Con decir que la educación universitaria en nuestro país marcha a la deriva, no descubrí la pólvora, ni mucho menos, pero que es una terrible y tremenda realidad, nadie en el planeta Tierra me lo puede discutir.
Estamos en un todo de acuerdo, supongo, que nunca hubo políticas específicas al respecto y si las hubo, fueron tan tibias que ni siquiera llegaron a plasmarse. Como es costumbre ya muy arraigada, en cuanto gobierno de turno se encuentre en el poder y mucho más en nuestros connacionales, dejar todo librado al azar y a la improvisación. Siempre se corrigen los posibles desvíos de ruta con un volantazo al mejor estilo Marcos Galanti en el Rally del Chaco.
Cometieron tantos gruesos errores los distintos funcionarios encargados del Ministerio de Educación, que no alcanzaría ni la guía telefónica para citarlos a todos ellos. Pero si se los resume, podríamos extraer tres de los más groseros. El primero de ellos, es que brotaron como hongos cientos de universidades con los nombres más llamativos y cómicos que puedan sonar al oído.
Es preferible no dar ejemplos ni comparaciones odiosas, pero la publicidad de la enseñanza de sus disciplinas académicas aparece diariamente en todos los medios masivos de comunicación. Existen tantas nuevas, con decenas de sucursales, que ya se asemejan a nuestros queridos almacencitos de barrio.
Con un poquito de dinero, ya se puede abrir una universidad, poner profesores que han sido rechazados o echados de otras, a un precio de banana. No me opongo de ninguna manera a la masificación de los estudios terciarios, pero que al menos tengan la decencia de tener un mínimo de nivel formativo, ya que muchas no pasan de ser meras competencias de aquellas academias que enseñaban taquigrafía, máquina de escribir y secretariado ejecutivo.
Esta ñembo popularización de la enseñanza terciaria, tampoco trajo una gran rebaja general en los aranceles que cobran. Al contrario, se fueron incrementando de semestre a semestre, ahogando al futuro profesional que hace mil malabarismos para abonar sus cuotas, su transporte, su merienda, sus libros, sus apuntes, y demás materiales necesarios para la formación.
Los profesores faltan demasiado, los feriados y las competencias universitarias provocan grandes baches en los horarios, pero a fin de mes, jamás se lo descuentan al alumno. Todo para un solo lado. Y por lo tanto los programas se tienen que terminar si o si de cualquier manera. Sea como sea.
El segundo punto en cuestión es la poca planificación que ha hecho tanto nuestro actual Presidente (Nicanor) cuando por dos períodos le tocó ser ministro de esa cartera y a la última funcionaria, que jamás intentaron implementar los test de vocación y los consiguientes asesoramientos para evitar lo que actualmente ocurre en nuestro querido país.
El tercer y último punto es la superpoblación de profesionales en una misma área, saturando rápidamente nuestro pequeño mercado de oferta y demanda. Están todos apelotonados en las grandes ciudades y nadie quiere hacer un poco de patria yéndose a Mariscal Estigarribia o a Bahía Negra, porque la consigna es permanecer cueste lo que cueste en Asunción, Ciudad del Este o Encarnación, el resto es campo y nadie quiere “sacrificarse”.
Hablo especialmente de abogados, contadores, administradores de empresas, y de enfermeras diplomadas. El ochenta por ciento de los universitarios egresados han sido de algunas de estas carreras. Parecería que no existieran otras o que hay demasiado pocas opciones para nuestros queridos jóvenes. Por desgracia tengo un amigo cuya esposa, abogada ella, que revende cosméticos con el sistema de puerta por puerta. Mi amigo Ignacio (Nacho para los íntimos) vende bombachas en el Mercado 4 de Asunción, siendo egresado de una de esas nuevas universidades, con las más altas calificaciones.
Y no es que estas “changas” sean deshonrosas, ni mucho menos, pero estudiar como un burro alquilado durante 19 años para ejercer de vendedor de bombachas o de cosméticos, da mucha rabia y es, al menos para mí, que sufrí algo parecido, altamente denigrante.
Habría un plus que también resulta bastante molesto y que sería la tremenda demora burocrática que existe para que se le entregue el título que habilita al nuevo profesional a ejercer su disciplina. Otro de mis buenos amigos, (Julio) tiene retenido su título desde hace dos años. Ya se cansó de escuchar mil excusas y pretextos al respecto, mientras tanto está perdiendo mucho tiempo y dinero al no poder sacar un crédito en la Cooperativa Universitaria , para invertirlo en su actual comercio.
Lo que me deja muy feliz, es que los jóvenes sí quieren capacitarse para tener un futuro mucho mejor para sus hijos y ser el orgullo de sus esforzados padres.
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