Aunque parezca mentira, ya han pasado varios meses que me mudé de Hernandarias a Ciudad del Este. Que rápido que pasa el tiempo. Sin embargo, todavía sigo extrañando horrores a todos los amigos que coseché en 11 años y medio. Extraño muchas cosas de aquella ciudad, que me adoptó, y en donde renació mi dormida musa literaria inspiradora.
Pero lo que más extraño, y aquí le pido un sincero perdón a los empresarios hernandarienses, del transporte automotor, por hablar tan mal de sus vehículos, en el anterior comentario, hecho hace un poco más de un año atrás. Porque si realmente se los compara con las “albóndigas” con ruedas que circulan por nuestra querida Ciudad del Este, aquellas son verdaderas limusinas.
Y ahora quiero relatarles, uno de las tantos viajes traumáticos que he hecho en los últimos tiempos, en los temerarios intentos por llegar desde casa hasta la redacción. Primero tengo que aclarar que parece que por un problema, mal entendido de economía, se achicó la trocha o sea el ancho del vai-kulo, con lo cual, la gente que se encuentra de pie, sufre tremendos apretujones con la persona que se encuentra a su espalda.
Esto sin contar que algún “burro de dos patas” porte una mochila y su mamá no le haya enseñado, que cuando se sube a un colectivo, inmediatamente se la debe bajar y colocar a esta, en donde menos moleste. Pero generalmente el “burro de dos patas” no conoce ni le importa las reglas de urbanidad y convivencia.
Igualmente los asientos se han reducido, tal es así que una persona con el físico de Víctor Benítez ocupará un asiento y medio, con lo que el ocasional inquilino de la butaca contigua, quedará con una nalga flotando en el espacio y desafiando, así, todas las leyes de equilibrio y gravedad, dictadas por la sabia naturaleza. Confesiones de muchos pasajeros y pasajeras hacia quien les narra, comentan que a veces hacen tanto esfuerzo para no caerse de su sitio, que últimamente han aumentado las consultas médicas sobre hemorroides.
Otro punto más, que hace mucho más ameno e interesante, cualquier trayecto a cubrir, es la buena disposición que tienen los choferes, para hacerle escuchar a sus queridos pasajeros, la buena música, estilo “yva para” que tanto les gusta. Cuando llega la hora pico, es el momento oportuno para poner en práctica todo su conocimiento musical y dar a conocer sus grandes dotes de DJ. Con el volumen más alto, que te taladra hasta las trompas de Eustaquio, va esquivando baches y otros vehículos que tienen la enorme osadía de ponérseles delante.
La habilidad del chofer esteño, que tanto adora respetar las leyes de tránsito, es proverbial, ya que puede conducir, cobrar el pasaje, chupar un terere, chatear, responder una llamada de celular, mirar de reojo al frente, a los costados y atrás, de un solo vistazo. Cambiar de CD, secarse el sudor de la frente, contar las monedas y hasta piropear a la pasajera que está en el primer asiento. Eso se llama ser un conductor bien experimentado.
Lo que pone en peligro tanta pericia, es que teóricamente, no conocen mucho acerca de la sensibilidad del embrague ni del freno, ya que lo sueltan con tan poca delicadeza, como si hubieran aprendido a conducir sobre un tractor. Esta refinada finura, es la que caracteriza a los conductores de las líneas, “3 Fronteras” y “Mburucuya”. Muchas veces me pregunto, si esta gente no tiene amnesia, porque pareciera que en ciertos momentos, olvidan que transportan personas y no ganado, y son ellos, los responsables directos de cuidar la integridad física de todos los pasajeros.
Otro hecho notable es que todos los soportes para sujetarse, que se encuentran detrás de cada asiento, han desaparecido, con lo cual obliga a clavar las uñas, en los asientos, como los gatos, para evitar golpearse en cada arranque o frenada brusca. Los pasamanos que cuelgan del techo, como los de acceso y descenso del vai-kulo, siempre están flojos, por lo que les recomiendo a los señores colectiveros, que compren en cualquier “autoservice” chino, un juego de llaves y se pongan a ajustar todos los tornillos flojos. Sería un buen ejercicio de relax mental, para los fines de semana.
Otro capítulo interesante es el de los niños vendedores. Los adultos han desaparecido de los transportes públicos y cientos de niños maleducados, prepotentes y hasta abusivos con la utilización de su pobreza, con los bajos fines de conmover los más íntimos sentimientos de solidaridad, que todos tenemos dentro, pero que estos pequeños, ya han tomado como un oficio y actúan como verdaderos artistas, en su dramática actuación.
Algo que me ha causado mucha gracia, es que los nuevos colectivos, vienen con pisos de madera, que son antirreglamentarios, en todos los países del mundo, ya que estos deben ser antideslizantes y de goma o bien metal con dibujos especiales, para permitir una fácil limpieza. Porque los pisos de madera, no son higiénicos y enseguida se nota su falta de aseo. En los ómnibus que vienen de Presidente Franco, acumulan tanta tierra, bajo los asientos y pasillos, que hasta se puede plantar mandioca y sacar una buena cosecha.
En resumen, en 14 meses de diferencia entre estos dos comentarios, no solo no hubo cambios, si no que todo empeoró, incluso hasta el malhumor de los colectiveros. Por eso digo que los vai-kulos asesinos contraatacan y nos están ganando por goleada.
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