Cenando el otro día, en casa de amigos, pude ver en el noticiero, una tremenda represión, con saldo de decenas de heridos y detenidos. Los asistentes quedaron espantados y sensibilizados ante las escenas de violencia que mostraba la pantalla. Pero notando el dueño de casa, que me mantenía callado, me preguntó sobre mi opinión.
Les contesté irónicamente, que era correcta la paliza, es más, el castigo debía ser mucho más severo aún. Un silencio invadió la sala y todos, con ojos grandes como huevo duro, se posaron sobre mi, haciéndome sentir incómodo. Otro de los asistentes, molesto con mi contestación quiso saber el motivo para hacer tal hereje afirmación, respondiéndoles con un: ¿De que campesinos me habla?
A ver si estamos en la misma frecuencia y repitiendo la pregunta, ¿De que campesinos me habla?, de los que invaden terrenos privados, instigados por gestores y abogados delincuentes con el aval de jueces y fiscales corruptos. Hablamos de campesinos que luego de asentarse, la venden por monedas, para luego volver a invadir otras tierras.
Hablamos de campesinos que sacan crédito en el Banco de Fomento y su prioridad es comprar el equipo de sonido más caro que posea el primer negocio de electrodomésticos que se cruce por el camino; luego algo de ropa y frecuentar el prostíbulo de su pueblo, pasar más tarde por el súper local y proveerse de una buena cantidad de petacas de caña. Si algo le sobra, pensará en un regalito para su familia. El drama comenzará cuando tenga que pagar la primera cuota ó lleguen las primeras órdenes de desalojo.
¿De que campesinos me habla?, de esos idiotas útiles que son arreados como corderos a cuanta manifestación de apoyo al oficialismo exista. De esos que vienen de la “loma del peludo”, medio muertos de hambre, por las promesas incumplidas de aquellos mismos que apoyaron y que por desgracia volverán a apoyar y serán otra vez defraudados.
Hablamos de esos que venden su voto, por un período de cinco años a cambio de guaripola y una chipa. Hablamos de esos campesinos que se niegan a trabajar con sus vecinos en pequeñas cooperativas y luego se quejan que no tienen manera de llegar a los grandes centros de consumo con sus productos.
Hablamos de esos que se hamacan todo el día, tomando terere, mientras sus vecinos brasileros trabajan de sol a sol, sudando la “gota gorda” y poco a poco se ve el progreso ante la vista asombrada de aquel campesino haragán. Seguro que estos “rapai” plantan marihuana ó andan en alguna cosa rara, por eso tienen camionetas y cosechadoras nuevas y una linda casa que parece una mansión, dirán como excusa para atenuar su total falta de apego y verdadero amor hacia su propia tierra.
Soy un orgulloso nieto y biznieto de verdaderos campesinos y nunca renegué de mis verdaderas raíces, pero estos no son campesinos, son apenas unos delincuentes ó tal vez unos ñembo chokokue kuera. Los verdaderos campesinos que aprecio, respeto y admiro son los que trabajan como “burro alquilado” y que son estafados por los intermediarios oportunistas que aprovechan sus necesidades al comprar maíz a 100 guaraníes el kilo, para luego revenderlo en el Mercado Cuatro de Asunción, sin caérseles la cara de vergüenza, a 1500.
A esos campesinos que hacen verdadero sacrificio para darles una buena educación a sus hijos, y no los presionan a desertar de la escuela con la mezquina excusa de ayudarlos en la chacra. Me refiero a esos campesinos que de una manera u otra ponen los alimentos frescos en las mesas gracias a su esfuerzo personal, a pesar de la poca recompensa económica que tienen, pero siguen amando a la madre tierra como lo han hecho por siglos sus antepasados.
De los otros, ni hablar, al contrario, puede ser que con un par de bastonazos recuperen el juicio y la próxima que sean arreados ó quieran comprar su voto por monedas, recapaciten un poco y valoricen sus posturas. El movimiento campesino perdió toda la credibilidad en el ámbito nacional, por haber sido torpemente dirigido y ahora cualquiera sea su reclamo, el resto de la ciudadanía le dará la espalda, que es lo que corresponde.
Está en sus dirigentes retomar el camino de las justas reivindicaciones y no el de las fechorías. Un silencio profundo reinó en el lugar, la mayoría de las cabezas asintieron, aprobando mis palabras, otros con alguna reserva solo sonrieron. Es así nomás, las cosas hay que decirlas bien claritas para evitar los malos entendidos.
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