Como muchas veces ya he dicho, por esta misma columna, permanentemente estoy ligado con los jóvenes, por una u otra razón y son ellos quienes generalmente me hacen sus consabidas confesiones, sin necesidad que los presiones.
Sin embargo, en determinados momentos y ante ciertas preguntas demasiado puntuales, me quedo casi sin habla. Mudo por completo, con un nudo en la garganta y sin saber muy bien que decir. No porque desconozca la respuesta si no porque esta no llega en ningún momento a tener lógica.
Y no me refiero precisamente a las preguntas de sexo, porque he aprendido que por querer dar un consejo, se corre el riego de pasar una “pelada”. Por entrometido, cierta vez quise ayudar a una joven parejita que parecían muy tímidos e inocentes, y luego de un par de preguntas precisas, me di cuenta que ya conocían las 64 posiciones del Kamasutra y todavía estaban experimentando 5 más que no fueron incluidas.
Pero las preguntas que nunca pude responder y que me deja un resabio amargo en la garganta, es cuando me indagan sobre lo que pienso sobre ciertos fallos judiciales, aquellos que despiertan enormes sospechas. Es ahí cuando se me terminan las palabras y ya no sé que decir y para dejarme mudo a mi, “ya es como mucho”.
Ejemplos tenemos a “patadas” como el que recientemente dictaron los jueces Blanca Gorostiaga, Blas Cabriza y Enrique Alfonso, quienes liberaron de culpa y pena al coronel Heriberto Galeano, procesado por enriquecimiento ilícito. Un hecho que mancha y deshonra a la justicia paraguaya.
Los dictámenes que se han producido, hasta ahora, en el caso Ycuá Bolaños, nunca han sido del todo muy claros. Ya desde el momento mismo del incendio, el domingo 1° de agosto de 2004, todo se manejo de un modo demasiado desprolijo. Discrepancias de testigos, destrucción de pruebas, testimonios poco coherentes, bomberos y policías que se llevaron a casa, algún que otro “souvenir” de la escena.
A casi cuatro años y medio de aquel lamentable siniestro, entre arteras y ridículas chicanas jurídicas, los parientes, amigos y compañeros de trabajo de aquellas 400 víctimas, no han sido compensadas con un fallo final que sea justo y que se encuadre dentro de la magnitud de lo ocurrido en aquella oportunidad.
El caso de Zully Lorena Samudio, es sumamente interesante, ya que se la sometió a un segundo juicio, y hallada culpable del homicidio de un joven quien supuestamente tenía intenciones de abusar de ella. Los jueces Andrés Casati, María Luz Martínez y Sandra Farías la sentenciaron a siete años de cárcel. Lo simpático del caso es que ella fue absuelta en la primera instancia por haber actuado en defensa propia. Hechos tan contradictorios como este, se prestan a mucha suspicacia.
Aquellos fallos de la Corte de Apelaciones, casi al final del período de Nicanor, que en 2 semanas, sobreseyó definitivamente, de culpa y cargo, en tiempo record, 6 o 7 juicios pendientes, todos a favor de Lino César Oviedo. Manipulaciones como estas hacen que los jóvenes poco crean en la justicia y si en los manejos turbios que se hacen con ella.
Esto no solo confunde a los adolescentes si no también a los extranjeros. En un mundo donde los medios de comunicación masivos han acortado las distancias, las noticias llegan como rayo a los puntos más distante del planeta. Por eso sigo afirmando hasta el cansancio, que de nada sirven los viajes al exterior si no tenemos una justicia sin corrupción, tanto como pronta y barata.
Y la corrupción ha llegado hasta la raíz misma de la sociedad paraguaya, tornándola tan enferma que hasta reverencia al contrabandista, al pirata y al evasor fiscal, transformando a un delincuente en todo un señor, igualito que el clásico tango “Cambalache”. Pueden caminar totalmente libres por las calles, sin que nadie los moleste en su camino.
No es ningún secreto que los ladrones de “guante blanco” paseen en limusinas blancas, despilfarrando dinero que no es suyo y manteniendo toda una corte de abogados inescrupulosos, que conocen de memoria todas las chicanas jurídicas para dilatar al máximo los tiempos y jugar con la extinción de las causas.
Sin embargo el ladrón de gallinas que roba para darle de comer a su familia, seguro que será “garroteado” en el fondo de la comisaría, justamente por ser pobre y no tener ni una gota de “aceite” para engrasar los complicados engranajes del gigantesco aparato de la mafia judicial.
En realidad no se como explicarle a los adolescentes porque un aduanero tiene una 4 x 4 ganada con el esfuerzo de la extorsión a los pequeños paseros, mientras que su padre sigue conservando la misma chatarra de hace 20 años. Como el concejal que tenía un rancho de madera, se construyó una mansión de dos pisos con piscina y todo. Mientras que su familia no puede ni siquiera pintar con cal el frente.
Esa realidad que hoy vivimos y que no se la puedo explicar a un joven, debe cambiar. Volver a los antiguos valores morales. Si terminamos por perder estos, entonces nuestro destino como nación esta fatalmente perdido y los jóvenes inseguros de hoy, serán los adultos frustrados del mañana.
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