Frente a la audiencia de una importante emisora de Ciudad del Este, en un debate previo, al que fui invitado, horas antes de la votación, manifesté que el partido colorado, con Blanquita a la cabeza, “ganaba caminando y sin despeinarse”.
Es evidente que la realidad me demostró una cosa muy diferente, quedando como un verdadero "mongo" frente a mucha gente, en especial, con mis compañeros de redacción. Sin embargo las señales eran muy claras. Nicanor no iba a dejar escapar el poder que regiamente ostentaba para entregárselo precisamente a un “cura guerrillero”. Estaba seguro que resucitaría todo tipo de trampas y tretas varias muy propias de su partido.
Pero me equivoqué. Entonces supuse que, con todo el personal público cautivo y amenazado con ser echado a patadas de su puesto, si es que no llegaba a votar por la lista 1, haría una buena masa de votantes. Contra todo lo supuesto, no lo votaron y me equivoqué nuevamente. Entonces creí que todo el aparato estatal, junto con la compra de votos y el fraude de las actas, haría el resto. Nuevamente le pifié de lo más fiero posible.
Pero mi alegría nace simplemente porque si bien me equivoqué, fue todo un sufrido país quien ganó. Un país cansado de ser postergado por sus mandatarios. Cansado de promesas no cumplidas, harto de sentirse el último orejón del tarro. Subestimado en su capacidad, vilipendiado en el exterior, ya que sólo nos ven como piratas, “macoñeros” y traficantes de todo lo malo que exista.
Al enterarme de los primeros cómputos, una terrible emoción me embargó. Por segunda vez me sentí orgulloso de vivir en este suelo, la primera fue en febrero del 89. Por fin se había roto el cordón umbilical de la extremadamente larga transición. Dejábamos atrás el estado de “ñembo democracia”, para asumir por primera vez un verdadero y muy esperado espíritu democrático. Crecimos de golpe y nos colocamos los pantalones largos.
No hubo peleas, no hubo sangre, sólo ganadores y derrotados. Sólo eso y nada más. La gente festejó con moderación y luego se retiró cada uno a su casa. El alto civismo del pueblo paraguayo, junto con el alto grado de participación, han sentado cátedra en todo el mundo. Nadie lo esperaba y mucho menos yo. El partido colorado fue castigado por sus pésimos afiliados, enquistados como parásitos dentro del centenario partido. Y si buscan responsables de su derrota, existe un solo culpable: Nicanor Duarte Frutos.
No existe otro culpable. Ya lo había señalado en varios comentarios, entre ellos, los recordados “Nicanor Beach Park” y “El mago Nicanor y su muñeca Blanquita”, que bien pueden volver a ser releídos en el archivo de “Comentarios” de la página digital Neike. En ellos hago un resumen de su pobre gestión y lo manejable que podría ser la candidata, por él impuesta a dedo, respectivamente.
Su prepotencia, su falta de respeto a los oponentes, a la prensa (se van a tragar sus propios vómitos), a los empresarios, a las mujeres (apatukar), a su propia candidata (es una inútil por tener solo tres hijos), a la Iglesia Católica, y a toda una sociedad en su conjunto, que terminó por castigarle la soberbia y los insultos extemporáneos y fuera de todo contexto racional.
Una persona que le ha mentido a toda una nación, incluso hasta su propia madre. Ha empujado hasta la última miseria, a más de la mitad de la población. Los que no aguantaron más, hicieron sus valijas y eligieron otros horizontes mejores. Muchos de estos inocentes desterrados volvieron para votar y echarle una palada más a la tumba que él mismo se cavó.
A excepción de Lugo, fue quien más gozó de la popularidad y del visto bueno de los países vecinos, los del norte y Europa. Se le concedió tiempo y muchos créditos vinieron del exterior, que hasta la fecha no se sabe en qué fueron invertidos, incluidas las donaciones hechas a raíz del famoso “brote” de fiebre amarilla. Sin embargo, con todo a su favor, terminó defraudando a su madre, a sus correligionarios y a sus compatriotas.
Pero lo más triste del caso es que todo esto viene de una persona con un origen muy humilde, por lo que no se entiende cómo haya podido olvidarse de algo que palpó tan de cerca. No tengo una contestación para este misterioso interrogante, quizás porque el lujo y el confort del que se rodeó posteriormente, hizo que se aislara en una burbuja de cristal y mentalmente rechazara cualquier cosa que tuviera que ver con la pobreza.
Quizás por eso se ha ganado el título entre sus correligionarios como el “Mariscal de la Derrota ”. Pero él tampoco está solo en todo esto. Su entorno ha pecado con el mismo virus de la soberbia, propalando a los cuatro vientos que permanecerían en el poder por otros cien años más. Vaya que afirmación, en un micro mundo político tan dinámico e impredecible, que nadie sabe lo que bien puede suceder al día siguiente.
Supongo que ahora comenzará todo un proceso de depuración, del cual, a estos muertos políticos se los enterrarán civilmente. Por lo pronto me siento muy feliz de comenzar una nueva etapa y ser partícipe de un hecho histórico en el país que supo darme la oportunidad de desarrollarme intelectualmente y porque mis benditas predicciones por fin fallaron, ¡vaya que contrasentido!
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