Desde hace muchos años que estoy interesado en conocer, en profundidad a la cultura guaraní. No solo he leído cuanto llegó hasta mis manos, si no que hasta tuve la oportunidad de convivir con 250 indígenas, durante 3 meses, en la localidad de Corpus Christi, departamento de Canindeyu. Desde ya, que eso no me convierte en un experto en el tema, pero aquella maravillosa experiencia sirvió para tener una perspectiva distinta sobre un tema que parece fácil, pero que no lo es.
En esa oportunidad observé las cotidianas costumbres de una típica tribu. Al principio veía y escuchaba lo que ellos querían que yo vea, eso debido a su gran desconfianza hacia el hombre blanco, que siempre lo ha defraudado. Luego de un tiempo, gané su confianza y entonces pasé a otro nivel, pero aún así, seguían dudando de mí.
Nunca revelan los verdaderos secretos de su cultura, a un paraguayo, y menos a un extranjero; a pesar que me llamaban “arandu” y notaba que existía un cierto respeto hacia mí, y sin proponérmelo. Pero los he visto divertirse con los paraguayos, cuando se les acercan para pedirles remedios para tal o cual cosa.
Comprobé con mis ojos que muchas cosas dichas de ellos, eran mentiras, así como otras eran totalmente desconocidas. Cierta vez, una ancianita y traductor de por medio, ya que hablaba el guaraní puro, me contó que los guerreros eran caníbales. Pero no como hábito gastronómico, si no como un ritual después de una batalla y donde haya muerto el jefe tribal o su tropa de elite.
El protocolo era llevado por los guerreros de más jerarquía, dentro de la comunidad. El ritual consistía en comer crudo los testículos del otro jefe para obtener así más masculinidad, y absorber toda la energía de aquel otro, reconociendo así, el valor y heroísmo de su ocasional contrincante bélico. Esta es una particularidad, poco conocida de nuestros ancestros que pude rescatar, de aquella notable experiencia de vida. Ahora me explico porque los españoles les tenían tanto miedo y respeto. En fin, esto ya pertenece al pasado y se encuentra grabado en el dulce rincón de los recuerdos.
Pero aquel romanticismo que tuvieron sus mitos y leyendas, hoy están en franca decadencia, dejando a la vista, las miserias humanas y la pérdida del orgullo y autoestima que los caracterizó por siglos. Esa suficiencia que imperaba en sus peregrinaciones, buscando la tierra sagrada, o en la batalla poniéndole el pecho a las más fieras refriegas o la alegría manifestada en sus festividades con sus cantos y danzas.
Los varones, de cualquier edad, se niegan a trabajar y prefieren la mendicidad o cualquier cosa que la gente les alcance. Jamás se han ofrecido a lavar el auto de los taxistas que tienen allí su parada. Ante tal acto, nadie se negaría a colaborar con un diez mil. Sin embargo prefieren vivir al estilo de los reyes europeos, pero rodeados de basura y vistiendo harapos.
Viven ebrios, especialmente de noche, que es cuando se muestran más agresivos y durante el día, duermen tranquilamente. Muchas veces los devolvieron a sus lugares de origen, siendo que ninguna de estas parcialidades es del departamento de Alto Paraná. Y a los pocos días regresan nuevamente y rehacen sus tolderías. Durante 500 años han sobrevivido a todos los males que el hombre blanco les puso en el camino, pero ya es hora que se replanteen la continuidad de su existencia, ya que no quieren ni les interesa adaptarse a los nuevos tiempos y exigencias.
Pero aquel romanticismo que tuvieron sus mitos y leyendas, hoy están en franca decadencia, dejando a la vista, las miserias humanas y la pérdida del orgullo y autoestima que los caracterizó por siglos. Esa suficiencia que imperaba en sus peregrinaciones, buscando la tierra sagrada, o en la batalla poniéndole el pecho a las más fieras refriegas o la alegría manifestada en sus festividades con sus cantos y danzas.
De toda aquella prestancia y porte altanero, hoy no queda nada. Los veo deambular por los alrededores de la Terminal de Ciudad del Este. Envían a sus niños, que parecen “zombies”, arrastrando los pies, sucios, rascándose furiosamente la cabeza, llena de piojos, hambrientos, enfermos, con solo una única música grabada en la punta de la lengua: “dame un 500´i”.
Las niñas y mujeres indígenas, alquilan su cuerpo por monedas y las más osadas, sexo oral por cinco mil guaraníes, amparadas por las sombras, en medio de las tribunas de la canchita frente a la Terminal. Las otras, en las inmediaciones de la feria de productos hortigranjeros, disputan las pasiones de los pocos clientes, nada delicados que tienen la osadía de tocar a mujeres que hace rato que no conocen el jabón.
Los varones, de cualquier edad, se niegan a trabajar y prefieren la mendicidad o cualquier cosa que la gente les alcance. Jamás se han ofrecido a lavar el auto de los taxistas que tienen allí su parada. Ante tal acto, nadie se negaría a colaborar con un diez mil. Sin embargo prefieren vivir al estilo de los reyes europeos, pero rodeados de basura y vistiendo harapos.
Pero lo grave del caso, es que al tener la “panza” vacía y un montón de criaturas, los varones salen con un estoque, decidido a apretar al primer cristiano que se le cruce. Los taxistas, cambistas, pancheros y chiperos, están hartos de ellos y han perdido la paciencia, por las molestias que les causan a sus potenciales clientes. Los cuatro suboficiales de policía y los dos guardias de seguridad de la Terminal , se muestran impotentes ante tantas agresiones por parte de los indígenas y ya no saben que hacer con ellos, ya que la fiscalía se lava las manos y el INDI hace otro tanto.
Viven ebrios, especialmente de noche, que es cuando se muestran más agresivos y durante el día, duermen tranquilamente. Muchas veces los devolvieron a sus lugares de origen, siendo que ninguna de estas parcialidades es del departamento de Alto Paraná. Y a los pocos días regresan nuevamente y rehacen sus tolderías. Durante 500 años han sobrevivido a todos los males que el hombre blanco les puso en el camino, pero ya es hora que se replanteen la continuidad de su existencia, ya que no quieren ni les interesa adaptarse a los nuevos tiempos y exigencias.
Sin su hábitat, totalmente destruido, no les quedan opciones. Nadie puede hacer nada si es que ellos no lo quieren, con lo cual están condenando a toda una raza a su total auto-extinción, como otras tantas que ya han desaparecido de la faz de la Tierra. Si han perdido su orgullo, su temple, sus valores y su autoestima, de ahí a la desaparición total, por doloroso que sea, hay un solo paso.
Es cierto Riste, pero qué alternativas podríamos formular??, si trabajaramos en serio como universitarios: antropólogos, sociólogos y especialistas con inversión en programas sociales para incluirles en nuestra sociedad para que sobresalgan, podemos rescarlos?.
ResponderBorrarEl problema es grave, y expulsados de sus tierras se encuentran con esta enferma sociedad que no es más que el espejo de nosotros mismos ahora.
La borrachera,prositución y drogas son vicios de nuestra sociedad, mientras no replanteemos la sociedad en que vivimos con una política diferente a la actual será difícil, es lo que ofrecemos hasta ahora a nuestros compatriotas naturales del paraguay.
Gracias por estos artículos Riste, te seguimos siempre en el ñacurutú.
Cristian