Si la memoria no me falla, todo comenzó hace aproximadamente quince años atrás, cuando los índices de pobreza empezaron a hacerse sentir en Ciudad del Este, justo cuando los controles de la Receita Federal brasilera, se hicieron más rigurosos.
Esto coincidió casualmente con aquellos famosos cierres de bancos y financieras y los posteriores y constantes desvaríos de nuestra errática política económica. Es en ese momento que nacen, al menos en Paraguay, los famosos “niños de la calle”.
De aquellas primeras oleadas de infantes descalzos y hambrientos de comida y de todo tipo de afectos, que mendigaban por las calles céntricas Asunción, Ciudad del Este y Encarnación, hoy quedan adultos resentidos, a la que nuestra sociedad, hablando genéricamente, puede que haya más de alguna excepción, no les ha permitido su inserción y viven dentro de la marginalidad, sintiendo el mismo rechazo hacia las normas establecidas como la misma colectividad los mira con maliciosa discriminación.
Cuando la cantidad de niños que deambulaban por las calles creció desmesuradamente, entonces la opinión pública hizo sentir su desagrado y todos los medios masivos de comunicación, se hicieron eco de este nuevo fenómeno. Fue entonces que el Estado tomó intervención en dicho asunto y creó la Codeni (Consejos Municipales por los Derechos del Niño, Niña y Adolescente).
Dicho órgano está contemplado en el Código de la Niñez y Adolescencia, demostró, con el correr del tiempo, que nunca pasó de ser una mera oficina administrativa, sin recursos propios, no previstos ni por la Nación , ni por las distintas Gobernaciones y mucho menos dentro de las escuálidas y maltrechas finanzas municipales.
Por lo tanto, mucho de Codeni no se puede esperar. Mientras tanto, los niños fueron evolucionando y de activos mendigos, que nunca aceptaban comida, pero si dinero “cash”, para llevárselo a sus padres y estos malgastarlo en vicios y no necesidades; se convirtieron en pasivos pedigüeños en forma de vendedores de golosinas varias, lavadores de parabrisas y hasta la versión más actualizada de aquellos primitivos niños: la de cuidadores de autos.
Estos son más agresivos, desubicados y malintencionados que los primeros. No solo se pelean entre ellos, para saber quién es el encargado del “cuidado” del vehículo, a pesar de tener muy bien delimitadas sus áreas de influencia, si no que se enojan e insultan a quien regatea con ellos la tarifa en cuestión. Caso contrario, un bonito y decorativo “rayón” de punta a punta, será la nueva decoración de un “tunning” no deseado.
Este nuevo viejo problema que enfrenta nuestra sociedad, es mucho más complejo de resolver de lo que aparenta. Siempre hablando de generalidades, no se los puede devolver a sus casas, porque sufrirían del maltrato y abuso de todo tipo por parte de padres, familiares y amigos de la familia. No se los puede internar porque virtualmente se escaparían.
Les gusta estudiar, pero sus recursos no se lo permiten, a pesar de ser, la gran mayoría, niños inteligentes por encima de la media normal. Sus familias no se pueden hacer cargo de ellos, por diferentes razones, así como el Estado tampoco está en condiciones de cubrir sus necesidades básicas. Esto sería el lado fácil de la cosa.
Lo intrincado de este delicado tema, pasa siempre por la familia natural de los niños. Gente sin oficio, generalmente empujada desde el campo por la miseria y los bajos precios de los productos agro-hortícola. Sin un futuro cierto, donde muchas veces el padre, agobiado ante la dura realidad, abandona a su pareja y a sus numerosos hijos. El padrastro los maltratará, aún con la venia de la madre, pero como tiene a alguien que la pueda sustentar, baja la cabeza y hace oídos sordos a todos los castigos, inclusive, los que sufre en carne propia.
Según cifras, provenientes de ONGs extranjeras, existen en Paraguay, unas 300.000 familias en estas condiciones. Lo más triste del caso es que tienden a incrementarse. ¿Cómo se sale de este círculo vicioso?, no lo sé, apenas soy un humilde escritor, pero intuyo que la prioridad número uno del próximo gobierno, es empezar a crear fuentes genuinas de trabajo y capacitarlos ante este nuevo desafío.
Caso contrario, las pirañitas seguirán creciendo y los hoy cuidadores de autos pasarán a engrosar las páginas policiales y nuestra inseguridad reinará por siempre en Paraguay, teniendo a la vista semejante semillero.
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