sábado, 2 de octubre de 2010

DELINCUENTES ECOLÓGICOS

Según cuenta mi “doctor de cabecera”, un indígena llamado Tiguana, cortar un árbol para venderlo, es uno de los crímenes más grande que se puede llegar a cometer, durante nuestra permanencia  en la Madre Tierra. Únicamente se deben talar aquellos que se van a utilizar para uso personal.

Pero para hacer esto, previamente se le pide permiso y perdón a Tupã mediante una oración y luego se procede al corte. A continuación se debe replantar inmediatamente, como una especie de castigo, hacia el hermano muerto, cinco árboles de la misma especie. Y pensar que los blancos dicen que estos son brutos e ignorantes. Hasta inclusive se los ridiculizan con los “argeles” cuentos de “kachike”. 

Cuanta sabiduría tenemos al alcance de la mano. Con sólo escucharlos podríamos aprender muchas cosas sumamente interesantes, sin embargo, nadie los oye,  nadie les presta la más mínima atención y por sobre todas las cosas, nadie imita este ejemplo anteriormente citado, unas líneas más arriba.

Su sorprendente filosofía sobre la vida, ha cambiado mi forma de pensar, incluso, muchos de sus hábitos los he adquirido, gracias a ellos.  Es por eso que al observar con una absoluta y profunda tristeza la masacre que los “ñembo chokokue” han hecho en el hermoso pinar del kilómetro 4, dan ganas de llorar y “agarrarlos” a patadas a cada uno de ellos.

De aquel paraíso para los ojos que una vez fue ese lugar, ya no queda nada, absolutamente nada. Estos bandidos forestales, que fingen reivindicaciones campesinas, son solamente eso, delincuentes ecológicos. En qué cabeza cabe hacer un asentamiento en uno de los enclaves más estratégicos, con un alto valor inmobiliario. Qué podrían plantar en 6 hectáreas de terreno, que les permita sobrevivir decentemente. Nada, a no ser que sea marihuana.

Estos forajidos piensan que poniendo una bandera paraguaya, legalizan un acto de usurpación indebida. Suponen que porque son pobres, y apoderándose de lo que no es suyo, proceden con un acto de verdadera justicia, ya que la Constitución paraguaya contempla en uno de sus artículos, que todos los habitantes del país tienen derecho a poseer un pedazo de tierra.

Sólo que la Constitución no aclara, para que entiendan los más burros, que esta tierra tiene que ser ganada con el sudor de la frente y no con la fuerza de la irrupción artera y cobarde en medio de la espesura de la noche. Porque esto sí es un acto ilegal y previsto en el Código Penal. Sólo que estos idiotas útiles, son manejados e incitados por algún que otro mal político, que serpenteando entre los vericuetos jurídicos, buscará el modo de burlarse de la ley. 

Les pagará unas monedas, y cuando puedan conseguirse la escritura, la revenderán al mejor postor, para luego ir a buscar otro lote, que se encuentre visiblemente desocupado. Para esto existen muchas personas que recorren distintas fracciones en todos los puntos del  país. Es un verdadero cuento de nunca acabar. Y así, hasta que se reglamente con penas muy severas a quienes se metan en tierra ajena y a sus instigadores.

Pero lo más preocupante del caso, es que el perjuicio ecológico que estos  malhechores cometen, no lo asumen. Ellos se harán los estúpidos y se encogerán de hombros. Total ya vendieron todos los árboles y cobraron muy bien por ello. La Secretaría del Medio Ambiente, durante todo el tiempo ha brillado por su ausencia, pero cuando un empresario es el que pretende abrir una fábrica, lo desmoralizan con una interminable serie de requisitos y con miles de papeles a firmar.

Sin embargo ante este incalificable atropello que se ha cometido en la Finca 66, su silencio es notorio y hasta ofensivo, por su evidente desidia. Quiero saber, ¿quién va a reponer esos maravillosos pinos Eliotti, que han tardado más de veinte años en alcanzar sus 40 metros y pico de altura? 

Quiero saber, ¿quién les ha arrogado el derecho a destruir el patrimonio de 300 mil esteños en detrimento de 50 malhechores que se disfrazan de campesinos? No solo hay que desalojarlos del lugar, sino que deben reponer cada uno de los árboles abatidos y los años que correspondan, de pena carcelaria, por el delito ecológico cometido, la usurpación de una tierra que de ninguna manera les pertenece y a esto se le debe agregar un plus por la zozobra en que viven los legítimos moradores de los alrededores del asentamiento.

Tampoco deben quedar totalmente impunes los instigadores de tales medidas. Tiene que ser un castigo ejemplar, para que nadie más se atreva a tocar ni siquiera una hoja de lo que no le pertenece, como hasta ahora. Estos delincuentes cobardes y arteros, que viven borrachos y drogados la mayor parte del tiempo y que se dedican a pegarles a periodistas indefensos que cumplen solamente con su tarea informativa, no pueden ni deben salirse con la suya.

El juez que entienda en la causa, debe tomar este mismo comentario como un testimonio activo y hacerlo parte del legajo. Eso, si es que se hace justicia alguna vez en este país. Sin embargo, tengo muchas esperanzas que esto cambie alguna vez. Al final de cuentas, después de lo que ha pasado el 20 de abril último, ya puedo llegar a creer en cualquier cosa.   

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