tenerla casi siempre en la punta de la lengua, soltándola, como un latigazo, con pasmosa y artera sangre fría.
Algunos la tienen instalada, en su subconsciente, como si fuera un programa informático, y funciona automáticamente ante un pequeño estímulo. Para otros, el acto de mentir se convirtió en un simple deporte. Y para los restantes mortales, la mentira es una especie de coraza que los protege de las filosas garras que atenaza las gargantas e inmoviliza la voluntad propia del “kogua”.
A que viene todo esto; solo responde a una pequeña experiencia vivida, antes y durante la presentación de mi libro, el viernes 8 de mayo, en la Biblioteca Municipal de nuestra amada Ciudad del Este. Como obra de la casualidad o el destino, me sentí agobiado por tantos imprevistos, llegando incluso hasta descolgarse una copiosa lluvia el jueves por la noche.
No creo ser paranoico, pero mucha gente ya comprometida, se excusó a último momento, por no poder asistir al evento, con motivos valederos. Otros con pretextos poco creíbles, y con activa participación, desaparecieron como por arte de magia, dejando un bache difícil de cubrir a último momento. Para colmo de males, se le ocurrió al señor vicepresidente “figuretear” por nuestra ciudad y robarme una buena parte del auditorio.
Pero nada de esto me importó, ni hizo mella alguna en mi ánimo, porque no poseo muchos amigos, pero los que tengo son de fierro y de esto me siento muy orgulloso. Mucha de la gente que confié que estaría esa tarde-noche, para compartir un momento de alegría conmigo, no estuvo. Y aquellos en los que casi no confiaba para nada, fueron los que mejor se comportaron, esa noche.
Es allí cuando entran en acción los “hombres bala”, esa gente, que cuando se la necesita, no lo piensa dos veces y acude rápidamente para salvarte del desastre y la desesperación. Como Mauro Céspedes, quien estando convaleciente, de su enfermedad, sintió la necesidad de ayudar al amigo. Su vocación pudo más que su necesidad de reposo. Con todo eso, su voz y su presencia prestigiaron la reunión, dándole el brillo que él mismo irradia a cuanto evento Mauro asiste.
Otro motivo que me descolocó, fue la deserción de la presentadora del libro, quien me avisó con muy poco tiempo de anticipación. Pero fue en ese preciso momento que, como el Chapulín Colorado, apareció en escena, Fidel Miranda, quien sin muchas vueltas, accedió a mi propuesta, desempeñando un papel brillante durante su corta pero contundente disertación.
Sin embargo el verdadero motor de la presentación, fue la persona que menos pensé que podría deslumbrarme con su vigor, empuje y dinamismo. Ocupándose personalmente de los mil y un detalles que hacen que una reunión tenga éxito. El sonido, suficiente cantidad de bocaditos para el brindis, la decoración del local, los números artísticos, la invitación a los distintos medios, entre otras cosas. Este verdadero “hombre bala” se llama Ángel Cabrera, el director de la biblioteca, al que bien puedo llamar, de ahora en adelante: mi amigo.
Algunas bajas me dolieron en el alma, como la del maestro de ceremonia, quien de buenas a primera le “agarró” un espantoso ataque de pánico escénico, provocándole una diarrea que lo dejó atado al inodoro. Pero como su excusa no terminó de convencerme lo bauticé como “el hombre bola”, es decir un hombre que miente a pesar de haber dado su palabra. Que lástima, solo quise hacerle un favor y dar a conocer su talento, pero como decía un famoso cómico argentino: “el que nace para pito, nunca llega a corneta”.
Pero este no fue el único caso, hubo muchos “hombres y mujeres bola” que prometieron su asistencia y brillaron por su ausencia, como aquel diagramador que trabaja para Leonardo da Vinci. O mi amiga de la Terminal y que trabaja para la virgen asuncena. O aquellos que dicen ser mis amigos, y que trabajan en varios medios de comunicación radial, televisiva y prensa escrita, como los de la calle Curupayty.
Lo importante no fue quienes no vinieron, si no los que compartieron conmigo un momento de alegría y emoción ante la presentación de mi primer libro. La gente de Primera Plana, mis colegas de Ultima Hora, los fotógrafos de Vea, muy pocos compañeros del Centro de Escritores, el único concejal que le da bola a la cultura, y unos cuantos amigos que nada tienen que ver con el mundo de la escritura y la información.
Lo importante no fue quienes no vinieron, si no los que compartieron conmigo un momento de alegría y emoción ante la presentación de mi primer libro. La gente de Primera Plana, mis colegas de Ultima Hora, los fotógrafos de Vea, muy pocos compañeros del Centro de Escritores, el único concejal que le da bola a la cultura, y unos cuantos amigos que nada tienen que ver con el mundo de la escritura y la información.
En resumen, salió bárbaro, me divertí un montón, me emocioné hasta las lágrimas, y me di cuenta quien está a tu lado en los momentos importantes de tu vida y quien teme decir no, ya sea por vergüenza, timidez, o simplemente por ser un mentiroso consuetudinario. O sea, como dije al comienzo: el hombre bala y el hombre bola.
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