A pesar de todos los “sarambi sorokue” que he tenido en mi larga vida, creo que puedo considerarme un hombre afortunado. Eso si tenemos en cuenta que tuve la oportunidad de conocer muchos países, hablar con su gente, caminar por su tierra, pero siempre alejándome de los circuitos turísticos, y por lo tanto aprender un montón de cosas que no figuran en los libros.
He podido apreciar espectáculos tan grandiosos y sublimes que me ofrecía la naturaleza, que aún después de tantos años, persisten en mis retinas. Esos lugares tan especiales en los cuales uno siente a su lado la presencia de Dios. Es muy difícil de explicarlo con palabras, pero quien haya presenciado la majestuosidad de las Cataratas del Iguazú, va a entender mis palabras, por citar un ejemplo.
Todo este bagaje de conocimientos, incorporados a la experiencia, hace que ante tal o cual hecho, entren a jugar automáticamente, las odiosas comparaciones con otros sucesos anteriormente vividos. Esto parece un juego de palabras, pero no lo es. Ya que he encontrado, desde mi perspectiva, que nuestro país tiene un sinfín de contrasentidos.
Esto en cualquier nación fuera de nuestras fronteras, sería un hecho inédito y que llamaría rápidamente la atención de la población, sin embargo en Paraguay sólo se presentan como sucesos anecdóticos, otros cómicos y por desgracia la mayoría demasiado trágicos. Toda esta larga reflexión se inició la semana pasada, cuando tuve en mis manos un billete de cien mil (cosa que ya no veía desde hacía un largo tiempo) y decidí comer cualquier cosa en un patio de comida de un supermercado, muy cercano a Oasis, a fin de poder tener sencillo en mi bolsillo.
Pero mi sorpresa fue que todo el lugar estaba completamente ocupado y no había más sillas vacías. Las mesas rebosaban de botellas de cervezas y demás minutas que lo acompañan. Si quería comer algo debería esperar 20 minutos hasta que trajeran una nueva provisión de empanadas. No soy una persona muy paciente por lo que descendí las escaleras y entré de lleno en el súper. Todas las cajas ofrecían una larga fila de 20 personas como mínimo.
Me quedé con una horrible duda en el alma como una espina que mordía con afilados dientes mi curiosidad. Por lo tanto al día siguiente me dirigí bien temprano, a desayunar al patio de comidas de otro supermercado, cercano al kilómetro 4, que no es muy económico que digamos, pero en fin.
Estaba tan saturado de gente, que era casi imposible moverse entre las mesas y el local, abajo, ofrecía un espectáculo muy similar con mucha gente en las cajas y con los carritos repletos de comestibles hasta decir basta. Salí de allí, con un humor de los mil diablos. ¿Qué estaba sucediendo, no es que nos atrapó la crisis y vivimos una recesión monetaria de la gran flauta?
¿Esta es la crisis que tanto se quejan los habitantes de este país o Alto Paraná es solamente una isla dentro del “mboriahu” nacional? Quedan dos alternativas: yo soy el único “sogue” que se queja de la situación desastrosa en que nos encontramos o alguien me está mintiendo. Quedaría flotando en el aire, una tercera posibilidad: ¿no seremos demasiado llorones y estamos escondiendo algo?
Para realizar un nuevo cotejo de datos me encaminé hacia la pasarela aérea cercana al Sanatorio Central y me quedé allí un buen rato mirando los autos pasar a gran velocidad, mientras fumaba mi acostumbrado “veneno”. En media hora vi más Mercedes, BMW y Audi que en Alemania. Muchísimas 4 x 4 japonesas y coreanas nuevas y otras tantas chilenas, que por menos que cuesten, están cerca de los 50 a 60 millones de nuestra moneda.
Cansado, tomé el ómnibus hacia la redacción, y allí no encontré a gente que vistiera harapos ni zapatillas, al contrario, a pesar que los asientos estaban sucios, la mayoría lucía ropa bastante nueva y algunos de los pasajeros, “championes” de marcas consagradas. Para rematar, le pedí a un amigo que me llevara, el sábado por toda “la movida esteña” y sucedía otro tanto.
Se están comprando muchos lotes caros, construcciones de grandes casas, se multiplican las playas de venta de vehículos y no exponiendo “fuscas” o “corcelitos” precisamente. También se han multiplicado las casas de juego electrónico. Cualquier “arriero chalai” hoy en día cuenta con dos o tres teléfonos móviles, pero lo asombroso del caso no es tenerlos sino mantenerlos. Su alto costo mensual se encuentra solo un escalón menor que mantener a una amante.
Con todos estos elementos puestos sobre la mesa, ha hecho que me encontrase más perdido que Mario Abdo Benitez en una biblioteca. ¿Cómo no estamos en medio de la peor crisis económica en tiempo de paz? Sin embargo esto no lo veo a mi alrededor, pero sí lo siento en mis bolsillos. ¿Puede ser que haya tantos contrasentidos en Paraguay o se me escapa alguna variante? Si no es así, por qué no me manda un mail y me cuenta qué es lo que piensa de todo esto y si estoy tan equivocado. ¿O no?
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